Ensayo sobre lo profundamente humano
«En una ciudad cualquiera, en una avenida cualquiera, en un bar cualquiera, Nina y el Doctor Martin comparten un par de cervezas. No nos llama particularmente la atención: hay otros tantos individuos haciendo exactamente lo mismo; no obstante, esta peculiar pareja de un maestro y su alumna son sujetos de un experimento social del cual, sin saberlo ellos ni quererlo nosotros, es imposible sustraerse.» Un cuento de Nadia Orozco/ ilustración de José Luis Calvo.
“Hay dos formas de ver la vida:
una es creer que no existen milagros,
la otra es creer que todo es un milagro.”—Albert Einstein
I
EN UNA CIUDAD cualquiera, en una avenida cualquiera, en un bar cualquiera, Nina y el Doctor Martin comparten un par de cervezas. No nos llama particularmente la atención: hay otros tantos individuos haciendo exactamente lo mismo; no obstante, esta peculiar pareja de un maestro y su alumna son sujetos de un experimento social del cual, sin saberlo ellos ni quererlo nosotros, es imposible sustraerse.
Sucede que así, sentados juntos después de cerca de un año de no verse, los ha encontrado la casualidad. Casualmente, el Doctor Martin está de visita en esta ciudad, como lo ha estado frecuentemente en otras desde hace más de 20 años. Casualmente, su vieja alumna de la facultad, que ahora da sus primeros pasos como maestra, se enteró de su visita y se ofreció a servirle de compañía durante su estancia. Casualmente, la primera clase del profesor invitado terminó bastante tarde, y fieles al espíritu bohemio que a veces acompaña a los académicos, aquel bar todavía abierto les extendió una silenciosa e inescapable invitación. Casualmente, la cerveza estaba buenísima. Casualmente, la plática les resultaba a ambos deliciosa. Casualmente, es bueno reencontrarse de vez en cuando.
En virtud de la naturaleza experimental de este encuentro, sería una afrenta dejarle todo a la casualidad. Aristóteles no nos dejará mentir. Salvo Dios, todo es efecto de una causa. Ocurrió pues que la pierna de Nina rozó la de su entrañable mentor, quien sentado a su lado sintió algo moverse en su interior. Nina retiró la pierna con la sorpresa que le provoca a un niño tocar por primera vez un gato, pero lo disimuló porque, hemos dicho, la plática era deliciosa y no ameritaba interrumpirla por un descuido así. Aquél algo que se movió en el Doctor Martin respondió al instante ante este alejamiento, y le provocó estirar la mano para, gentilmente, regresar la pierna de Nina a la posición en la que la cercanía ofrecía a ambos un cierto grado de certeza.
Salieron del bar un rato más tarde, con la nota jovial y reconfortante que proporciona el alcohol cuando en justa medida se comparte. Caminaron tomados de la mano un rato, y sus pies los llevaron alegremente a la pequeña habitación de aquel hotel de medio pelo en el que la universidad había hospedado al profesor. Intercambiaron un par de frases y posteriormente, otros intercambios más amables, pero infinitamente menos casuales que las circunstancias de su encuentro, tuvieron lugar.
Tendida boca arriba sobre la cama, Nina no para de reír. El Doctor Martin, quien la mira a su lado, extiende la mano para acariciarle la cara. Ella le devuelve la caricia con ternura y cierto candor y le sonríe; luego se levanta y se acomoda la cabellera alborotada. Se dispone a marcharse. Él la acompaña de vuelta a su auto. Se dicen adiós, aunque saben que se verán al día siguiente.
En efecto, al día siguiente se vuelven a ver. El afamado profesor dicta su cátedra como tantas otras veces, y como tantas otras Nina lo escucha con interés, lo cuestiona de vez en vez, toma notas y le presta toda su atención. El Doctor Martin termina su clase y se despide de Nina, como muchas veces antes. Él se va a atender los compromisos propios de un académico invitado, y Nina sencillamente se da la vuelta y vuelve a su cubículo.
