Paraíso Perdido: Mutis

Un cuento de Cecilia Magaña, y parte del «Paraíso Perdido»

 

1

ENCENDIÓ LA TELEVISIÓN esa mañana y ahí estaba, en una serie de escenas mudas, mientras el conductor del programa anunciaba que habían encontrado su cuerpo en la madrugada.

—Parece que se ha ahorcado, sin embargo, aún no hay una declaración oficial de…

Sentado en el sillón, viendo ahora una fotografía en la que el actor sonreía, Arturo entreabrió la boca, pegó la barbilla al cuello y comenzó a emitir los sonidos que hubiera hecho si la escena a doblar fuera la de su muerte.

—¿Qué te pasa? —preguntó Violeta con el cabello revuelto, de camino al baño, mientras él jadeaba en un último intento por tomar aire.

—Robin Williams se suicidó —despacio, contagiado por su modorra.

Ella fue a sentarse junto a él. La luz de la televisión iluminó su cara aún hinchada por el sueño. Violeta le puso la mano en la rodilla. Él correspondió pasándole los dedos por el abdomen redondo y tenso.

—Lo siento —dijo ella, mirando la pantalla y moviéndose suavemente adelante y atrás, con las piernas apretadas.

—¿Por qué nos vas al baño?

—¿Ya viste el twitter?

—Ve al baño.

—No —se levantó inclinando el cuerpo hacia atrás, como hacía desde el sexto mes.

Arturo le tendió la mano para ayudarla: alguna vez había hecho un ejercicio en la secundaria en el que había llevado una mochila colgada hacia delante durante toda la jornada escolar. La maestra de Ética había dicho que era un experimento para que los muchachos sintieran lo que era el embarazo adolescente. Lo había olvidado hasta el día en que Violeta llegó del trabajo con una prueba de embarazo en la bolsa. Pregúntame qué es esto, lo había retado, haciendo malabares con la caja. Él había contestado alguna tontería: una lista de cosas absurdas, seguramente con la voz de Robin Williams. A Violeta siempre le había gustado su voz de Robin Williams.

La vio moverse por la sala y buscar en el librero donde él solía esconder los celulares.

—Fría, fría —la animó usando la voz, y ella giró el cuerpo con esa lentitud que ahora la caracterizaba.

Ella hizo pucheros y volvió a la búsqueda, entrecruzando las piernas.

—¿Crees que salga más trabajo?

—No sé… —respondió con su propia voz, la de Arturo. —A menos que quieran que doble material inédito…

Pero Violeta ya estaba arrastrando los pies hacia el baño con el smartphone en la mano.

 

2

Arturo: Se murió Robin Williams.

Padre: (Silencio)

Arturo: Más bien se mató.

(Ruidos al masticar algo crujiente)

Padre: ¿Ya hicieron la ruta al hospital?

Arturo: Lo encontraron ya muerto, papá.

Violeta: (Aclarándose la garganta después de tragar un bocado) Dos veces, señor. Todo está fríamente calculado.

Padre: (Silencio)

Arturo: (Con la boca llena) ¿Me pasas la sal?

Violeta: (Riendo bajito y luego llamándolo apresuradamente) Mira, mira… tu hijo.

Padre: ¿Está pateando?

Violeta: Uy, uy, no… se está acomodando. (Inhalando y exhalando)

Arturo: (Haciendo su voz de Robin Williams)  Muévete, perra.

Padre: ¿Qué dijiste?

Violeta: No le haga caso, señor. Es un juego que tenemos.

Arturo: Mi hijo va a ser un cabrón… (y replicándose a sí mismo con la voz de Williams) Cabrón, mi abuelo.

Violeta: Ay, ay, espérate, no me hagas reír.

Padre: (Silencio)

Arturo: Ya, pues.

Violeta: Ahí va, ya…

Padre: (Silencio)

Violeta: (Risa)

Padre: No entiendo.

Violeta: Arturo dobla la voz del bebé cada que hace algo.

Arturo: Habla como Robin Williams, papá.

