Lost Causes

Un cuento de Ira Franco /fotograma de Fall Over (Banks, 2013).

 

DE HABERNOS CONOCIDO antes, nada de esto hubiera ocurrido. Yo era una chica entrada en carnes, pero con buenas formas y nunca faltó quién me quisiera. En cambio tú, por tus fotos, pareces siempre una larga rama con algunas hojas verdes en la punta. La corteza de tu piel es blanca y me pregunto cómo llegaste hasta la mitad de la vida con el mismo color de cuando eras un bebé. ¿Te has escondido del sol todo este tiempo? Desde muy joven me dediqué a ir de cama en cama. El sexo como el movimiento corporal para el conjuro del presente. Casi no recuerdo a nadie, eran tan sólo corredores en la misma pista: hacíamos una salutación como de karatekas, nos acercábamos para olfatearnos y no dábamos a la tarea. Así pasaron varios, quince, dieciocho, treinta. Quién puede contarlos a todos. Sólo hay dos que aún asaltan mis recuerdos. La semana pasada, sin ir más lejos. La radio tocó una canción de Beck que solía conmoverme mucho. Lost cause, se llama. Veo que la conoces, claro. Si estás en ese tipo de escena musical es indispensable para el adiós. Dura exactamente 3 minutos con 48 segundos y es todo lo que necesitas para que se te arruine el resto de la tarde, la semana, algunos momentos del mes quizás. ¿Has notado lo difícil que es escuchar una canción completa en la radio? Esta vez era como si la hubieran puesto para mí, ya sabes, todo el kit del destino en el que no crees o no crees siempre. Entonces algún DJ en la radio puso Lost Cause y lo vi a él, ese tipo con el que viví algún tiempo. A veces recuerdo su bicicleta de montaña o sus dientes chuecos, pero ahora lo veía mostrándome aquél lunar que le empezaba en el pubis y le recorría hasta la parte interna de la nalga. ¿Puedes creerlo? Un buen día me tomó de las manos y me dijo que yo tenía que ver su lunar —que era en realidad una mancha de nacimiento— y que esperaba que no me burlara de él. Tenía que rasurarse para poderlo enseñar. Nunca entendí cómo alguien podía burlarse de un lunar pero él lo decía con tal seriedad que parecía estar revelando un monstruoso órgano extra, una mano escondida en el tórax, el vestigio de un hermano gemelo al que mataste para sobrevivir. Lo vimos, su lunar. Hicimos muchas veces el amor después de verlo, pero no me dejaba olvidar que él me lo había mostrado y cuánto le dolería que yo contara su secreto o se asomara el mínimo gesto de burla. Lost Cause me recuerda a ese hombre como un gato dormido en la ventana, vulnerable y a la vez tan imperante en su lugar de fantasma. La canción me trajo a la memoria sus ojos suplicantes.

[pullquote]Desde muy joven me dediqué a ir de cama en cama. El sexo como el movimiento corporal para el conjuro del presente.[/pullquote]

Después de tanto tiempo entendí por qué lo recuerdo a él y no a otros, con los que tuve una relación mucho más larga o más formal. Se me escapan. Sólo él es algo vivo, más que una anécdota, algo como su mancha. Escuchando la canción pensé en esa pareja de la obra de Beckett, Gogo y Didi, que quieren irse, pero al verse frágiles, incapaces de amarrarse las agujetas, prefieren esperar  junto a un árbol y esperar algo que quizás no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí. ¿Tiene algún sentido? Bueno, quiero decir, eso es exactamente lo que pensé aquél día de Lost Cause.

El otro que recuerdo es el hombre con el que duermo ahora. Pensarás que es fácil, que lo tengo todos los días, que no se puede olvidar a quien se tiene a diario. Piénsalo bien. ¿Cuántas veces has olvidado a alguien que aún está a tu lado? Que me den un tiro si el matrimonio es gente que piensa en el otro.

Por eso lamento no haberte conocido antes. Si hubieras llegado antes, tú serías el segundo y no el tercero, como ahora, y nada de esto hubiera ocurrido.~