Nadie es nadie
¿Qué haces cuando siempre llegas tarde?, ¿cuándo él tiene tu vida, cuándo él es igual a ti? Un cuento de Gabriel Vázquez /ilustración de Carlos Dzul
ME LLAMO LUIS René. Mi doble nació seis meses antes que yo, teníamos el mismo nombre y apellidos. Era una casualidad ya que su familia era de otro país. Le decían Luis, a mi René. La diferencia de edades era exacta, justo medio año. Cuando nos conocimos no quisimos ver el parecido, pero todos los demás estudiantes lo notaron, haciendo bromas sobre la fidelidad de nuestros padres. Nosotros evitamos hacer caso a ello y, de manera natural, teníamos una relación que era más que de amigos, nos sentíamos hermanos, y como nos parecíamos tanto, jugábamos a ello.
Con el paso de los años nos distanciamos, él regresó a su país de origen y yo me quedé a hacer una pseudovida. Una vida normal, sin sobresaltos, estudié, me licencié, tenía un trabajo como escritor, mediocre, pero me ganaba la vida y me sentía satisfecho a pesar de no tener una casa propia ni una esposa bella con la cual compartir las noches y las caminatas de la tarde. Vivía solo y me gustaba, colaboraba en publicaciones y daba clases de literatura. Era lo que siempre había querido, una vida tranquila y sin mucho ruido. Solía dar vueltas por las librerías en busca de las novedades, para no perderme en los clásicos y desconectarme del pulso actual narrativo. Aunque siempre terminaba decepcionándome de lo que leía. Me parecía que la literatura había caído en un pozo de apariencias en las que, con decirse escritor, se publicaban cosas. Lo cual me hacía sentir bastante triste y quitarle todo el gusto a mis pesquisas literarias.
Esa mañana, mientras revisaba los anaqueles sin esperanza de encontrar algo que valiera la pena, vi mi nombre y mis apellidos en un libro y sentí un impulso eléctrico recorrer el cuerpo. Tomé la novela, ubicada en un país lejano, y vi el rostro, si no hubiera sabido que no era yo, podría haberme confundido perfectamente con el de la foto y firmado unos cuantos autógrafos ahí mismo.
Tantos años sin pensar en él, casi había olvidado nuestra historia, las bromas que gastábamos a nuestros padres cuando él se quedaba en mi casa y yo en la suya. Había pasado tanto tiempo, él tenía las mismas canas en las sienes, las mismas ojeras y las entradas en la frente. Leí su historia con ansiedad, la biografía no decía mucho, estudios de literatura, becas en el extranjero, varios libros publicados y una columna semanal en un prestigiado diario. Compré el libro y el cajero me miró extrañado cuando pasó mi tarjeta de crédito y vio el mismo nombre del autor. Sonreí.
—Es una coincidencia. No soy yo.
Llegué a casa y devoré el libro, no pude separarme de sus páginas. Había algo tan familiar en esas historias que me sorprendió. Después de unas horas había acabado con él. Pero me sentía timado. Fui a mi computadora y abrí un archivo de word que durante años había estado empolvándose cibernéticamente. Mi intento de libro.
Leí la primera de mis historias y fue un golpe al hígado, era la última del libro que acababa de leer. Revisé todas y lo único alterado era el orden. Las historias, frases, anécdotas y las situaciones eran idénticas, tanto como Luis y yo. Pensé que era imposible. Las evidencias eran contundentes. Construíamos las frases de la misma manera, aunque yo consideraba que no era una buena forma. Por ello nunca había enviado nada de eso a una editorial. Luis las había usado y, lo peor de todo, se las habían publicado tal cual.
No pude dormir, estuve en internet durante horas buscando información de mi doble. ¿Cuántos años exactamente? Doce, quince, dieciocho y sin embargo, iguales a pesar del tiempo. Tan iguales como él que se había adelantado a publicar el libro de cuentos. Siempre se anticipaba, incluso a la hora de nacer, seis meses. Quizá esos seis meses eran la diferencia entre su vida y la mía. Se me adelantó en los trabajos escolares, en el primer beso, en la primera novia, en las calificaciones, en las bromas, en las decisiones.
Había olvidado gran parte de mi pasado, de ese pasado en el que había vivido a la sombra de mi doble. Lo había olvidado porque había hecho mi vida, tenía una vida y sin embargo, ahora me daba cuenta que mi vida seguía siendo la sombra de la de él, que yo era apenas un esbozo y él era el cuadro completo.
En la mañana hice llamadas pidiendo la dirección de mi doble. Nadie quiso dármela. En internet encontré su sitio, en el que aparecía una dirección de correo electrónico, le envié un mail:
«Quizá recuerdes la escuela, cuando sacabas diez y yo nueve, quizá recuerdes a Georgina, tú la besaste primero, quizá recuerdes cuando cambiábamos de ropa y yo dormía en tu casa y tu en la mía.
Encontré tu libro. Felicidades, las historias me son muy familiares.
Si alguna vez visitas esta parte del país, avísame.
Tu Doble.»
Lo firmé así, porque sabía que sólo él entendería ese mensaje. La respuesta llegó esa misma tarde. Luis vendría pronto. Estaba encantado de encontrarme después de tantos años, al menos eso decía.