Aristóteles insiste en las causas. Sin embargo, cabría preguntarse: ¿Por qué un movimiento, casi infantil e involuntario, de la pierna de Nina, desencadenó todo aquello?
II
Sentada frente a su computadora, Nina se hace muchas preguntas. No se trata de las preguntas filosóficas de todos los días, se dice ella, sino de la vida. Sencillamente no puede evitar resentir el aire de aquí-no-pasó-nada-sigamos-como-si-nada, cuando ella, apelando a la razón, que es lo único que le queda, hace su mejor esfuerzo para poner buena cara y fingir que no se siente mareada, atormentada, culpable y hasta malvada.
Mareada, claro, porque todo fue tan repentino. No es posible que algo tan inocente como un roce casual provoque todo aquello. Atormentada porque, desde luego, se siente sólo como subtexto. Culpable porque tal vez sí fue culpa suya. Después de todo, se trató de su pierna, y, ¿no se le atribuyen todos los males al pecado original provocado con alevosía y ventaja por las mujeres? Malvada, porque sí: lo disfrutó, y sería imposible exigirle que no lo hiciera.
Nina hace esto y aquello y se marcha. Está molesta. Se siente estúpida. Y está convencida de que su estupidez no radica en el hecho mismo de haberse rendido a las insinuaciones de su profesor. Después de todo, él se rindió a las suyas. Su estupidez la encuentra en un profundo sentimiento de que a él le da exactamente lo mismo.
Lo que Nina insiste en ignorar es que dos personas, ante un mismo hecho concreto, siempre se enfrentarán a los límites de la interpretación, límites que, sobra decir, no siempre son compartidos.
III
La definición más sencilla de subtexto, según distintos medios en los que podemos consultarla, es que se trata del contenido de un texto que no está explicito, y que sin embargo se da por entendido. La vida diaria está llena de subtextos: cuando Nina pide a sus alumnos «la reseña del libro», no sólo da por supuesto que saben qué reseña y qué libro, sino también que saben cuántas cuartillas, el formato del escrito y el peso que dicho encargo tiene sobre su nota final. Asimismo, cuando Nina se sienta frente al televisor a ver por enésima vez Casablanca, ella sabe que se trata de un filme sobre la Segunda Guerra, sabe que es una historia de amor y sabe que, invariablemente, necesitará un pañuelo antes de que termine.
Lo que Nina no sabe es cómo ser subtexto.
Podemos entenderlo así: el español hace una cómoda diferenciación entre ser y estar. Se puede ser una mujer, y se puede al mismo tiempo estar frente al televisor. Se puede ser una mujer y estar en un bar con un antiguo maestro. Se puede ser una mujer y estar rozándole la pierna. Pero en ningún caso esos estados modifican su ser.
Cuando alguien se convierte en subtexto, altera todo su ser. Su existencia misma se trastoca, porque ya no está en función de sí mismo, de las cosas que lo definen, sino que se hace dependiente de un texto más general, de un estado de cosas en cuyo seno encuentra acomodo y ajuste, dimensiona su sentido y le da un carácter subordinado a su ser. Una persona que es subtexto, desaparece entre las líneas de una realidad que ella misma ayudó a construir.
IV
El Doctor Martin ha regresado a la habitación en donde apenas hace un par de días enredaba los brazos en torno a las caderas de su antigua discípula. No puede admitir que fuera su favorita: tantos alumnos pueblan las aulas de vez en vez, que sería ridículo admitir que en veintitantos años no ha habido otros con tanto más talento y hasta incluso más encanto. Sin embargo, por alguna razón Nina le provocaba un poco más. Si bien la mantenía como una lejana fantasía, la circunstancia de su encuentro materializó una realidad particular que, en esencia, fue lo que fue.
El Doctor Martin, muy a su pesar, entiende que aquello fue lo que fue. En esencia, fue un momento en el que él y Nina experimentaron, disfrutaron y hasta allí. No hay motivo alguno para buscar algo más allá. En esencia, al margen de ese momento, Nina seguirá siendo su amiga y su alumna.
