Sanciones administrativas

Texto e intervención: Juan Mendoza

 

HE HECHO EL FIRME PROPÓSITO de sólo escribir borracho. Preparo un par de líneas gordas pensando que R.L. Stevenson inventó un personaje tan hediondo e interesante como Mr Hyde y su alter ego ñoño el Dr Jekyll bajo el influjo de la coca. Y lo entiendo. Antes de aspirar y ver mi reflejo en una montaña cubierta de nieve, desvío la mirada a las 18 latas de cerveza que recién acabo de tomar en menos de dos horas. Pienso en voz alta con una risilla idiota: “Bukowski estaría orgulloso”. Y también pienso: “orgulloso ¿exactamente de qué?”

De repente tengo que levantarme a vomitar bilis. El sabor a chela procesada y la recién vomitada me hacen recordar aquella vez que le entregué a Aurora la novela que escribí para ella. Víctor, su novio y mi supuesto mejor amigo, la leyó también. Y ambos sacaron la conclusión que Aurora y yo éramos los protagonistas, él y toda mi bola de amigos hoy examigos, los personajes secundarios, y los restantes de la Escuela: los extras (aquí es el momento melodramático donde debe sonar Stay de Belly).

Lo tranquilicé confesando que tenía razón, pero ya había superado a su noviecita. Y era cierto, en ese momento de mi iracunda y vitanda vida Aurora me importa una reverenda chingada, pero también era cierto que cuando le entregué la novela esperaba de ella una reacción. Y esperaba que su reacción fuera dejar a Víctor para irse conmigo. Por eso le eché tantas ganas y dediqué todo el tiempo a escribirla. Ella confundió mi sufrido estigma de escritor entregado a una novela con un desdén majadero e irracional. -No sabía que estaba relatando mi viacrucis amatorio con ella en 127 páginas a doble espacio en letra Arial 12 que terminé en un mes y que a la postre y con pocas modificaciones se convertiría en mi novela más leída: El Amor es Ese Charco que te Moja las Canillas . Y como en el proceso ni la pelaba decidió mandarme a la chingada. No le di importancia porque estaba seguro que debería leerla y no podía ignorar una prosa tan perfecta y romántica, así que tan luego ponerle el punto final la cargué conmigo a una fiesta de fin de curso en una casa que estaba a unas cuantas calles de la Escuela para entregársela. Me la encontré besuqueándose con Víctor y a los diez minutos se despidieron de todos. La acompañé al cuarto de las mochilas y le entregué las 127 páginas de mi (su) novela, como respuesta me tocó un beso en la boca, idiota y sin lengua, y la promesa de leerla cuanto antes, aunque no estaba segura de cuándo sería eso. Me dio la espalda y entonces entendí que Aurora y Víctor se habían programado para irse a coger por primera vez. Con esa información cayéndome de repente a mi estado anímico intenté ponerme muy pedo. Pero mi entusiasmo por la fiesta/borrachera con mis amigos decayó notablemente por razones obvias y la cerveza comenzó a asquearme. Por si fuera poco, me quedaban sólo dos cigarros. El momento en que se terminan los cigarrillos es el mismo en que se muere la party, al menos para mí y nunca estoy cómodo si no tengo algo que fumar en mis bolsillos. Por lo que me escabullí con el pretexto de ir a conseguir una cajetilla nueva. Tarántula se me pegó sin saber que yo intentaba aplicar el “ir a buscar cigarros a Hong Kong”.

En la tienda más cercana compré unos Delicados sin filtro y en el camino de regreso comencé a abrazarla y manosearla debajo de la blusa. Ella me ofreció sus labios pero de pronto todo fue vil, abyecto y mentiroso. Me arrepentí de haberle metido mano y, con un poco de asco, le di un beso pendejo y sin lengua, con el que le decía que tendríamos que dejarlo para otra ocasión, que primero tenía que finiquitar un de par asuntos.

Me encontré andando sin rumbo, sobrio y demasiado temprano en un día que yo planeaba fuera de amor correspondido y francachela. Llegué a la esquina de la Escuela y, aunque en realidad quería estar solo, no tardé en encontrarme a la vieja pandilla del bachillerato, a la banda que no veía desde que salimos de la Voca 5  porque ya estudiábamos en diferentes turnos. El Kena y el Chemotizo se conmovieron tanto por nuestro encuentro que propusieron irnos a alcoholizar valiéndoles madre sus últimas clases. Compramos unas caguamas en una tienda cercana y nos las tumbamos mero enfrente de la HH Institución. Apenas le habíamos dado dos deliciosos tragos cuando pasó una patrulla, descubrió al Chemotizo besando su botella con parsimonia y nos subieron a todos.

Nos dieron dos vueltas a lo wey en lo que descubrían cuánto dinero podían sacarnos y si valía la pena la gasolina gastada. El Tripa les pidió el paro, pero el oficial al volante le dijo que tenía que ser de a un quinientón porque ya había avisado a la Base.

—Bueno, pues entonces llévenos, gracias.