(Cubiertos contra porcelana / el sonido de un vaso que posándose sobre la mesa / carraspeo indefinido)

 

3

Se estiró y movió los brazos para agitarse mientras decía la línea. En la pantalla, Williams acababa de recibir un golpe de Al Pacino. No era tan bueno para hacerla de villano, pero quien había hecho la selección de escenas seguramente había querido captar todas sus facetas. El guion cerraba con una escena de «La Sociedad de los Poetas Muertos», por supuesto.

—Eso salió fatal. Vamos otra vez —sonó la voz metálica de Mario en lo alto de la cabina.

—Bien, vamos.

Movió los pies y las manos, dando brincos, abriendo y cerrando la boca. Quería pensar que era una especie de tributo. No quería llamarlo despedida, después de todo, aún se estaba terminando de editar la última película de Williams.

—¿Estás listo?

—Listo, señor —era un reflejo tan natural, usar SU voz.

—Vamos a encontrarte otro actor.

El ligero crac del micrófono al momento que Mario dejó de oprimir el botón, lo desconcentró.

—¿Cómo?

—Ya encontraremos otro. Con las series sale mucho trabajo…

La sonrisa al otro lado del cristal era sincera.

—Yo manejo un rango más amplio que Martínez —se paró con las manos en la cintura, sabiendo que era imposible que le saliera la pose de superhéroe: su cuerpo demasiado delgado y el cabello siempre revuelto lo hacían ver como caricatura.

Mario asintió, había oprimido el botón de nuevo, como si fuera a decir algo más, pero no lo hizo. Tal vez porque no quería hablar más de Martínez, quien solía doblar a Heath Ledger.

—Por eso tú haces a Williams —dijo al fin, y el ligero tronido al cerrar el micrófono resultó más molesto que antes.

La escena en la pantalla volvió a correr y la voz de Arturo entró ligeramente a destiempo.

 

4

Arturo: ¿Así está bien?

Violeta: (Quejándose) Espérate. No, no, así… así.

Arturo: ¿No te duele?

Violeta: No pienses si me duele, tú síguele.

(Roce de sábanas / respiración agitada)

Arturo: Ahí no te alcanzo.

Violeta: (Gruñendo suavemente) Me acomodo y sí alcanzas.

Arturo: Ya no debes moverte tanto.

Violeta: (Inhalando y exhalando) Así, síguele.

Arturo: Pero…

Violeta: ¡Síguele!

Williams: Se va a romper la fuente.

(Movimiento indistinto)

Violeta: No hagas eso.

Arturo: ¿Qué?

Violeta: Usar su voz ahorita.

Williams: Antes te gustaba.

(El clic de una lámpara / movimientos / roce de la ropa)

Violeta: Antes no estaba muerto.

Arturo: Pero ahora es la voz de Junior.

Violeta: ¿Junior?

(Resortes de la cama / arrastrar de pies)

Arturo: ¿A dónde vas?

Violeta: ¡Al baño!

(Pasos amortiguados por un tapete / golpe de plástico contra porcelana / chorro de orina constante)

Arturo: Antes te gustaba.

Violeta: (Suspirando) Se me salió decirle a Ana y ella me dijo que es de mal agüero.

Arturo: Es un juego.

(Rodar del tubo de papel higiénico / corte / pujido)

Violeta: Es raro.

Arturo: (Silencio)

(Sonido del water / otro pujido / llave y chorro de agua corriendo)

Violeta: Sólo prométeme que no vas a decirle Junior.

Arturo: Pero se va a llamar Arturo.

Violeta: Prométemelo.

 

5

—Hasta me dio permiso de llamarlo Artwo, con tal de que no le diga Junior —Arturo doblaba la servilleta sobre la mesa. Recientemente había alcanzado la destreza suficiente para hacer un perrito sentado.

—¿Artwo?

—Por la «Guerra de las Galaxias» —le dio la vuelta al triángulo que había logrado y empezó de nuevo.

—Nunca entendí eso —su mejor amigo lo contemplaba con el tenedor en la mano.

—Yo sí, un poco…

—No lo de Junior, lo de «Star Wars»… ¿qué clase de nombre es Citripio?

Arturo se encogió de hombros y marcó el segundo doblez, deslizando la servilleta contra la orilla, a un lado de la charola donde aún quedaban restos de su hamburguesa.

