Licuado energético
Por Tzuyuki FloRo
LLEGARON Y SE sentaron en una de las mesas del fondo. La miss Yola andaba ahora con un look que no me gusta del todo, como si ya se hubiera hecho a la idea de su edad o algo así. El cabello muy corto y además canoso, aunque la pude ver antes, cuando Armandito iba a la escuela, con el cabello a media espalda y castaño claro. Luego se lo cortó debajo de la oreja y se lo pintó color caoba, pero ahora. Qué susto. Iba acompañada por uno de los nuevos instructores de zumba, Rudy, el moreno de bíceps poderosos y muslos firmes y grandotes que dicen que viene de Acapulco.
Todas las nuevas socias del gimnasio se habían inscrito sólo a la clase de él, rara vez iban a la yoga, al pilates, a las caminadoras o a nadar. Sólo estaban en el gimnasio por ver su paquete metido en unos pantalones de ciclista y sus duros pectorales dibujados a través de la playera de licra y sin mangas.
La maestra Yolanda es de las más respetuosas clientas del café, del gimnasio en sí. Siempre llega y saluda muy cordial, si sabe tu nombre se detiene y te da un beso y un abrazo como si no te hubiera visto en años. Es amiga de Mari, una maestra universitaria delgadita, entrada en los cincuenta, más seria, pero igual de amable y de cabello cortito. En ocasiones llegan aparte, pero se encuentran en el área de bicicletas, hacen su rutina y se van juntas.
Ella pidió un jugo verde y él, extrañamente, porque siempre pide el licuado de tomate y betabel, pidió en esta ocasión un licuado energético de plátano con miel y nueces y me miró entornando los ojos, como esperando que lo trajera rápido.
La cosa según lo que pude oír iba así: miss Yola quería festejar en grande el cumpleaños número cincuenta y uno de la maestra Mari y para ello necesitaba la ayuda del instructor, lo que yo no captaba era para qué. Quizá para ponerle una nueva rutina de ejercicios, más acorde con su nueva edad y su ritmo de vida.
Pedí a Lauris que preparara una ensalada de manzana con nuez y mango para la socia de la mesa cuatro y me apuré con uno de los licuados para poder oír a la información sobre el festejo.
Este look que se anda cargando ahora la teacher Yola no le favorece en nada pues ella siempre ha sido más coqueta, chispeante, incluso, cuando fue maestra de Armando, llevaba al colegio vestiditos en verano y sandalias de tacón, con su cabello ondulado al viento. Esta apariencia práctica, como de corte de hombre pos como que no le va. Las canas por supuesto siempre la hacen a una parecer más vieja y la miss hasta luce apagada.
Pues ese día para terminar de completar la mala facha, la miss llevaba un pants azul marino con una franja blanca en cierre de la chamarra y una gorrita de beisbol para rematar. Como infraganti, como quien no quiere la cosa. Pero si ya todos la habíamos visto, aunque esta vez entró sin hacer mucho aspaviento y sin saludar cariñosamente a todo el mundo, pero yo la vi, Laurita la vio, todos la vimos entrar a la cafetería y escoger justo la mesa del fondo para hablar con el maestro de zumba.
Terminé de hacer el licuado de miel y plátano y fui a dejarlo. Me puse a recoger cada una de las boronas de la mesa de junto mientras era ahora ella la que me veía con impaciencia.
—Ahora le traigo el suyo,—volteé a decirle, y me fui aprisa a la cocina.
La maestra Mari, seria, doctora en administración, le dio clases también a Armando pero ya en la universidad. Muy buena, muy exigente. Siempre consiente mucho a la miss Yola. Viene y le encarga su jugo o su licuado y se lo lleva. Le carga la maleta al salir. La espera para irse juntas. Dicen que son comadres.
Ya varias veces en la cafetería habíamos comentado que esa apariencia era como de tortillas. Pero no sabíamos bien a bien si realmente las maestras andaban en algo.
Llevé el jugo verde.
—Aquí tiene, miss, ¿algo más?
—Así está bien, muy amable, Almita.
Pero me quedé juntando las tazas de café de una mesa próxima mientras oía que en efecto, la miss le quería dar una sorpresa a Mari, algo que no olvidara y que era un deseo de las dos.
Rudy sorbía con el popote mientras la miraba fijamente. Se ve que ahora quería agregar más proteínas a su dieta, de otra forma no me explico por qué pidió el licuado. Ella no había tocado su jugo.
—Y pues las dos lo queremos y nos parece que eres la persona adecuada. Digo, tu físico es maravilloso, encantador y por supuesto, sabemos que eres maduro, respetuoso y necesitamos absoluta discreción.
Claro, las maestras armarían un trío con Rudy, las dos enrolladas en la cama sobre este morenazo, comiéndose entre ellas y dándose un atracón con él.
Era de obvio. Esa forma de abrazarse, de tomarse de la mano, de preocuparse cuando la otra se siente mal y venir a pedir un tecito para que se mejore, no es nomás de amigas, estas mujeres con cara de mustias sí que disfrutan la vida, pensé y una cosquilla aguda en la entrepierna me hizo sentir algo de envidia por ellas. Regresé corriendo a la cocina para preparar otra ensalada con fresa, queso y espinacas pero desde la lejanía no pude dejar de verlos. Ella tocándole los hombros, el pecho. Él pasando su mano por debajo de la mesa para sobarle la rodilla.
Supongo que en algún momento mi mirada los puso incómodos, pues la maestra se levantó y puso un billete de a cien pesos sobre la mesa. Pasó frente a la barra, me sonrió como siempre y el profesor de zumba se fue detrás de ella.
Los miré con envidia. Yo sólo quería un licuado.~
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