Contra los molinos de viento: del Quijote a James Bond
Un cuento de Bernardo Monroy
-1-
ME LLAMO FILIBERTO Bernal y a mis doce años soy el agente secreto mejor entrenado del mundo.
Corren los años setenta y la Guerra Fría está a todo lo que da. Los rusos quieren acabar con los países capitalistas, como Inglaterra y Estados Unidos. El mundo es un hervidero de espías por aquí y por allá, mientras bailamos al ritmo de bolas disco vestidos con pantalones acampanados. Es una buena época, sobre todo si eres un adolescente superdotado.
Me encontraba en el centro comercial cuando un muchacho de mi edad se acercó a mí. Llevaba pañoleta roja atada al cuello, camisa hawaiana y pantalones blancos tan ajustados que sus nalgas parecían dos melones. «Buen día, agente Bernal», dijo, sonriendo. «Soy Alexei Karpenko. Venimos de la Operación Molinos de Viento». Nos encontrábamos en la planta alta del lugar.
Pensé en todas las maldiciones que se te pueden ocurrir, por las cuales tu madre te lavaría la boca con un costal de jabón en polvo. A principios de los sesentas, la Unión Soviética fundó el Proyecto Molinos de Viento, que consistía en entrenar niños desde el momento de su nacimiento. Las criaturas aprendían a usar armas a los seis años y a los doce ya eran máquinas asesinas al servicio de la hoz y el martillo. Por cada espía como yo había cientos de ellos.
—¿Qué quieres? —le pregunté—. Estoy de paseo mientras mis padres hacen las compras y mi hermana mayor se compra una falda a go go.
—Lo que siempre hemos querido, camarada Bernal. Matarlo. Matarlo a usted y a todo lo que representa el Presidente Richard Nixon y la Reina de Inglaterra. ¿Se atrevería a pelear con nosotros en medio de un centro comercial?
Mi respuesta fue darle una patada directo al estómago. El impacto lo hizo caer desde el barandal del segundo piso, para aterrizar en una fuente. En ese momento toda la gente en el centro comercial me miró. Corrí lo más lejos que pude cuando vi a otro muchacho sosteniendo una ametralladora y una guadaña. Supuse que era otro miembro del Proyecto Molinos de Viento, porque no hay muchos chicos de doce años usando armas.
Entré a una tienda de artículos musicales repleta de instrumentos y discos de acetatos. Se llamaba «American Pie». Escuché I want you back de los Jackson 5, seguida de Rasputin de Boney M y Stayin’ Alive.
—Lo que me faltaba —susurré—. Música disco. Vaya porquería.
El agente soviético disparó a una imagen de César Costa. Qué bueno. Con sus sweteres me cae gordo. Los clientes se agacharon por inercia mientras yo corría hasta él y lo desarmaba de un puñetazo.
Corrí hasta el tercero y último piso del centro comercial, donde se encontraba el cine, que ese día estrenaba «La espía que me amó», la más reciente cinta del agente James Bond. La verdad era que me aburrían las películas de 007, porque lo que él vivía yo lo enfrentaba a diario. Es como si tú te divirtieras con una película sobre oficinistas o niños estudiando.
Justo cuando me proponía sentarme a descansar, una muchacha de catorce años salí de la sala. En una mano sostenía una hoz y en la otra un martillo. No hacía falta ser un agente secreto entrenado para saber que esas armas acabarían en mi corazón y mi cráneo, respectivamente. Aquella tipa era la agente Ivánovna, mi archienemiga.
—¿Tienes una pregunta para antes de morir, agente Bernal? —me dijo.
—La verdad, sí: ¿por qué se llama el proyecto Molinos de Viento? Es por el Quijote. ¿No? Si ustedes son rusos no debería llamarse «Proyecto Dostoievsky» o como el policía ese mamón que sale en «Crimen y Castigo»?
La chica no respondió, simplemente arrojó su hoz directo a mi cara, pero la esquivé sin problema.
—¡Eres un farsante, Filiberto Bernal! —me recriminó—. Sabes que todo lo que vives es una mentira. Ni eres un agente secreto, ni son los años setenta ni estamos en un centro comercial. Lo que necesitas no es salvar al mundo de la Rusia Comunista sino enfrentar la realidad.
