Habitación 505

«Pensó en su novela, en el personaje en el que se había convertido, en su argumento sin sentido. […] Esta vez su historia tendría otro final» Un cuento de Manuela della Fontana /fotografía Daido Moriyama.

 

NO REPARÓ EN lo que estaba a punto de hacer, hasta que en el ascensor del hotel se desabrochó el cuello del abrigo con nerviosismo y se retocó una vez más el rojo de labios. El sabor del bourbón todavía le quemaba la boca. El espejo le devolvió una mirada que no reconocía, una mirada ausente que, a pesar de ser la de siempre, se empeñaba en ocultar bajo el disimulo de un manto de maquillaje trasnochado. Comprobó su pelo de nuevo y, tras volver a su sitio un mechón alborotado, sonrió sin convicción antes de enfilar el pasillo. Pelo rubio cenizo, sucio, el vestido de tubo, de una pieza, negro, impoluto; hacia contraste con los labios rojo intenso. Ella se había convertido en una mentirosa que salía con la luna, buscando el modo de espantar los demonios, esos que cada noche, después de la última copa se burlaban de ella hasta que ya no quedaba nada, ni siquiera el rastro de su mala suerte: No había manera de que pudiera entregarse a alguien sin remordimientos.

Salió del ascensor y se detuvo en la primera puerta, apenas a unos pasos por el pasillo. Escritora de día e intento de mujer fatal de noche. La noche se había convertido en una dulce obligación, en un suspiro; y los hombres en melodías afónicas que como un viejo disco, giraban y giraban en un intento de darle sentido a su soledad, una soledad en la que se refugiaba pero que la asfixiaba. El sexo había pasado a ser un medio, no un fin. La timidez del día, sin saber cómo, era sustituida por descaro, por temeridad. Se había acostumbrado a espiar los pecados de otros, arañando sus palabras para luego, con los primeros rayos de sol, convertirlos en personajes en cada uno de sus escritos. Pero siempre quedaba como espectadora.

Levantó la cara, se ajustó el vestido, dio unos pasos y volvió de prisa hacía la puerta del ascensor. Sabía que la pasión muchas veces puede convertirse en una fuerza devastadora, capaz de destruirlo todo cuando una no se siente satisfecha con su vida. Sentía latir su corazón, era el miedo de hacer algo que no sabía cómo saldría. Pero esta vez quería que fuera distinto. Esta vez el personaje sería ella, un personaje escapado de una fotografía de Moriyama, un fundido en negro, otro episodio para olvidar entre sollozos o entre suspiros. Ella realidad y fantasía a la vez. Quería que su historia no fuera la de siempre, una historia a medio escribir, necesitaba cambiar el argumento. Deseaba dejar a un lado su vida fácil y monótona de mujer burguesa. Quería hacer realidad sus sueños más inconfesables y para conseguirlo estaba dispuesta a todo, incluso a llegar a las últimas consecuencias.

Se recargó en la pared. Giró la cabeza y vio el largo pasillo. Unas seis o siete puertas, todo en penumbra. Todo era absurdo, ni siquiera le conocía. Tan solo un par de mensajes desordenados en un chat de media noche y el deseo de que la llevaran al rincón más oscuro del bar. Tal vez fuera eso lo que la sedujo desde el principio, eso y el deseo. Se movía de forma torpe, torpe su juventud y torpe la desenvoltura con la que se movía en sus proposiciones más tórridas. Quería compartir folios en blanco, besos que encajasen como un punto y coma entre las líneas de su historia sin sentido. Le costó decidirse, ni siquiera la ceguera del momento, la dulce locura de la pasión a la que entregarse con prisa la liberó. Una cita en un hotel con la oscuridad como abrigo. Un beso a oscuras, tal vez no solo uno… ese fue el trato.

Al final del pasillo, la puerta de la habitación 505 estaba entornada. Abrió despacio, miedosa y a tientas se coló dentro tropezando con lo que parecía una silla mal colocada. A pesar del golpe, todo simulaba estar dormido. Trató nuevamente de recordar que estaba haciendo allí. La puerta seguía abierta, que fácil escapar, que fácil volver al ascensor que le devolvería a su vida gris de siempre, pero ya era tarde, muy tarde. Sintió la  respiración y el roce de unas manos y un cuerpo que rítmicamente se afanaban por no dejarla marchar. Un susurro se le escapó, luego ella también buscaba su boca, una boca nueva que hasta aquel momento no conocía y que, aunque acababa de descubrir, por un instante le pareció que siempre hubiera sido suya.

No estaba segura de lo que hacía, el bourbon lejos de infundirle el valor que le faltaba, le engañaba los sentidos; su mano perdida en el cuello de él le recordaba su cometido. El abrigo ya en el suelo, su vestido abierto, el corazón desbocado… Fuera todo era silencio, pero allí en medio de la nada, de una habitación con sabor a culpa, la caricia fría de sus manos le devolvía a su realidad. Intentó  abandonarse mientras trataba de arrancarle de la otra boca algo más que gemidos. No, no podía volverse atrás. Pensó en su novela, en el personaje en el que se había convertido, en su argumento sin sentido. Otro susurro ahogado, su boca callada… Esta vez su historia tendría otro final. Esta vez sí…~