Parásitos
Un cuento sobre bichos, succiones, ideas y letras, de Dan Lee
La nuca y hombros cubiertos de bichos. Así iba por el mundo el tipo. Muchos de los parásitos eran negros y peludos, de diversos tamaños y niveles de repugnancia; otros eran color rojo sangre o gris urbano, inclusive los había rosas y de aspecto tierno. Todos ellos se adherían a la piel del hombre por medio de trompas, ventosas, zarcillos, succionando su vitalidad.
Las sabandijas lo invadían sin que él lo evitara, pues siempre estaba distraído cuando sucedía. Por lo general lo abordaban mientras disfrutaba un libro, leía el periódico, charlaba con alguna persona llena de entusiasmo o conflictos. El tipo encontraba información que le imponía apretar los puños, limpiarse con disimulo una lágrima, decir “¡qué poca!”, carcajearse o levantar las cejas y abrir los labios en forma de “o”. En ese momento, de las páginas del texto, de entre las palabras de la gente, se materializaba un nuevo bicho. El parásito hendía el aire hacia el cuello del hombre, aplicaba su aguijón y se instalaba a empellones entre la succionante colonia.
El tipo parecía no prestarles atención. Ni siquiera les dedicaba una leve rascadura. Mas de vez en cuando algún bicho especialmente rechoncho o inquieto le arruinaba el sueño, le impedía descansar, abultado tras su nuca. El hombre daba vueltas, empapaba las sábanas de sudor frío sin poder conciliar el sueño. Intentaba deshacerse de la alimaña a punta de golpes, pastillas relajantes o películas nocturnas que sólo engrosaban el cuerpo de la plaga. Durante el día, la criatura lo hostigaba en el transporte público, zumbando en sus oídos; en el trabajo, lo distraía al mostrarle su imagen parásita en cada superficie bruñida, le susurraba ecos insectoides en cada diálogo con sus colegas.
Bien entendía el tipo lo que debía hacer cuando una sabandija tomaba esas dimensiones y ese nivel de entrometimiento, mas no siempre hallaba el tiempo para realizar la tarea. Había que ganarse la vida, aunque aquello implicara ir por el mundo embichado. Él sabía que, por más que lo demorara, en algún momento el peso del parásito lo obligaría a doblegar la espalda, tomar asiento e inclinarse, tomar un bolígrafo y una hoja en blanco, y derramar tinta.
Entonces el proceso de nutrición se invertía: el hombre se llenaba de brío, su mano se agitaba sobre el papel mientras el bicho se encogía y secaba, cediendo sus jugos vitales. Cuando la piel o cáscara, los pelos, las patas, antenas o bulbosidades del parásito se habían tornado delgadas, quebradizas y casi transparentes, el tipo se alegraba y escribía un punto final. Luego, se enderezaba y se sacudía el cascarón inservible, que se esfumaba en volutas de fina ceniza.~
Órale, tiene como que una influencia de Kafka, me parece. Se me hizo muy padre, cómo los insectos eran su fuente de inspiración, ¿o su gasolina?
Lo que no me gustó fue: Mas de vez en cuando… Se oye un poco raro.
Saludos
Tienes toda la razón con “Mas de vez en cuando”, podría haberse dicho de otra forma. Habrá que editarlo.
He leído muy poco a Kafka, la idea la saqueé de una conferencia que dio Cortázar sobre la creación literaria y la inspiración.
Gracias por comentar de nuevo. no dejes de escribir.