¡Hay vida en Marte! #vozed_cuento
RAYOS DE LUZ que apenas me permiten observarla. Delante de mí, Marte. Aún no sé si me he acercado a ella.
Noto el calor cubriendo mi cuerpo de pies a cabeza. La tengo en frente. La invado. Derribo sus duros, ardientes muros. Continúo mi travesía como aquel que no sabe a dónde va; consciente de que no lo sé, consciente de que es lo único que quiero hacer. Grandes monstruos de fuego, preparados para matarme, se amontonan sobre mi cabeza, como si el cielo fuera a prender. Observo el cálido contraste de colores. Entre tonos amarillos, rojos y naranjas…y monstruos, que me dicen que me retire de su territorio, voy sin control. Aún no sé si me he acercado a ella.
El cielo se vuelve azul, sorprendentemente azul, ninguna nube, ni siquiera una ráfaga de aire. Césped. Ando mirando al frente, con la cabeza alta, altísima, pensando que aquellos contrastes amarillentos habían desaparecido para siempre. Respiro tranquilidad. Me invade un sentimiento de relajación que me hace sentir a gusto.
Repentinamente estoy en caída libre. Cada vez noto más el calor. Me desplazo entre nubes. Se avecina la tormenta. Dicen que la lluvia purifica aquello en lo que cae, que tras ella siempre hay un nuevo comienzo. Y me detengo, parece que he llegado al suelo. Sigo vivo. El suelo no es suelo, siguen siendo nubes. Inestables y lluviosas. Me engañan para seguir en mi camino hacia el interior de Marte. Pero aún no me he acercado a ella.
¿Qué habrá en este planeta? Cuando era más pequeño imaginaba un mundo lleno de felicidad, libertad y dulzura. Yo quería que este fuera mi pequeño secreto. No iba a compartirlo con nadie. ¡Marte es mía!
Mis párpados comienzan a cerrarse, presos de la alta temperatura. Ya no siento mi cuerpo. No sé dónde me encuentro. He perdido la cabeza buscando a Marte. Ya no tengo energías para seguir con sus enrevesados juegos. Porque estos son juegos. Me considera una ficha sobre un tablero, y yo me dejo hacer. Tengo la esperanza de ser su ficha preferida.
Frías gotas resbalando sobre mi cabeza me despiertan. Me había dormido. No sabía cómo. Ella había vuelto a cambiar de juego. Ahora yo debía apaciguar la tormenta. Quiero volver a la Tierra, ¡que le den a Marte!
Rizados cabellos (supongamos que hayan sido ocasionados por el calor) castaños. Casi amarillos. Ojos marrones, que a veces se volvían verdes después de jugar al juego que a ella más le gustaba: «Inundación». Pretendía arreglar cualquier grieta de su mundo con gotas de pura vida. La vida que proporciona el agua. Cuando esto no le funcionaba, avivaba el fuego, aún más grande que el que ella misma podía soportar. Marte no sabía exactamente lo que deseaba hacer con su mundo. Marte no era consciente de que para mí era el mundo.
Desde que inicié este viaje, tratando de llegar al fruto que se esconde detrás de esta cáscara cubierta de paisajes tenebrosos, cálidos, aunque a veces furiosos, he tratado de complacerla. Estoy muy cerca de ella.
No puedo formar una idea en mi cabeza. No puedo verla. Ya no sé qué es lo que hay en Marte. Camino por un desierto, en el que no hay ni cactus. Es un desierto diferente. Ironía de la vida… hasta el desierto se parece a ella. ¿Qué quiere que haga? En mi mente me estoy poniendo a sus pies. En la realidad también. Pero no quiero alimentar su ego.
Experimento colores vivos… ¿qué me habrá preparado ahora? Distingo un rosa, que no es llamativo, y que a pesar de ser un color excéntrico me da la sensación de que representa felicidad. Los cielos ahora se han envuelto en ese color, desde lo alto y desconocido, hasta tocar el suelo, formando un degradado que, en ciertos lugares, dejan entrever la luz de un Sol muy próximo.
La tengo a dos pasos.
Había esperado tanto este momento que cuando al fin la tuve enfrente, solo pude estar callado.
—¡Habla, inútil!
Marte se está dando aires. Seguí callando.
—Aprecio lo que has hecho para llegar hasta aquí. Nadie en su sano juicio hubiera pasado por tanto. Nadie hubiera sido lo suficientemente fuerte.
Sus palabras eran un deleite para mis oídos, pero a la vez me parecía que esto sólo era un vaso de agua para un hombre muy sediento. No era esto lo que yo necesitaba. Dos palabras y para casa. Mi mundo estaba lejos de mí, aunque estaba a escasos metros. Todo el calor, todos los panoramas de los que presumía no eran más que un engaño. Marte por dentro es Plutón.
Pero ocurrió, se acercó, sentía las hondas. Me besó, y entonces cobró sentido el viaje. Marte y yo descendimos a la Tierra,. Ella seguía siendo para mí el pequeño paraíso lleno de enredaderas en el que antes me había metido, solo que ahora ya no pertenecíamos a ese mundo, tampoco a otro, ahora estábamos en un territorio intermedio. Estábamos en Versalles. Pero la única que tenía que renunciar a las armas era ella. Un trato justo, al fin y al cabo.
Creo que el que ha salido perdiendo he sido yo. Marte es caprichosa, me trae loco. Busco la manera de satisfacer sus necesidades pero el «ni tanto, ni tan poco» parece ser su lema en la vida. Cada paso que doy tiene que cuadrar perfectamente en otros mil caminos, buenos o malos, que ya he cogido. No sé porqué no puedo renunciar a ella.
Quizá Marte confíe en mí para ser el planeta perfecto que pueda acompañarla durante una vida, que encaje en el mismo sistema planetario que ella. Decepcionarla no es una opción. Si ella cae, me caigo yo, y es jodido amar así a alguien, pero mientras haya pruebas de que ella también me ama, a su manera, a pesar de sus juegos, de las tormentas y del fuego, voy a ser el que siga a su lado esperando el equilibrio, que tiene que llegar algún día.
¡Sí! , hay vida en Marte… la mía.~
Un cuento de Nicoleta Birca (Huşi, Rumanía, 1998) @nico_bir1, para #vozed_cuento, versión #marcianadas.
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