Dijo el Tripa con air de perdonavidas, esperando la negociación. Pero por esos extraños caminos del señor o quizá porque notaron que dónde nos recogieron a nosotros resultaba ser un hervidero de faltas administrativas y perdían horas/mordida en darnos vueltas para negociar menos de quinientos pesos, nos llevaron a dónde nos tenían que llevar.

Nos mantuvieron confinados en los separos de la 14ava Agencia del Ministerio Público.  Tiempo después llegó un oficial a elegir a uno de nosotros al azar (yo) para llevarlo frente a un juez huevoso que dictó sentencia: “por estar tomando en vía pública debe cumplir 25 horas de arresto en el Centro de Sanciones Administrativas y de Integración Social o una multa de 776 pesos“, ¿tienes el dinero para cubrir la multa?  (todavía el imberbe de mí toqueteaba mis bolsillos esperanzado a que un billete apareciera por arte de magia) ¿No?, bueno, oficial, por favor condúzcalo al Torito”, y hacia allá me llevaron. Mis amigos me gritaban desde la celda que no me preocupara, que irían por mí en chinga, que no me asustara, que tuviera huevos. Yo me dejé conducir dócilmente de regreso a otra patrulla. Me fui platicando con los oficiales intentando indagar qué carajos era el Torito y cuál era la mejor manera de comportarme una vez dentro.

Llegando al Centro de Sanciones Administrativas y de Integración Social me condujeron a un patio donde, con otras veinte personas, nos pusieron en una hilera. Hicieron que guardáramos nuestras pertenencias (cinturones y agujetas incluidas) en una bolsa de plástico. Nos llevaron a que oficiales administrativos tomaron nuestros datos. Nos conducían de una oficina a otra, ora con el doctor, ora con otro administrativo, ora con una secretaria. Todos me decían que en realidad no venían tan ebrio, sin embargo tenían que poner en el parte que sí, que estaba borracho y escandaloso, para justificar mi estancia, pero que no me preocupara, que si me portaba bien, allá adentro no me pasaría gran cosa. Pasé el último filtro donde una secretaria muy amable y muy fea que miraba interesada Duro y Directo me sugirió hacer una llamada a mis padres para que vinieran a sacarme.

Esperanzado lancé una señal telepática que indagaba: “¿ónde tú?” Me señaló un teléfono público de paga y le confesé que había dejado mi tarjeta en la bolsa con mis pertenencias. “Ni modo, Rey, toca desayunar frijoles”.

Chinga tu recontraputa madre…

…me condujeron al área de celdas; pasé a recoger un colchón pringoso y maloliente. Un carcelero abrió el bloque donde me tocaba pagar mis 25 horas de arresto. Hice mancuerna con un señor treintón que llevaron conmigo desde la 14ava. “Mira chavo, allá adentro vamos a permanecer juntos, el pedo es que no nos vean llegar solos porque empiezan a chingar. Tú me cuidas, yo te cuido.” Tengo que aclarar que en ese entonces El Torito distaba mucho de ser lo que se convirtió años después con la entrada del alcohólimetro y poco tenía que ver con el lugar dónde se hospedarían personajes de la farándula como León Larregui, El Conejo Pérez o Fabiruchis. Entonces estaba mucho más culero. Con mi nuevo amigo llamado Juan de oficio zapatero nos metimos mero hasta el fondo del pasillo, afuera de las celdas, y nos sentamos en nuestros piojosos colchones. Personajes siniestros nos preguntaban por qué habíamos caído. “Yo, por nada” contestaba “¿Qué? ¿Nomás de barbas?” preguntaban sorprendidos. “Beber en vía pública, pues, pero eso y nada es lo mismo porque nomás le di dos tragos a la guama y ni estoy pedo” “Chales, eso sí.”

Recargamos la espalda en la pared. No me habían cateado muy bien que digamos y mantenía conmigo la cajetilla de Delicados por la que me salí de la fiesta hace una horas. Juan había metido también de contrabando unos cerillos. Así que aguantamos el frío fumando. Un par de reos se acercaron a pedir cigarros. Hice el pecado de regalarlos sin siquiera ocurrirme que los podía vender muy caros. Me paré a echar una miadita. El baño en el complejo era sólo una celda más, con dos agujeros: una para los orines y otra para las cacas. Era la única celda que tenía luz. Mientras miccionaba un gordo  de aspecto terrorífico se puso a mi lado y sin más se bajó el pantalón y se puso a cagar. Me miraba retador mientras se pedorreaba y yo puse mi mejor cara de póker. Acabé, me la sacudí, mascullé un “con permiso” entre dientes y regresé a mi colchón. No entendí cómo era que en unas poquísimas horas había pasado de negar un caldo con Tarántula a estar encerrado en una maloliente celda. Ahí aprendí que nunca debes decirle “no” a una mujer. Nunca.

