Sueñoarlequino o el nuevo Rey
Un texto de Yesenia Cabrera
Para Angelito
PAPÁ ME LLEVÓ la cama. Cada noche me cuenta un cuento, pero con el paseo de hoy ambos sabíamos que ya no era el momento para una historia más. Mi papá sabe disimular muy bien, pero yo sé que le dieron miedo esas historias extrañas que murmuraron cuando pasamos junto al circo. Nunca lo había visto tan alterado. Me tomó de la mano y caminamos tan rápido que la carpa del circo desapareció en unos segundos. Mi papá cree que por ser chico no sé muchas cosas, y es cierto, pero lo que sí sé es que conozco a mi papá, siempre tan protector. Sé que inventará cualquier excusa para que no entremos al circo. Es por eso que no le puedo decir que yo vi a uno de aquellos niños.
Me siento un poco enojado, ya había quedado con papá. Nos faltaba bien poquito para entrar, nada más quedaba comprar los boletos. Pasaban muchas personas y parecía que todos hablaban en murmullos. Decían algo sobre algunos niños que habían ido al circo y al parecer algo les dio porque no han despertado de su sueño. Como siempre yo no pude decir nada al respecto; mi papá me ha dicho que no me meta en las conversaciones de los adultos, aunque sean las más tontas. Cuando los adultos le contaban a mi papá sobre los niños yo no pude evitar echar un vistazo a la entrada del circo: colorido, de cortinas rojas y naranjas por dentro; asientos de teatro forrado de fino terciopelo y olor a palomitas, a luces que salían de la carpa azul como enormes gusanos blancos; banderas amarillas, estrellas rojas impresas en la enorme carpa, globos de colores y risas de payasitos y malabaristas y ese olor, ese rico olor a palomitas. Después un niño escondido tras las cortinas naranjas llamó mi atención. Al principio pensé que era un payasito, pero no he visto payasitos tan verdes y asustados, y además usando una nariz amarilla.
Después nos fuimos a casa, y aquí estoy, acostado. Empiezo a tener sueño, me siento agotado; caigo. Comienzo a soñar con un pueblo fantasma. El paisaje es todo blanco, casi desértico, y en él comienzan a caer cosas del cielo, muebles, instrumentos musicales, negocios de feria, algodones de azúcar y hasta palomitas, como si fuera una caricatura. Todas las cosas que caen van armándose casi diabólicamente. Veo cómo muchos estantes se van formando en fila, hasta que una carpa de lona azul cae. Todo se enciende y huele delicioso. Tengo miedo, pero me gana el entusiasmo de entrar a esa carpa maravillosa y ver qué es lo que tiene dentro.
Nada más entrar me encuentro con dos pasillos divididos por un estante de madera colocado justo en medio, está lleno de juguetes. Hay dos más a los costados, conformando una increíble exhibición de juguetes. Inicio mi recorrido por el lado derecho y cuanto más avanzo, más escucho los ruidos de afuera. Desde la pared de la lona azul se reflejan luces de colores y las siluetas de personas y otras cosas caminantes que no recuerdo haberme topado afuera. Todo se bloquea… tengo unos segundos de consciencia. Me mareo, pero entiendo lo que sucede. Tengo la opción de despertar o simplemente seguir caminando por esta carpa hasta ver todos los juguetes.
Me quedo. En el estante derecho encuentro una cámara instantánea un poco vieja, pero que aún sirve. La bajo del estante y tomo una foto panorámica. Por un borde trasero sale una fotografía no muy grande. Me quedo viendo el papel y aparece una imagen, en ella están todos los juguetes de la exhibición. Pero me sorprende descubrir en la foto que todos están cambiados, tienen algo de más o algo de menos, o aparecen en distinta posición: los rostros de las muñecas de trapo y de porcelana hacen muecas, o parecen locas, los monos parlantes tocan un tambor distinto al suyo, las cajas de música están abiertas y las bailarinas se mueven en zigzag, los payasos están gritando, a los cochecitos se les encienden luces, los muñecos son de un extraño color amarillo, los conejos de peluche sacan el relleno de sus tiernas bocas, los cohetes están colocados en distinta dirección, las marionetas aparecen en posición danzante, y los muñecos parecen poseer ojos de verdad y miran hacia la cámara… Dejo de ver la captura y miro nuevamente los estantes. Todos están en su lugar. Corro hacia la salida sintiendo miradas encima, y siento el temor de quedarme ahí atrapado.
Una vez fuera escucho cosas en el aire, quizá no a gran altura, pues casi puedo sentirlas sobre mi cabeza; sin embargo, no soy capaz de ver nada. Tomo otra foto a la nada frente de mí; sale la fotografía y entonces la veo. Es una mujer reptiliana con una cola larga a punto de caerse de tan podrida que está. Posa a la cámara. Volteo alrededor pero sólo veo la calle casi vacía, con algunos puestos de paletas acarameladas y algodones. Sigo explorando el lugar, busco una posible salida, ignoro a la mujer invisible, y me pongo a caminar, todo incómodo y con prisa.
