Exhalofobia
¿No son molestos, muy molestos, los que respiran fuerte, miran el teléfono o hablan en el cine?
DANIEL ENTRÓ A la sala cinematográfica con una tonta caja de palomitas azul. Odiaba asociar las palomitas con las películas, pero lo consideraba una idiotez moderna irremediable. Quería ver una película y ya. Sentarse a no-ver cómo se escurrían otros 120 minutos de su vida clavado en la vida de alguien más. Se sentó a un asiento de distancia de un hombre que resoplaba con cierta pesadez cada vez que exhalaba. Asmático, pensó Daniel. O histérico. O una a partir de la otra. Otras dos mujeres se convidaban pasitas con chocolate a tres butacas de distancia. No había para dónde hacerse. Daniel estaba atrapado allí, a sólo una butaca de distancia del asmático. Como siempre, midió los pros y contras: el ruido del celofán y las risitas de las mujeres contra las torpes exhalaciones del tipo. Cualquiera de las dos opciones terminaría por teñir su experiencia. Tendría que añadir «fobia al tipo que exhala con dificultad» a su imaginario libro de fobias cinematográficas. Miedo a que el tipo haga un sonido asqueroso al besar a la novia: salivababafobia. Miedo a que la tipa mantenga su celular prendido, ese pequeño resplandor de la pantalla que si bien no interrumpe indica que aquella persona no puede dejar de enviar mensajes de texto. Estar-sin-estarfobia. Fobia a las patadas en el asiento, a los niños llorones, a los que explican, a los que permanecen inmóviles toda la película haciendo que nadie pueda moverse a gusto. Permanenciafobia.
—Disculpe ¿es usted de los que hablan en la película? preguntó de pronto el tipo de las exhalaciones.
Daniel no podía creer que la pregunta fuera dirigida a él. Sus meditaciones sobre los extraños seres que pueblan las salas cinematográficas lo habían dejado ciego a la posibilidad de que quizás alguien pudiera considerarlo uno de esos seres.
—O quizás es usted de los que mastican palomitas. Sí, bueno. Está bien. Se puede vivir con eso, tampoco hay que ser quisquilloso.
Daniel no supo qué contestar. Quería decirle que no era él quien exhalaba como si estuviera conectado a un pulmón artificial, quería decirle que él, Daniel Sentíes, a diferencia de tantos, iba al cine a dejarse conmover por la película. ¿Cómo? ¿Es que no me reconoces? Soy un cinéfilo elegante. No soy uno de esos estúpidos que andan por allí con ganas de entretenerse. Para mí el cine es el tejido mismo de la vida. He visto películas de Bergman. Soy de los que entienden los chistes de Woody Allen. ¿Es que no se me nota? Quiso decirle todo esto, pero no pudo. Sólo pudo sonreír como un… soy un idiota un idiota un idiota un idiota.
El de las exhalaciones pesadas comprendió de inmediato que le había tocado un idiota por compañero de butaca. Esa sonrisita quería decir que, efectivamente, mascaría sus palomitas para que todo el cine lo escuchara, aún peor, era un gesto que justificaba lo que vendría después. Aquellas palomitas estaban esperando a una novia que llegaría tarde. Toda la fila tendría que mover las rodillas y esperar a que su silueta negra dejara de estorbar la escena clave de la película. Ya una vez había dejado pasar a una de esas noviecitas y se odió a sí mismo por no haberse cambiado de lugar a tiempo. El paso de la mujer le había sacado de la ficción y el resto de la película luchó contra sus pensamientos como si fueran moscas pertinaces. ¿Cómo era posible entender la encrucijada del protagonista, a punto de suicidarse, si no había visto la escena donde platicaba con una madre fría y lacónica? ¿Por qué había llegado tan tarde? ¿Estaría con otro hombre? Seguro. Y esa tarde quizás, el hombre que le había comprado las palomitas y la había esperado con ansia dejaría de ser su novio.
El hombre de las exhalaciones estridentes tomó entonces la única decisión posible: apenas se apagaran las luces, se cambiaría de lugar.
Desde su butaca, Daniel seguía pensando qué hacer acerca del asmático, que de pasivo ser-molesto-de-los-cines se le había convertido en una amenaza latente. La sonrisa con la que había contestado ese atrevimiento del asmático aún le dolía en el orgullo.
—El tipo es un ignorante, pensó. Yo jamás le he espetado a un desconocido en el cine. Esas cosas hay que mirarlas desde una barra más alta. El tipo es un, es un… barato. Y no. No como palomitas una vez que empieza la película. Para que lo sepas. Yo soy de los que ve la película.
Entonces, las luces de la sala se apagaron. El tipo de las exhalaciones se paró de la butaca y se fue a sentar unas cuatro filas hacia atrás. Daniel resoplaba como un toro humillado por los engaños de las mantas rojas. A la mitad de la película se movió hacia las filas de atrás. Fue a sentarse justo al lado del asmático. No supo por qué.~
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