Si te pide glam, dale…
Un texto de Édgar Adrián Mora.
CHRISTIAN SALMON, EN Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes, plantea que las nuevas formas de transmitir mensajes a través de los medios consisten en generar una narrativa que le dé significado a la imagen que acompaña o se constituye por sí misma en el mensaje que se pretende transmitir. Es decir, para que un mensaje sea efectivo debe ir acompañado de una narrativa que genere el interés y la empatía de quien lo lee. Así funciona la comunicación de masas y la manipulación de la percepción de la opinión pública de manera recurrente, sobre todo, a partir de los atentados a las torres del WTC en los EU.
El glam, contracción de glamour, es un fenómeno cultural que pertenece al periodo anterior a esta concepción de la transmisión de informaciones dentro de la cultura pop producto de los medios. El glam deriva, en este sentido, del auge de la industria de la moda y de la existencia de personajes que marcaban tendencia en lo que respecta del aspecto visual, quienes portaba aquello que se consideraba las formas de uso del vestido en tanto expresión de los tiempos que corrían.
Los maniquís de la moda, sobre todo las modelos femeninas, representaban sólo con su aspecto la idea de glamour que la industria construía de manera eficiente: un misterio y un vacío de narrativa que era sustituido de manera total por la imagen. Las modelos no tenían historia, no asumían biografía, y de eso dependía la admiración y el papel que como modelos a seguir representaban para el público que de manera atenta seguían su paso por el mundo. De ahí el término de múltiples carreras en las pasarelas cuando algún escándalo privado salía a la luz.
Los años noventa rompieron con esa imagen de misterio y posibilidades medibles sólo a través de la sospecha. Ocurrió, por ejemplo, en el ámbito de la música, los rockeros glam (David Bowie, T Rex, Suzi Quatro, Quiet Riot, Poison), basaron gran parte de su fama en el misterio que suponían sus orígenes, los personajes que crearon como parte integrada a su propuesta musical, las sospechas tras de las fiestas llenas de excesos a las cuales se les asociaba; éstos fueron sustituidos por músicos que despreciaban la idea de lo que representaba el rock como pasarela de cabelleras peinadas con fijadores en aerosol y cuerpos andróginos, los rockeros se permitieron ser feos y asumieron una estética visual que contradijo lo que hasta ese momento fue la tendencia dominante. Surgió así el grunge que representó más que un arribo a la contemporaneidad de la crisis económica de la última década del siglo veinte. El mismo Salmon define en otro de sus libros, Kate Moss Machine, lo que representó el grunge no sólo dentro del ambiente musical sino, también, en lo que se refirió a la moda, la literatura y el mundo de los mensajes mediáticos:
Se trata asimismo de crear el “humor” de una época, de “construir una actitud”, que se calificó de grunge (“mugre”, “suciedad”). Un estilo musical aparecido en los escenarios de Seattle con el álbum de Nirvana, Nevermind, y que pronto designó a toda la cultura joven, como había sido lo cool en la década de 1980. Pronto la identificará toda una serie de prácticas culturales: los nuevos estilistas como Alexander McQueen o John Galliano, las marcas in, los nuevos escenarios culturales, los rastrillos de Camden y Portobello, pero también las rave parties en la periferia de las ciudades, el uso de nuevas drogas como el éxtasis, los grupos musicales como los Stone Roses o The Happy Mondays, películas como Trainspotting o la novela La broma infinita de David Foster Wallace, o de nuevo Generación X de Coupland…
El grunge es una categoría que sirve para todo y muy cómoda para designar los modos de consumo de una generación, es todo a la vez: un estilo musical, una sintaxis y una manera de vestirse.
Parto de estas marcas de interpretación para intentar dilucidar la cuestión que acá nos reúne: la idea de existencia de un movimiento similar, como imitación o eco, de lo que fue el glam en las décadas de los setenta y ochenta en México. Las décadas aludidas y los usos y comportamientos sociales hegemónicos en la época hicieron imposible algo parecido en nuestra sociedad. Partamos de una cuestión fundamental: uno de los aspectos más representativos del glam refieren a un exceso de sexualización en el aspecto físico. En términos más claros, a la adopción de elementos visuales que generaran una apariencia andrógina en aquel que portara tal etiqueta. Esa apariencia andrógina, para los códigos de comprensión del mundo de la sociedad mexicana de la época, no tenía más que una explicación: homosexualidad. Y, como sabemos, el machismo y la misoginia que denominamos eufemísticamente «conservadurismo», hacían imposible que tales manifestaciones pudieran convertirse en productos de los cuales los medios masivos hicieran eco.