La carpa se convierte en remolque cirquero, alrededor todo comienza a ponerse colorido: focos feriales, la banda sonora de la presentación de un circo, y se escucha una pianola de fondo.
Veo un tráiler a lo lejos, está sujetado a la antigua carpa, ahora transformada en remolque. Tengo la idea de subirme y manejarlo, ya que parece el único medio de transporte posible en muchos metros a la redonda, y no confío en mis pies. Suena por todas partes una canción extraña y repetitiva, como de risas de hienas y órganos de iglesia. Tengo náuseas, algo revolotea en mi estómago. Me mantengo congelado donde estoy y siento el movimiento de cosas con garras y pezuñas. También escucho cosas moviéndose alrededor mío, como si un desfile de payasos y arlequines hicieran bromas junto a mí.
A pesar de todo el miedo que empieza a hacerme sentir como descalzo o con las piernas todas guangas, me armo de valor y camino tomando fotos de parejas de malabaristas deformes por doquier entre luces de colores violentándose. Todos se dedican a hacer lo suyo: jugar, bromear, balancearse, correr, gritar, reír como hienas de manera demoniaca; después todos vienen hacia mí, es frustrante no poderlos ver con mis ojos, sólo por fotos, tengo que adelantar sus movimientos y fallecer los míos. De nuevo volteo a mi alrededor y está vacío, sólo hay un acompañamiento sonoro a todo ese lugar. Como una gran broma.
Me subo a la cabina del tráiler, y en el espejo del conductor veo a un arlequín observándome, caminando hacia mí. El pavor me arranca un aullido, y enciendo el tráiler como puedo. Necesito escapar de eso, pero los nervios me fallan y tiro por accidente la cámara. Cae junto a la palanca de velocidades, y al hacerlo toma una foto del asiento del copiloto. Me arreglo como puedo y levanto la fotografía. Tengo miedo de verla. Sé que algo más me acompaña. Es mucho más grande que yo y presiento que temible. Pongo la foto a la altura del volante. ¡No hay nada! Vuelvo a mirar al payaso desde el espejo y aumenta de bestial tamaño conforme va avanzando.
Acelero, y mientras lo hago tomo fotos por la ventanilla. Todas esas formas de colores, grandes y pequeñas, payasos y malabaristas vienen hacia mí cual carnaval siguiendo la camioneta, como si fuera yo la corona del festival del Inferno.
Doy un volantazo hacia la izquierda, despistando a las criaturas por un momento y la saturación de figuras innombrables; algo me acompaña en este camino interminable, desierto. De pronto el camino termina y vuelve aquel escenario blanco del principio. Dejo de escuchar los gritos y la música. No los veo. Vuelvo a tomar la cámara y saco fotos hacia todas direcciones. Ninguna foto muestra nada. Bajo la velocidad hasta frenar. Las llantas dan un gran rechinido. El motor sigue encendido, pero me bajo de la cabina. Al caer mis dos pies en el suelo, extraño y blando, de ese desierto sin color, veo cómo el tráiler con todo y su enorme remolque avanza sin parar, hasta que lo pierdo de vista.
Estoy de pie a mitad del camino blanco. Quiero empezar a caminar y perderme en la tranquilidad. No tengo idea de dónde esté la salida. ¿Puedo salir de aquí?
Camino y vuelvo a escuchar los teclados de música alegre y tétrica que suenan otra vez, y con ella vuelven las risas de cascabeles como sonajas; las escucho cada vez más cerca. Apresuro el paso. La feria y el circo caen de nuevo sobre mí; ahora puedo verlos: mimos, payasos, títeres bailando y crujiendo tanto que están a punto de reventar, niños verdes de nariz amarilla, luces de colores, gusanos danzando en el suelo tragándose los pies de los niños. ¡Niños!, globos reventando, risas de hienas que me hacen sentir asechado como presa. Los malabaristas juegan con órganos viscosos, los columpios de los gimnastas están hechos de carne fresca, la sangre escurre y cae sobre mis hombros, y entonces grito porque sea acercan hienas poseídas, disfrazadas de payasos, y siguen los gritos y la música cirquera.
Intento correr y todo se detiene junto con la música, como cuando llega un Rey y todos se congelan y forman un pasillo porque hay que atenderlo. Lo miro. Mis ganas de estar de pie se han ido. Caigo hincado ante lo que viene andando hacía mí, con los brazos balanceándolos a toda prisa y los puños apretando su cetro de colores. Detrás de él, de su larguísima capa bicolor, blanca y negra, blanca y negra, blanca y negra; un grupo de niños con los ojos cerrados lo sigue, son la corte del Rey. Él tiene cuernos en lugar de rostro. Cuernos. Cuernos. La palabra se me va, pero sí me la sé. Me la enseñó la maestra, la vi con mi papá, es…es un Tricornio.
El rey da vueltas y al girarse veo sus ojos verdes y una nariz roja en lugar de una nuca. Ríe desde un estómago de dientes afilados, que rasgan su vestimenta de rombos. Está tan cerca, a tan sólo un paso, y entonces se detiene para hacer una reverencia. Sus ropas se desvanecen en hilos y gusanos, también negros y blancos, que me rodean y se arrastran a mis pies.~
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