Y pese a ello, el Doctor Martin está molesto. Le remuerde la conciencia. Pasó lo que pasó y punto, ¿no es cierto?
No es cierto. Eso lo intuye el Doctor Martin, quién después de su última clase como profesor visitante, se ha encontrado de nuevo con Nina, luego de pasar mutuamente desapercibidos por algunos días. Tras un fuerte intercambio de opiniones, está de vuelta en su cuarto, dispuesto a pasar la noche pensando un poco menos en lo sucedido, antes de subirse a un avión y retornar a la comodidad de su vida.
V
—¿Qué piensas de todo esto? Es decir, y haciendo un esfuerzo para evitar el dramatismo, ¿qué piensas que pasó el otro día? —pregunta Nina. Su mentor sencillamente la mira a través del vapor de una taza de café que huele delicioso.
—También he estado tratando de buscar una explicación —le responde, suponiendo que esto dará pie al drama que su alumna pretende evitar, —tal vez fue un total error, una total falta de ética como profesor, un abuso de mi parte —da un trago al café mientras la mira fruncir el entrecejo en un adorable gesto rayano en la duda, —o tal vez sólo fue un momento muy bonito e intenso.
—O sea que para ti fue lo que fue —responde ella, con un dejo de rencor en la voz.
—Bueno, Nina —razona el Doctor Martin—, no podemos negar que ambos estuvimos de acuerdo y que hasta inconscientemente dimos pauta para que sucediera.
Nina arquea una ceja, gesto que irremediablemente indica desaprobación.
—Sin embargo no han inventado condones para no querer a alguien cuando te toma de la mano —ironiza ella.
—No entiendo —le responde un ya molesto Doctor Martin—, ¿qué es lo que quieres?
—Quiero entender por qué, porque no puedo entender por qué queriéndote tanto, y queriéndome como me quiero, acabamos así.
—¿«Acabamos»? Es un tanto pesimista.
El Doctor Martin la mira levantarse de la silla, —espero seguir siendo tu amigo y tu mentor— aventura él mientras la mira partir.
La única cosa peor que ser subtexto, es enfrentarse a la persona con quien hemos creado el texto que nos da sentido, y verse totalmente incapacitado para poner en palabras lo que nos sucede. Nina se rinde al intento, por eso se levanta y se marcha. El Doctor Martin, que por momentos se siente sumergido en el universo kafkiano del absurdo, la deja irse a su pesar.
VI
Hay un acto profundamente humano que ocurre cuando dos personas se entregan al trance físico del amor. Su humanidad radica en el hecho de que algo ocurre dentro de nosotros, nos mueve y nos conmueve, y provoca que nos falten las palabras. Más correctamente: provoca que el lenguaje de las cosas no nos alcance para explicar atinadamente lo que nos está pasando, y por la misma causa, sólo hacer el intento de explicarlo lo pervierte, lo tergiversa, lo llena de insignificancia.
Para Nina, el acto del amor implica conocer al otro. Sentir las manos del otro recorriéndole la piel, escuchar la respiración acelerada y el latir agitado de su corazón, ver el cuerpo ajeno posicionarse sobre el propio, degustar el sabor de otra boca, oler un perfume inconfundible que invariablemente le deja una marca en la memoria de la piel.
Para el Doctor Martin, el acto del amor implica entender al otro. Cuando Nina acercó la cara hacia la suya, ya no hubo duda alguna en su cabeza de lo que estaba a punto de ocurrir. En el momento en que la sintió colgada de su cuello, arrancándole la ropa, le quedó claro que esa mujer no era para nada la muchacha ingenua que había conocido hacía años. Instantes después de levantarla en vilo, con la fuerza de un toro, y apretarse contra ella, supo que necesariamente tenía que ser suya.
