Seres de luz
Un cuento de Pedro Alcoba
TODOS SOMOS SERES de luz pero, aunque habitamos espacios sofisticados y nos desplazamos velozmente por el cielo y el suelo, la mayoría no han aprendido. A pesar de que hace 700 años que descubrimos la transmisión de las ideas, comprender al otro les resulta demasiado difícil. Unos pocos iniciados lo consiguieron, y abrieron camino. Los llamamos los profetas. El resto de los que lo hemos intentando llevamos siglos intentando manejarnos con las ideas. Pero, a pesar de nuestros esfuerzos, solo una pequeña parte consiguieron emitirlas, los mentales, el resto se conformó con recibirlas. Aún no hemos aprendido. Y el mundo exterior sigue siendo un lugar hostil, donde los grandes depredadores campan a sus anchas. Son los guerreros.
Hace 180 años se consiguieron diseñar máquinas para transmitir las ideas a velocidad casi instantánea. La red en la que estaban interconectadas se denominó Internet. Desde que tenemos esta red nuestro mundo se ha revolucionado y hace ya bastante tiempo que toda la población puede comunicarse a distancia. La vida se ha convertido en un caos de información, es difícil abrirse camino en la maraña de ideas, intenciones, sentimientos, palabras,…pero no perdemos la fe. Los antiguos mentales van desapareciendo, aunque sus enseñanzas nos han hecho avanzar. Estamos aún aprendiendo.
A veces alguna idea se abre camino en la maraña de pensamientos y entonces muchos la repiten, pasado un tiempo incluso pasa al mundo material, forma parte de nuestras vidas en nuestro día a día. Pero los guerreros han conseguido también tener su influencia en el plano de la transmisión de información, y fuerzan a otros a tener las ideas que quieren. La lucha es ahora sin cuartel. Los pequeños grupos que resisten se inspiran aún en las ideas de luz de los mentales, pero poco a poco van desapareciendo, como desaparecieron ellos mismos.
Algunos creemos que nada brilla tanto como las ideas de luz de los precursores. Las llamamos iluminaciones, porque, como la luz en un cuarto oscuro, se extienden en nuestras mentes y nos hacen entender lo que somos y donde vivimos. Antiguamente se registraban en libros, ahora en la red. Gracias a ellas somos seres de luz. Pero a pesar de que gracias a ellas hemos descubierto el conocimiento, de que hemos multiplicado exponencialmente su transmisión con Internet, la mayoría aún no ha aprendido. La mayoría sigue sucumbiendo a la brutalidad de los guerreros.
Por eso estoy escribiendo esto.
Es 2149 y no nos queda mucho tiempo. Hemos conseguido salvar unos cuantos almacenes de contenidos de luz, del saber de los antiguos. Pero los guerreros casi han destruido nuestro mundo, apropiándose de las ideas de los más brillantes, han construido sofisticadas máquinas que casi han acabado con la vida en la Tierra. Recorremos túneles, intentando reparar las antiguas conexiones, volviendo a tejer poco a poco la red mundial, pero las conexiones fallan, las transmisión es difícil. Solo nos queda volver a las viejas costumbres, recopilar los viejos soportes y convertirlos en datos que puedan resistir el paso del tiempo. Y luchar contra ellos. Cada vez que uno de ellos descubre uno de nuestros refugios, o simplemente una antigua biblioteca, lo destruye. Odian el conocimiento porque la ignorancia les da el poder que tienen.
Hace dos meses perdí contacto con todos los demás, así que me dirigí a este refugio, quizá sea el único que queda. Cargo conmigo los discos duros que he podido salvar del otro que existía, antes de que lo destruyeran; y he venido aquí, donde todavía hay varios equipos operativos. Cada uno de ellos almacena lo esencial de una cultura. Aquí están la arquitectura, pintura y escultura del antiguo Egipto, la filosofía y sabiduría de los griegos, el derecho y la organización política de la antigua Roma. Y eso es solo una parte.
Hace unas horas empecé a oír ruido a unos cuantos metros por encima de mí. Llevan sensores para detectar nuestra tecnología, y han implantado chips a los perros para detectarnos a nosotros. Estoy casi seguro de que me han detectado. Lo sé porque hace una hora empezaron a taladrar. He enterrado los discos duros lo más hondo que he podido, he desmontado los ordenadores que permitían extraer la información y guardado todo el conocimiento que tiene cada uno de ellos. He enviado todos los mensajes que he podido por todas las redes seguras que conozco. Desde ninguna de ellas me han contestado. Creo que solo quedo yo. Y el descomunal taladro cada vez está más cerca.
No. No puede ser que quede solo yo. Simplemente las redes se han caído, eso es todo. No puede ser que hayan muerto Marta, Jose, Inma, Roberto,… Marta, sobre todo tú, no pueden haberte cogido. Deben estar en algún lado. Debéis estar en algún lugar. Sé lo que nos hacen cuando nos cogen, nos implantan chips como a los perros, nos borran la mente como si formatearan un disco duro. Nos vuelven animales y nos mandan a construir viviendas subterráneas. Pero a mí no me va a pasar eso. Ya suena más cerca, solo me separa el techo de ellos, probablemente. Así que he preparado una bomba de fabricación casera. Ahora nos llaman ciberterroristas, a ese extremo han llegado, cuando lo que hacemos es proteger el saber. Haré cualquier cosa antes de que todo esto se pierda. He tapado bien el suelo colocado varias planchas de metal que protegerán los discos duros. Luego me he sentado encima con una pantalla enfrente y un teclado en mi regazo. Y ahora voy a enviar este mensaje, lo he cifrado dentro de un programa con las coordenadas de este lugar y lo voy a enviar por todas nuestras redes. Lo he programado para que se abra espontáneamente en cada uno de los equipos a los que llegue, pidiendo ayuda, y que vengan a buscar los discos duros. El techo empieza a desmoronarse.
Soy un ser de luz. Me llamo Jaime 2º Alpha. El techo empieza a caer sobre mi cabeza. Mi mano izquierda sostiene el detonador, y la derecha el teclado. Todo está al alcance de mis dos pulgares, simplemente hay que pulsar los botones en el orden correcto.
Te quiero, Marta. Ahora voy a pulsar la tecla enter.~
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