—Mi papá todavía me dice Junior —inclinó la cabeza para doblar el cuello del futuro perro. Seguían la patas.

—¿Y cómo te sientes con eso? —su amigo señaló lo que Arturo había dejado sobre la envoltura de aluminio y se lo llevó a la boca. —¿Te gusta ser Junior?

—¿Te gusta psicoanalizarme? —levantó la vista sin soltar su proyecto de origami.

—Me encanta —se chupó los dedos uno por uno y sonrió. —Violeta tiene razón.

Arturo se inclinó sobre la mesa, faltaban sólo la cola y las orejas.

—Por eso es Violeta.

 

6

Violeta: (Diciendo algo ininteligible con voz amortiguada por la almohada)

Arturo: (Revolviendo las sábanas) ¿Qué? ¿Ya es hora?…

(Resortes del colchón / movimiento)

Violeta: (Con la voz clara) Todavía no…

Arturo: Pero te está dando lata…

Violeta: No.

Arturo: (Silencio)

(Roce de la piel contra la sábana / resortes)

Violeta: Tengo miedo…

Arturo: No tengas…

Violeta: Haz que hable…

(Movimientos en la cama)

Williams: Claro, aquí está su pendejo para entretenerlos.

Violeta: (Riendo con una risa que termina por convertirse en un sollozo)

Arturo: ¿Qué pasa?

Violeta: Sigue…

Arturo: ¿Que siga yo o él?

Williams: Ya está de caliente otra vez…

Violeta: Se está moviendo.

Arturo: A ver…

Violeta: Espérame… (Quejándose al reacomodarse). Aquí está… ¿lo sientes?

Williams: ¿Me sientes, putito?

Violeta: (Riendo y haciendo con la nariz)

Williams: Ora, puerca.

Violeta: (Carcajeándose y luego volviendo a quejarse suavemente) ¡Arturo!

Arturo: ¿Quién, yo? ¿O Ar-two?

 

7

Sentado en los sillones de piel en la sala de espera, Arturo miraba el paquete de servilletas que había traído de la cafetería sin entusiasmo.

—No quiero que tengas esa imagen en tu cabeza —le había dicho Violeta, recuperando por un momento la tranquilidad vacuna en su mirada.

Violeta ojos de vaca, solía decirle antes de que se casaran. Y volvió a decírselo al despedirla, sin querer soltar la camilla frente a una puerta con el letrero de acceso restringido.

—Todavía puede vestirse si decide entrar —había dicho una enfermera, señalando la cofia azul en su propia cabeza.

Pero Violeta había movido la cabeza.

Arturo buscó el reloj sobre la máquina de refrescos y volvió a restregar las manos contra su pantalón. Tomó la primer servilleta y empezó a doblar.

 

8

Enfermera: ¿Qué es eso?

Arturo: Son perros.

(Rechinido del asiento de piel / sonidos de pasillo / campanilla de un elevador lejano)

Enfermera: En un momento más la pasaremos a su habitación, pero el bebé ya está en los cuneros.

Arturo: ¿Puedo verlo?

Enfermera: Claro, por aquí.

(Pasos de goma / sonidos de las llantas de un carrito de servicio / murmullos / voz de una mujer mayor haciendo expresiones guturales de ternura / golpecitos contra una superficie de vidrio.)

Enfermera: Por favor, no toque, señora.

Arturo: ¿Cuál es?

Enfermera: El que están terminando de bañar.

Señora: Felicidades. Mi nieta es la chiquita de acá.

Enfermera: Le aviso cuando pasemos a su esposa.

(Pasos de goma / golpe suave contra el vidrio)

Williams: ¡Ayuda, ayuda!

Señora: ¿Perdón?

Arturo: El mío es el que llora, allá atrás.

Señora: Felicidades… (tronido de boca y nueva interjección de ternura) ¿Es el primero?

Enfermera: Por favor, no se recargue, señor.

(Fricción contra el vidrio / carraspeo.)

Enfermera: ¿Va a querer los perritos?

Arturo: Agarre los que quiera.

Enfermera: Gracias… (pasos que van y luego vuelven) Felicidades.

Williams: Primero mi prepucio y ahora mis perritos…

Señora: ¿Viene solo?

Arturo: Mi papá viene en camino.

