Las bandas de covers me deprimen

Un bar, bandas de covers, música, una chica y un chico. Tensión en el aire… un cuento de Gabriel Vázquez G.

«LAS BANDAS DE covers me deprimen», dijo ella, mientras yo disimuladamente dejaba de mover la cabeza al ritmo de la canción. A pesar de que el grupo me parecía que hacia una decente versión de «here comes your man», ya no canté y le dije que tenía razón, que «las bandas de covers eran terribles», que «sus historias musicales están llenas de frustración», que son una «muestra de fracasos y de falta de creatividad, atrapados, haciendo como si fueran suyas las canciones de otros, son un desperdicio».

Ella sonrió ante mis palabras.

Entonces, nos entendimos. Al menos pretendimos entendernos. Porque yo no estaba realmente de acuerdo en eso de que las bandas de covers fueran deprimentes. Sólo lo dije para agradar. Ese es uno de mis problemas, intentar agradar a las mujeres,

Bueno, debo aclarar que algunas bandas sí son deprimentes, sobre todo cuando los cantantes tienen una dicción de perro atropellado. Pero en muchos casos hay músicos fuera de serie, pero que vieron mala suerte, mala cara, o nacieron con mala estrella… yo que sé.

Eso no lo iba a discutir con la chica más guapa de la oficina y no iba a permitir que ese mal entendido musical se interpusiera entre nosotros. El bar estaba lleno y dos covers de Metallica y GUns n´Roses después, la banda, por suerte para mí y para evitar que mi invitada se deprimiera, se tomó un descanso.

Bebí un largo trago de la cerveza. El dos por uno siempre me ha dado buena suerte en las relaciones personales, por eso acudo a los bares en los que abiertamente lo promocionan. Pagar más del doble por una cerveza siempre me ha parecido una estupidez, sobre todo si es por una cuestión de estatus. Por eso lo considero una tontería, o un gasto absolutamente innecesario.

Cuando la música bajó de volumen, charlamos. Concienzudamente evité los temas de la oficina. No quería enroscarme en la fotocopiadora, ni en los emails o actualizaciones del estado de los colegas. No quería hablar del último memorándum del jefe a todo el personal en el que nos pedía que limitáramos las tazas de café a favor de la productividad. Quería hablar con ella, que me conociera, que viera que sí, que no había sido un error aceptar venir a tomarse algo al bar conmigo. Hice lo mejor que pude. Traté de hacerla sonreír con mis chistes. Con uno que otro ella hizo una mueca cercana a la sonrisa.

Lo bueno de los bares es que la iluminación no te permite ver exactamente si la persona que tienes frente a ti se está aburriendo mortalmente o está contenta. Así que puedes esperar que pase lo segundo, más que lo primero. En el caso de ella yo temía que saliera nuevamente la banda y efectivamente se deprimiera. Arruinando mi noche por causas que ni siquiera podía controlar.

Cuando mis chistes dejaron de provocar una ceja levantada, empezamos a observar a la gente del bar. Había una pareja de novios que evidentemente era recién comprometida. Se les notaba porque no se soltaban las manos ni siquiera mientras bebían sus margaritas. Más cerca del escenario estaba un grupo de cajeros bancarios, con las corbatas aún anudadas hasta el ahorcamiento, compartiendo jarras de vino barato. Había un grupo de jóvenes, con el pelo en la cara, cayendo por los hombros, con playeras viejas de bandas que se habían separado antes de que ellos nacieran. Esperaban con ansia que volviera el grupo.

La banda volvió al escenario. Los guitarrazos me remitieron a Interpol y su PDA. Fue una sorpresa. No podía dejar de mover los pies y de tamborilear. Cantaba olvidando a mi invitada, elevando la voz en «you’re so cute when your frustrated dear». Ni por un segundo pensé que ella se diera por aludida con la frase. Tan inmerso estaba en la canción que no reparé en ella y en la forma en la que apagaba el cigarrillo en el cenicero.

Por suerte la canción terminó. Sonreí a modo de disculpa. Levanté los hombros y abrí mucho los ojos, cosa que hago cuando quiero decir que lo siento, sin decirlo. Las notas de Ask, de los Smiths hicieron que nuevamente yo comenzara a cantar, sonriente. Lo hice porque pensé que la canción era un buen tema de fondo para nuestra primera cita. Ella sonrió. Su rostro se iluminó con las primeras palabras. La canción pareció gustarle. Volteó al escenario y algo en ella cambió. A pesar de la oscuridad, del hielo seco, del humo de los cigarrillos, pude ver que su rostro se descomponía mientras observaba en el escenario a la banda, y al cantante que intentaba reconstruir a Morrissey en sus movimientos afectados y en el copete.

«Esa es mi canción» dijo y se levantó. Caminó hacia el escenario y se paró frente al vocalista, que ya no volteó a ver a nadie más que a ella. Yo encendí un cigarro y me tomé la cerveza que ella prácticamente no había tocado. La canción terminó y se fundieron en un beso. Yo me quedé mirándolos. No dije nada. No hice nada. Dejé la cuenta. Me enfundé en mi abrigo y salí a la calle. Odiando a las bandas de covers como nunca antes.~