Aceptando mi destino de permanecer ahí las siguientes 23 horas me puse a platicar con Juan el Zapatero. Le conté la historia del Tío Kalifa, un cuento de Jorge Caballero que había leído hacía poco en una revista Generación. Después de cagarse de la risa me contó que él sí traía para pagar la multa, pero que de hacerlo, su esposa e hijos se quedarían sin echar papa en la siguiente semana, confesó que nos había estado escuchando en la celda de la 14ava y que le dio un chingo de risa por las pendejadas que estábamos diciendo, que los comparsas eran unos culeros y que no iban a ir por mí.  Me contó también que la chamba escasea cada vez más y que a veces no saca la raya, que ese día un compa se había disparado un aguardiente León y se lo estaban chingando con Boing de guayaba, pero que les dio ganas de mear y ahí mero los agarró la trulla, que su compa se alcanzó a pelar, pero que él no porque le dieron un macanazo en las canillas (que, de hecho, llamó chamorros y me dieron ganas de renombrar mi novela: El Amor es Ese Madrazo que te Acomoda la Julia en los Chamorros). También le preocupaba su hijo, porque andaba en malos pasos, juntándose con malvivientes y dándole duro a las drogas; cada día estaba más violento y no respetaba ni a su madre. “Chales, acepté con pena, la neta es que tú tienes un montón de broncas bien cabronas y mi única preocupación es que una vieja culera no me pela” “No hay pedo, morro, cada quién tiene su pedos internos, y las broncas que te carcomen y te vuelven pinche loco son cabronas. No importa si te estás muriendo de hambre o de amor por una vieja. Cáptalo, morro, porque es neta” Fumamos en silencio. Regalé otro cigarro, ahora a un travesti todo mal maquillado que salió de la celda de enfrente y nos anunció que le quedaba ya poco tiempo de encierro pero no podía aguantar un minuto más sin fumar. Me preguntó el precio. “Cortesía del Torito, le dije, sólo recuerda que le debes una chupada gratis a alguien…. en un futuro, cuando salgas de aquí, que conste”. Aclaré en voz alta, nervioso, para que no se malinterpretara que le estaba intercambiando un cigarro por un mameluco.

Suponía que lo más cabrón del Torito era que te dieron violín o que te pusieran una madriza para quitarte tus tenis sin agujetas o una cajetilla de Delicados (ahora a la mitad). Pero lo más perro a lo que me enfrenté fue al tedio. Las elecciones de mi vida: podía estar cogiendo con Aurora o metiéndole los dedos a Tarántula en un rincón oscuro, o poniéndome una pedota con Óscar y mis amigos en la fiesta cerca de la escuela, o en mi casa escribiendo el inicio de Una Novela Revolucionaria. Pero nada de mujeres, ni alcohol, ni literatura y entonces se me ocurrió que incluso los pocos cigarros que me quedaban eran un riesgo para mi integridad.

Pasaron dos horas desde que entramos a la celda antes que un guardia anunciara mi nombre. Y me cae que gritó “a La reja” Lo juro. Intuí que me llevarían a realizar más trámites derivados de mi sanción administrativa, cuando me acerqué, el carcelero peleaba con una generosa cantidad de llaves “Ya te vas a ir, morro, pero si la llave que sigue no es la buena ahí te quedas” Nunca supe sí era broma o iba en serio, porque sí abrió. “Aguánteme un segundo, por favor” solicité, a riesgo de que cerrara la reja y me dejara ahí encerrado. Regresé al fondo del bloque, le di la mano a Juan el Zapatero y bajita la baisa le dejé los cigarros. “No dejes que te los vean y diles a éstos pinches gorrones que me los llevé.” “Yastás morro. Buena vida”

En una oficina me anunciaron que se habían presentado a pagar mi multa, me hicieron buscar mis pertenencias en todas las bolsas acomodadas a lo pendejo en una caja de cartón y mientras me acomodaba las agujetas me despedí de los pinches cerdos administrativos. “Bueno, pues hasta luego… ¡miento!, ¡Nada de “hasta luego”! ¡espero no volverlos ver!”

A los veinte minutos que me llevaron al Torito soltaron a mis amigos “para que vayan a recoger a su cuate” y luego, luego fueron a conseguir para la fianza. Después me enteré que encontrar dinero en realidad fue rápido, pero que se tardaron como dos horas porque el primo de Jorge los entretuvo: aflojó la lana con la condición que Jorge entrara a terminar el último tiempo de un partido de fut en las canchas del barrio. El wey metió el gol del gane y el equipo se disparó las caguamas para celebrar el triunfo de la final local, con la que aseguraban jugar por el campeonato en Prados Ecatepec. Cuando se estaba haciendo la vaquita para la tercera ronda de guamas el Chemotizo recordó que yo andaba en el Torito. Le prometieron al Club Deportivo AzulGrana de San Judás que nomás iban a sacarme y regresaban a seguir cheleando.

Como ya habían pasado dos horas y cacho, la fianza había bajado, por lo que nos sobraba dinero y tiempo para llegar a pie a la cancha de futbol y comprar caguamas varias de camino. Después me olvidé de mi novela y de Aurora y de Tarántula y la neta es que ni me acuerdo qué sucedió el resto de la noche.~