Camino a la presentación de su libro me sentía nervioso. Al llegar me confundieron con él, lo cual me pareció gracioso, pero después me dejó un mal sabor de boca y tuve que mostrar mi identificación, que, para ese efecto, sólo servía para aclarar mi nacionalidad y la diferencia de seis meses de nacimiento. Aun así hubo algunos que no me creyeron y cuando tomé asiento entre el público, sentía sus miradas. Su editor me vio sentado y me llamó, pensó que era una broma de Luis, el que el autor se sentara entre la gente. No era así. Aclaré el punto con el hombrecillo y volví a mi lugar. Luis apareció en el escenario, detrás del escritorio, Estaba disfrutando la escena que yo protagonizaba y me di cuenta que su invitación tenía mucho de broma para sus lectores y para mí. Como siempre con él, llegué tarde a la conclusión.
Al finalizar la interminable fila de lectores deseosos de una dedicatoria, pude acercarme. Nos vimos, sonreímos, revisamos cada detalle de nuestros rostros y observamos que el parecido seguía siendo exacto. El abrazo fue fotografiado por un reportero.
Tomamos whisky con soda en uno de los barecitos que yo solía frecuentar, algunos de mis alumnos se sorprendieron con mi acompañante, como era lógico pensaron que éramos gemelos. A los que tenía en mayor estima les expliqué quién era en verdad, a los demás simplemente los dejé con esa idea en la cabeza.
Me enseñó la foto de su ex esposa, sin hijos. Me contó de sus viajes y de sus experiencias de vida. Tenía una gran cuenta de banco, le habían comprado los derechos de varios de sus libros y había películas en camino. Yo disfracé un poco la mía, dándome cuenta que, en efecto, él estaba viviendo lo que yo quería y que había llegado tarde.
Pasaron muchos meses en los que nos escribimos. Le envié algunos textos. Después de haberlo visto tuve una gran sed de escritura. Escribía por las mañanas, como lo había hecho en la juventud. A mi doble le parecían sorprendentes mis escritos y decía que sería un éxito masivo que escribiéramos un libro entre ambos, que lo presentáramos así, los dos. Las vacaciones se acercaban y prometí aceptar su invitación.
Me recibió en el aeropuerto y subimos a su camioneta, llegamos a una casa en la cima de una montaña, dominaba toda el área a través de sus ventanales. En su estudio sobresalían las fotos con gente famosa y reconocida en distintos ámbitos, gente que yo solía leer y admirar. Luis con ellos, sonriente. Tomamos whisky, era obvio que nos gustara la misma marca. Dijo que el proyecto ya había sido enviado a la editorial, que les había encantado. Me sentí un poco incómodo. Otra vez se había adelantado.
Nos quedamos despiertos hasta tarde, recordando anécdotas, divirtiéndonos con el pasado. Pronto me di cuenta que para él eran más divertidas las historias que para mí, porque yo siempre había sido el segundo. Para pasar el mal trago, bebí de un sorbo mi whisky, me disculpé argumentando cansancio, que el viaje había sido muy largo.
En la mañana me descubrió en su estudio, observando los reconocimientos, las cartas de sus lectores, las felicitaciones de otros escritores. Sentía la amargura en cada cosa que veía, sentía que me invadía una ola de frustración, como en la juventud. Como en la noche que lo vi pasar con Georgina, con Paula, abrazándolas, y quise golpearlo hasta matarlo.
Sentí ese mismo impulso cuando me saludó.
Lo acompañé a su editorial, pero no quiso que entrara con él. Lo esperé en un bar viendo esa ciudad que comenzaba a gustarme. Regresó una hora después con el original mecánico de lo que sería nuestro primer libro juntos, pero en la contraportada no existía nada de lo que me había dicho. El libro estaba a su nombre y los textos eran todos míos. Me había robado. Cuando le reclamé se disculpó diciendo que era un error de los editores, que ya lo estaban corrigiendo, sólo quería enseñármelo.
Su explicación no me calmó. Por la noche vimos su álbum fotográfico, yo no recordaba que nos hubieran fotografiado tanto, y sin embargo había muchas fotos de nosotros juntos, que no reconocía. Parecían la vida de alguien más.
Los días pasaron entre la quietud de montañas y ventanales a la ciudad. Hubo jornadas que disfruté más, otras fueron no amargas, abúlicas. Me acostumbré a ese lugar, era natural, era lo que siempre había querido y ahora lo estaba viviendo. Aunque sabía que eso llegaría a su fin.
No me quedó otro remedio.
No había otra opción.
Él tenía mi vida.
Fue un golpe certero que no dejó sangre.
La caldera de la casa sirvió para desaparecer su cuerpo.
Estaba nervioso cuando entré al auditorio.
Era la primera lectura que hacia en voz alta.
La presentación de mi primer libro.
El hombrecillo que había sido el editor de Luis me regañaba diciendo que parecía un principiante. Me ofreció un whisky y lo acepté para aclarar mi garganta.
Yo era un principiante, pero tenía ya un público que había leído mis historias, con el nombre y con el rostro, pero con otra personalidad que ya no existía.
A partir de ahora yo nunca más llegaría tarde a nada.~
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