La vida a destiempo
La vida a destiempo. Un cuento de Manuela della Fontana/ ilustración de Carlos Dzul.
NUNCA PENSÉ QUE la aventura llegara tan lejos. Por un momento, me sentí sofocada. La ventana abierta no dejaba adivinar el frio que se intuía fuera en la calle. Me desabroché un botón de la blusa y respiré hondo. Que la vida a veces empieza demasiado pronto o a destiempo, es algo que todo el mundo sabe. Y aunque tarde, era justo ahora, a punto de embarcarme en este viaje imposible, cuando me daba cuenta.
Dejé el libro abierto sobre la mesilla sin conseguir leer una sola línea y miré el correo nuevamente. Necesitaba confirmar lo que ya sabía: debía presentarme en los próximos días en la sede de la Mars One para lo que sería la última etapa del proceso de selección, seis meses de nuevas pruebas en aquel angosto zaguán de Ámsterdam incomunicada del mundo.
Unas horas antes me había despedido sin mucha convicción de mis padres, del resto de la familia lo había hecho las semanas previas. En el fondo daban por hecho que volvería pronto, nadie en su sano juicio me imaginaría surcando el espacio lejos de mis cosas y con una escafandra en la cabeza.
Aun así, me habían preparado una gran fiesta. Como quien va al patíbulo y se desliza por sus últimas horas de vida, me agasajaron con mi comida preferida y con el mejor vino, traído de Italia que era mi favorito. Hasta me habían hecho regalos; una bufanda mi madre por si pasaba frío en la estación interespacial, un álbum de fotos mi hermana por si, viendo sus caras felices, conseguía reunir el valor que siempre me ha faltado. Incluso mi sobrino, me había hecho un dibujo vestida de astronauta para que llevara conmigo.
Pero me quedaba lo peor, despedirme de Javier. Ambos habíamos iniciado la aventura juntos, juntos nos habíamos inscrito en la agencia espacial y juntos habíamos trazado planes sobre cómo sería nuestra vida lejos de este mundo. No lo dudamos cuando nos enteramos que la empresa holandesa Mars One, buscaba voluntarios para un viaje a Marte sin fecha de retorno. Una suerte de experimento que nos abriría las puertas a una experiencia nueva y a un montón de dinero, no en vano la aventura sería retransmitida a modo de reality show por las televisiones de todo el mundo.
Nuestra vida por entonces era escurridiza y voluble, lo confieso. Tan aburridos estábamos de una vida sin alicientes que la simple idea de abandonarnos en el espacio nos pareció la única solución a todos nuestros problemas. La noche que nos conocimos, el primer día de las pruebas, mientras fantaseábamos como sería nuestra nueva vida mirando al cielo, nos sentimos más próximos que nunca. Nos abrazamos en silencio y pusimos música en un viejo tocadiscos. Luego nos entregamos al amor con avaricia, atesorando aquellos instantes que tal vez nunca más volveríamos a vivir.
Después vinieron meses y meses de pruebas, de estar recluidos en un destartalado zaguán en Ámsterdam. Pruebas en las que debíamos demostrar nuestra capacidad de supervivencia y nuestra salud de hierro ante miles de aspirantes y en las que expertos de la Agencia Espacial Europea, que participaba en el proyecto, supervisaban cada día nuestros progresos.
Lo más duro fue acostumbrarnos a la falta de gravedad y demostrar una estabilidad psicológica fuera de dudas con tediosos test que ponían a prueba nuestra resistencia mental. Fue entonces cuando Javier, llevado por el agotamiento y por el sentido común, se descolgó del proyecto. Aquellos días fueron convulsos, días de llevarse todo por delante y de reproches. Tardes furiosas en las que, como niños, discutíamos por todo y nada. A veces, en el silencio de nuestras charlas y ante la imposibilidad de convencerle a seguir adelante, me venía abajo. No conseguía apartar la imagen de un Javier ya lejos de mí, nos comportábamos como Adultos fingiendo madurez cuando lo que queríamos era ser adolescentes y estar juntos. La cama se quedó fría, y la música que cada noche nos había acompañado cesó sus acordes hasta convertirse en un remedo barato de aquellas otras que tuvimos en nuestros primeros días.
Volví a Madrid tres meses después que él. Las pruebas espaciales habían dejado un paréntesis lo suficiente largo como para permitirnos saborear de nuevo las mieles de una convivencia, que se abría paso con la normalidad de quien vive de un modo provisional. Javier encontró trabajo en una escuela enseñando Literatura, y yo comencé a trabajar en una gestoría, un trabajo mal pagado pero que nos permitía afrontar las facturas a fin de mes con cierto desahogo.
Y así era nuestra nueva existencia, alejados de fantasías inalcanzables cuando un correo, hace dos semanas, me devolvió a una realidad que creía olvidada. Una realidad escurridiza que ahora me pesa y en la que sin embargo me recreo con la secreta esperanza que todo sea una broma del destino y mi vida gris de siempre vuelva a asomarse al abrir los ojos.
Javier está a punto de llegar, la mesa está puesta y la música de siempre, nuestra música suena en el tocadiscos. En la habitación, la maleta a medio hacer se resiste a emprender tan largo viaje, y yo, asomada a la ventana sin atreverme a mirar al cielo y con un nudo en la garganta solo pienso en abrazarle y mandar todo al diablo.~
Leave a Comment