[pullquote]El glam, como manifestación cultural que cuestionara y confrontara el statu quo de «la gran familia mexicana», no existió[/pullquote]
Era una sociedad en la cual el monopolio de los medios condicionó también su educación sentimental: Televisa y el régimen priista decidían qué era «lo correcto» en cuanto al comportamiento social. Y las «joterías» y los «desfiguros» no eran algo que entrara en su nómina. Más allá de las presentaciones de personajes como Raphael o Juan Gabriel, cuya ambigüedad sexual era «perdonada» merced a sus talentos, en Siempre en domingo no existe testimonio de que algo parecido al glam tuviera cabida en las propuestas presentadas como tendencias o novedades al gran público. Quizá el aspecto de cantantes pop como Yuri o Daniela Romo hicieran alguna alusión a tal tendencia, pero el mensaje no incluía la transgresión de los usos y costumbres sociales. Eran parte de la escenografía y nada más.
Sería en la periferia cultural que representaban los hoyos fonquis donde grupos de rock urbano emularon a las bandas del rock norteamericano (Mötley Crue, Guns n’ Roses, Quiet Riot) y la apariencia de fiesta infinita que asociaban a su propia leyenda. Cantantes como Charlie Montanna echaron mano de las pelucas y las gafas oscuras para ocultar su propio pelo y las facciones mestizas que lo alejaban del ideal racial y estético que el glam reclamaba para sí.
En ese sentido el glam, como manifestación cultural que cuestionara y confrontara el statu quo de «la gran familia mexicana», no existió. A pesar de la participación de bandas como Cristal y Acero que reclamaron para sí tal identidad, o la incursión en el movimiento del rock mexicano de personajes como Alaska e, incluso, los pantalones multicolores y llenos de flores de Paco Huidobro, guitarrista y cerebro creativo de Fobia, el glam como propuesta musical o artística es algo inexistente e irrelevante en nuestro país.
Sin embargo, la idea de quedar al margen de los movimientos que se convierten en tendencia a nivel mundial es algo que tampoco podemos aceptar. Una de las formas en las cuales se adaptan o aluden los usos culturales que reflejan el espíritu de época es la parodia. El glam se hace presente en México a través del mecanismo paródico y a través del kitsch. En el primer caso podemos ubicar el caso del grupo Moderatto, una banda de covers que nace como una broma, una parodia de las bandas norteamericanas de finales de los ochenta y principios de la década siguiente. Sin embargo, el éxito comercial que adquiere tal propuesta hace que la broma se diluya y que el grupo asuma de manera total la identidad que hunde sus raíces en el glam: el misterio de los orígenes (los integrantes utilizan nombres distintos a los que tienen en la vida cotidiana o en otras bandas), el gusto por el aspecto andrógino (el uso de maquillaje, el delineador, las cabelleras [así sean pelucas] excesivamente atendidas), la lírica en su mayoría amorosa (lo cursi elevado a niveles de poesía popular). Moderatto consigue una de las características fundamentales que el glam refleja en el campo de la moda (quizá en cierta medida de manera injusta): la reducción de su propuesta al nivel de la imagen. El vacío de significados más allá de lo que se ve.
El camino del glam a través de lo kitsch se puede observar de manera evidente en el campo de la cultura mexicana que se denomina «movimiento grupero» o «regional mexicano». Los vestuarios de muchas de estas bandas que, por otro lado, refieren también a la uniformidad impuesta por los regímenes fascistas (el vestuario es común a todos los integrantes de la banda, hay una negación al protagonismo o la individualidad; el actuar en bola llevado a categoría estética), asimilan algunos elementos del glam: las camisas de seda ajustadas y desabrochadas hasta la mitad del torso, el uso de colores chillantes y de contraste forzado, los pantalones ajustados en búsqueda de hacer evidente la sexualidad de quien lo porta, los accesorios sugerentes. Pocos, o ningún, integrante de este tipo de agrupaciones considerarían que su aspecto es femenino o poco varonil; la lírica de sus canciones y sus actitudes en el escenario abonan la suficiente misoginia y machismo como para que la sospecha de ambigüedad sexual siquiera sea insinuada.
