un dos
«Estoy seguro —observó su vaso vacío como si mirara un abismo— de que todo sería mejor si yo hubiera nacido en otro lugar. Lejos, ¿sabes?»
Me lo dijo tras dos horas de lloriqueos insoportables. Ofuscado, bebí de un trago mi tequila. «No puedo más», pensé, acomodándome la texana. Junto a mí, él seguía quejándose, como para obligarme a irme por la paz. El lunar con forma de 2 en su cuello me convenció de quedarme.
Aparté su vaso vacío, pedí otra ronda y me senté junto a él con una última amenaza. «Bebe —le dije—. ¿Realmente crees que estarías mejor en otra parte? ¿En qué cambiaría todo?»
Limpió su boca ebria. «¡Otra cosa sería, por completo!», arrastró. «¿Sí? Ora pues, cuéntame —me colgué de mi hebilla interminable—. Juguemos a ver tu otra vida». Oculté todo, pero por poco me confieso. Sentado contra la barra, bebí más, me revisé la chistera, le clavé los ojos: lo escuché con atención infinita.
«Cuando niño ya sentía que en esta ciudad me hundía. Oprimía mi pecho tanto edificio monstruoso, tanto coche voraz; tanto rostro me hizo encerrarme en el mío. Nacería, si pudiera elegir, en un lugar más salvaje, más abierto, con viento. Digamos que en el desierto, al norte: entre matorrales dispersos. Obligado a sobrevivir sin supermercados ni aceras, me volvería menos tímido. Sinvergüenza, incluso: cazador de serpientes, vaquero indomable, cuatrero», gritó en éxtasis; casi me emocionó.
«¿No anhelarías, si así fuera, nacer en otro lado que no fuera ese?», interrumpí, rechinando dientes. Ufano, lanzó un manotazo al aire. «¡Eso nunca! —giró en caída libre sobre su taburete— Viviría haciendo mío el mundo. Acaso, si se me metiera la idea, lo haría a mi modo. Saldría a buscarme ese otro lugar para nacer», dijo con el rostro escurriendo una sombra.
«¿Cómo así?», pregunté con la mano en el cinto. «Encontraría a ese cabrón que está viviendo mi otra vida —la cara se le iluminó, roja de alcohol—, la vida que quiero, y tomaría lo que es mío». Respingué antes de sacar el arma, pero todo fue rápido. Todavía su mano trataba de asir algo cuando le quité el saco. El pantalón, la camisa, todo me quedó pintado. «Zángano de mierda. Ahora me toca a mí, malagradecido», bufé, todavía sonando norteño; me miré en el espejo que, desde otro espejo detrás de mí, cosechaba un infinito. Sobé mi 2 en el cuello tras beberme su whisky, antes de anudar la corbata.~
Leave a Comment