Aquellas palabras me noquearon peor que una bola de demolición dirigida directo a mi cara. Salté directo a donde estaba Ivánovna, para arrebatarle el martillo. Fue cuando abrí la boca que ella arrojó una pastilla a mi boca. Fue entonces cuando comencé a sentir sueño. La solté y caí de rodillas y finalmente, me acurruqué en el suelo para dormir.
¡Me habían derrotado. Mis enemigos rusos me habían derrotado!
-2-
Filiberto Bernal estaba dormido en su cama. Usaba una piyama con estampados del agente 007, concretamente de la película Skyfall. En los muros había posters del famoso agente británico a lo largo de sus diferentes caracterizaciones: Sean Connery, Roger Moore, Pierce Bronsan y Daniel Craig. A un lado de la cama se encontraba un librero con todas las novelas escritas por Ian Fleming, el creador de Bond: Dr. No, Desde Rusia con amor, Vive y deja morir, Goldeneye, Casino Royale… no faltaba una sola. También abundaban carritos a escala de los diferentes Ashton Martin y BMW que aparecían en las películas producidas por Albert Broccolli.
Ni siquiera cumplía los trece y Filiberto ya era un coleccionista consumado del agente vestido para matar cuyo nombre era peligro.
La doctora Anita Inánovna se cercioró que el somnífero hubiera hecho efecto en Filiberto y casi de puntillas salió de su habitación. Bajó a la sala de la casa, donde los padres del muchacho la esperaban, con un gesto de preocupación.
—¿Cómo sigue? —preguntó su madre.
—Mi deber como psiquiatra es no darles falsas esperanzas. Y la verdad es que sigue muy mal.
—¿Qué tanto es muy mal? —preguntó su padre. Su aliento apestaba y se movía tambaleándose. Dio un trago a una cuba que sostenía desde que la doctora llegó. Cuando su hijo comenzó a enloquecer, el señor Bernal se entregó a la bebida.
—Tan mal que creo que no habrá mejoras en un buen tiempo y tendremos que sedarlo. Su hijo presenta un trastorno demasiado inusual. Tanto, que yo juraba que solo existía en la novela de «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha», de Miguel de Cervantes. Como sin duda sabrán, en ese libro el personaje protagonista, Alonso Quijano, se queda loco por leer muchas novelas de caballería. A su hijo le pasó algo similar, pero por leer demasiadas novelas de 007. En el Quijote aparece el personaje de Sansón Carrasco, que es un tipo que quiere obligar al protagonista a dejar de andar haciendo locuras. Es la voz cuerda en la novela. Yo soy la Sansón Carrasco de su hijo, que perdió la razón después de ser… demasiado fanático de James Bond.
—A ver, a ver doctora Ivánovna —siseo el señor Bernal-. No me ande dando clases de literatura que ni sé, ni me interesa. Vaya al grano: mi hijo tiene cura. ¿Sí o no? ¡RESPONDA, CHINGADA MADRE!
El señor Bernal arrojó el vaso con cuba a una pared. Ya estaba demasiado ebrio. La doctora Ivánovna no lo culpaba. Sabía suficiente del cerebro humano para sentir empatía.
La señora De Bernal dio una caricia a su esposo y miró a la doctora a los ojos.
—Discúlpanos, Anita. Estamos preocupados. Eres amiga de mi hija mayor, y entenderás lo preocupados que estamos. Nuestro hijo tuvo un ataque de locura en el centro comercial. Creyó que estábamos en una película de los setentas, entró a Mixup y causó destrozos y luego fue al cine. Golpeó a dos muchachos sin razón aparente. Tendremos suerte si sus padres solo nos demandan y no nos meten a la cárcel.
—No se preocupe, señora. La entiendo perfectamente. Permítame retirarme. Le juro que los tendré al corriente de lo que pase con Filiberto. Y por favor, dígale a su esposo que ya no beba.
La pareja acompañó a la doctora a la puerta, quien subió a su coche, que paradójicamente, era un BMW.
Mientras tanto, Filiberto Bernal soñaba. Unas aventuras en las que era uno de los mejores agentes secretos del mundo, en una época de barras y estrellas contra hoces y martillos, en una tierra de fantasía donde un menor de edad podía entrar a un bar y pedir un Martini «agitado, no revuelto» y salvar al mundo en la mañana para llegar en la tarde para cenar.
Pero en realidad no era una joven réplica de James Bond, sino Don Quijote contra los molinos de viento que cree son gigantes y a diferencia del famoso agente con el Dr. No, nunca en el mundo de la literatura podrá derrotar.~
Leave a Comment