Al principio de este texto aludía al análisis que Cristian Salmon hace con respecto de cómo el glam termina cuando el grunge aparece en el horizonte cultural de Occidente. Quienes se adhieren a tal forma de concebir el mundo comienzan a significar sus personajes más allá de la pura imagen: comienzan a contar y representar historias. Es decir, la narrativa aparece como un elemento que ayuda a significar el alcance y la influencia que tales personajes tienen en el mundo del espectáculo y en la vida cotidiana. Para Salmon el caso evidente es el de la supermodelo Kate Moss.
Si forzáramos un poco la perspectiva que da señales de ese cambio de mentalidad y de estética del aspecto mexicano nos encontraríamos, quizá, con una sorpresa. Pareciera, en tiempos recientes, que el aspecto de un grupo de jóvenes denominados «chacas (chakas)», «tepiteños» o «reguetoneros» asume en términos de significado algunos de los elementos que dieron sentido a la idea del glam. Aunque tal asimilación parece funcionar en sentido inverso.
La estética de los reguetoneros mexicanos parece emular lo que ellos consideran glamouroso: el aspecto de los cantantes de reguetón que triunfan a nivel mundial o hemisférico. La idea de las marcas de ropa o calzado exhibidas como enormes letreros ambulantes, la afición por el brillo excesivo en la joyería (el blink-blink), la excesiva y consciente sexualización del cuerpo. Lo que más llama la atención, en este sentido, es la manera en cómo los códigos de comportamiento de género se vuelven flexibles hasta niveles que parecerían insospechados en la sociedad de hace veinte años.
Hay en este tipo de agrupaciones de jóvenes, denominadas «combos», una nueva visión de los roles sexuales o de la identidad que las preferencias encarnan. En algunos casos, la participación de varones homosexuales en las tareas de construcción de la imagen de estos jóvenes es una cuestión ya no tolerada, sino asumida y alentada. El aspecto de estos estilistas es, a todas luces, la afirmación de la feminidad a través de la transformación del cuerpo: cinturas brevísimas conseguidas a partir de dietas-ejercicios-fajas-cirugías, cabelleras exuberantes, labios remarcados, cejas delineadas al extremo y maquillaje en cantidad industrial. Si uno observa con cierto cuidado podrá encontrar en éstos el aspecto que encarnaron algunos de los símbolos del glam de los años setenta y ochenta.
[pullquote]El glam, como manifestación cultural que cuestionara y confrontara el statu quo de «la gran familia mexicana», no existió.[/pullquote]
Más allá de esa reconstrucción de identidad a partir del aspecto, el papel de estos personajes dentro de los «combos» apunta también a dar directrices y estética propia a los jóvenes que participan de las fiestas multitudinarias (muchas de éstas clandestinas) en las cuales el reguetón, el perreo y la inhalación de sustancias tóxicas son el contexto común. Cortes de pelo que intentan ser vanguardistas, luces decoloradas, tintes exóticos y, sobre todo, el delineado de las cejas. Los varones asumen una actitud de aceptación con respecto de esas formas de expresión desde el cuerpo. La masculinidad no se cuestiona a partir de cómo te ves. Ha dejado de importar. Resulta atípico el hecho de que este tipo de tolerancia (que, atención, no elimina ni el machismo, ni la homofobia) haya surgido en el seno de una identidad juvenil que proviene de las clases más marginadas de la sociedad. El respeto se sigue ganando a los madrazos, pero ya no se condiciona por el aspecto. Los chicos homosexuales se lían a golpes por cuestiones diversas, rara vez por situaciones asociadas a sus preferencias sexuales o a su aspecto.
La virulencia en redes sociales con respecto de esta identidad, construida desde el reconocimiento colectivo de otros muchos que se conciben como comunidad, ha llegado a puntos retóricos de extrema violencia: «mata a un chaka», «muerte a los reguetoneros». Resulta raro que tales consignas partan de personas que se adhieren a gustos culturales y musicales, al menos en el discurso, más «tolerantes y civilizados»: rockeros, metaleros, raperos. Desnuda también el machismo asociado a cierta concepción de la música popular como territorio de ejercicio del poder y como la conservación de usos sociales que no aceptan ni permiten un cambio en su manera de ver el mundo.
Así como el grunge desnudó el vacío y el culto a la imagen estéril que mucho del glam como movimiento cultural traía sobre sí, pareciera que en la sociedad mexicana la identidad chaka desnuda el conservadurismo asociado a identidades que se supondría más tolerantes y dispuestas al cambio. Es, al menos, una forma de interpretar algunas de las cuestiones asociadas a este fenómeno.~
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