Señora: Qué bien… (gimoteando y dando golpecitos de nuevo) Mire, mire, ya viene: ¡Qué chapeteado está! ¡Qué hermoso!

Arturo: Sacó la complexión de su mamá.

Señora: ¡Y cómo llora! Si no fuera por el cristal…

Williams: Sáquenme de aquí…

Señora: ¿Cómo?

Arturo: (Inhalando y exhalando)

 

9

Entró al departamento a oscuras y palpó en el librero, en busca de la cesta de mimbre donde había escondido el celular. Escuchó tres pitidos rítmicos. Sólo podían ser de su padre. Estornudó e hizo un segundo intento, pero terminó por encender la luz.

Estornudó tres veces seguidas y reanudó la búsqueda. Movió los tomos más delgados de su colección de novelas gráficas. El smartphone brilló detrás de Maus. Arturo volvió a estornudar. Tal vez su padre tenía razón. Guardar esos libros era acumular polvo. Y con el bebé…

Dio unos pasos hacia atrás y miró el mueble. Lo había rescatado de casa de su padre durante la última mudanza. Pasó el dedo por la madera de uno de las repisas y volvió a estornudar.

—¡Junior! —la voz subió por el pasillo y se coló por la puerta entreabierta.

—¡Ya voy, papá!

Arturo encontró un perrito en su bolsillo, lo desarmó para limpiarse la nariz y fue a la habitación. Luego volvió a la cocina por una bolsa del súper para guardar lo que Violeta le había pedido. La lista estaba tatuada en azul sobre otro perrito desdoblado. Celular, bolsa de maquillaje, un par de calcetines extra y una almohada que no cupo en la bolsa pero Arturo llevó bajo el brazo.

Los tres pitidos del claxon, seguidos del llamado se volvieron a escuchar.

—¡Ya voy!

Dio un último vistazo a la lista, escrita con la letra de Violeta y leyó: los calcetines y la almohada son para ti… Se detuvo en la puerta con unos tines color de rosa en la bolsa de plástico.

Pasó la mirada por el departamento encendido. Cerró con llave.

 

10

Violeta: (la voz más aguda, unos tres años más joven) ¿Y no es difícil?

Arturo: Es cosa de entrenamiento. Todos tenemos un rango, como los cantantes.

Violeta: Sí, pero… (bebe algo, traga y continúa) ¿No es como forzar la voz?

Arturo: No, no… tú puedes tener muchas voces, sólo que has elegido una.

Violeta: (Haciendo un ruido con la nariz) No, yo no escogí mi voz.

Arturo: Claro que sí, la escogiste desde el principio y sólo cambió cuando se alteró tu aparato fonador.

Violeta: Eso suena horrible… ¿Cuándo se alteró mi aparato fonador?

Arturo: En la adolescencia.

Violeta: ¿Y el tuyo también cambió?

Arturo: No mucho, si le preguntas a mi padre…

Violeta: (Masticando algo) ¿Puedes imitar su voz?

Arturo: (Fingiendo una risa y luego carraspeando) No, pero puedo hacer todas las voces de Robin Williams.

 

11

Camina por el pasillo del hospital con la bolsa y el olor de Violeta resguardado en la almohada que lleva bajo el brazo. Al final está la puerta con un adorno que las enfermeras le recomendaron que comprara en la tienda del hospital: una cigüeña que carga un pañal y el mensaje «It’s a boy!», rematado con un listón azul.

En la sala de espera, justo antes de llegar, un hombre tan despeinado como Arturo se ha quedado dormido en uno de los sillones y sujeta el control remoto. El anuncio de la última película de Williams aparece sin sonido y Arturo se detiene para mirarlo.

Toca a la puerta y lo escucha llorar. Sujeta la perilla con la mano húmeda y la bolsa de plástico con los encargos de Violeta colgando de su muñeca. Intenta pensar en una frase que pudiera decir Williams, respira y da la vuelta al picaporte.

Adentro, la voz de su hijo llena la habitación a pesar de ser una cosa pequeña que mueve los brazos sobre el regazo de su mujer. Ella lo mira con sus ojos vacunos y una mueca que él no le conocía en los labios.

Arturo los contempla.

No sabe qué decir.~