Al cabo, y mientras yacen acostados en la cama uno junto de la otra, aquel acto profundamente humano permanece intacto. Sólo durante esos breves instantes, su limpieza, su pureza, su humanidad, se mantienen ajenos al reino de los hombres, que habita en las palabras. Cuando Nina y el Doctor Martin, cada uno por su cuenta, en soledad, tratan de explicarse lo sucedido, el hecho en sí se esfuma, se pierde en un mar de palabras que no alcanzan a definir su esencia. Se convierte en otra cosa; pierde toda simpleza y, naturalmente, se complejiza.
VII
El malestar del Doctor Martin se debe a su empeño de pensar que ha ejercido su voluntad, y el resultado ha sido catastrófico. Fue su voluntad, porque su mano no se movió por sí misma: a él le apeteció sentir la pierna de Nina junto a la suya. El resultado se le antoja catastrófico porque no puede evitar atribuirlo más que a una debilidad de carácter.
Entendamos al Doctor Martin. Lo bueno y lo malo son adjetivos ajenos a todo excepto a la acción humana. El hecho de acostarse con Nina no es por sí mismo ni bueno ni malo; su cualidad moral se encuentra en quien ha realizado el acto, en quien ejerciendo su libre voluntad decide actuar. Si la voluntad se rinde a los sentidos, nuestros actos dejan de ser libres y por tanto, presas de aquellos, nos entregamos a la maldad.
Si el Doctor Martin no la hubiera encontrado particularmente guapa, particularmente atractiva, particularmente dispuesta, su voluntad se habría mantenido imperturbable. Habría actuado con sensatez y no la habría tomado de la mano. Habría sabido, al menos, cuándo detenerse.
El malestar del Doctor Martin viene de la certidumbre de que alguien como él tendría que haber sabido que todo aquello pasaría, a partir del hecho concreto de acostarse con Nina. Lo que no imagina el Doctor Martin es que mientras su alma se atormenta, Nina, que es cuerpo y alma, no lo juzga a él, sino a la certeza de que ambos fueron protagonistas, capaces por partes iguales, de sentirlo con la misma intensidad.
VIII
La comprensión es el único milagro que atestiguamos todos los días, y sin embargo nos resistimos a participar de él justo cuando es fundamental para mantenernos encarrilados en nuestras vidas.
Es milagroso, pues, que cuando la pierna de Nina rozó al Doctor Martin, la reacción de éste y el reacomodo de sus cuerpos dijera algo a ambos. Hemos dicho que les dio certeza, si bien ni siquiera ellos podrían decir certeza de qué. Es también un milagro que al tomarse de la mano compartieran el mismo horizonte de sentido: ser dos personas profundamente compenetradas, fundamentalmente atraídas.
Cuando nos resistimos a participar de su misterio, la comprensión se nos escapa. Por eso, cuando el Doctor Martin pregunta «¿Qué es lo que quieres?», entiende una cosa muy distinta, ajena a la preocupación de Nina. Y cuando ésta estalla con un «acabamos así», la molestia del profesor acaba por aniquilar toda posibilidad de comprensión, toda esperanza de comunión de sentido.
La racionalidad que el Doctor Martin quiere encontrar en Nina va más o menos así. A es B, o A no es B. Esto da fundamento a la sociedad tanto como a la ciencia. Si un hombre y una mujer concurren en la situación de Nina y el Doctor Martin, lógicamente son o no son. No sólo lógicamente, sino también socialmente. Son novios o no lo son. Son amantes o no lo son. Son matrimonio o no lo son. No hay una tercera opción lógicamente viable ni socialmente posible. Por eso es evidente que cuando el profesor pregunta «¿Qué es lo que quieres?», espera el drama que exige la definición. La situación debería, lógicamente, tener un sentido, una finalidad.
En cambio, la racionalidad que Nina adivina en su antiguo maestro está más bien ligada a la apreciación del momento singular, en el contexto más general del respeto que, supone ella, le tiene él. Cuando el Doctor Martin admite que todo fue un error, Nina ve derrumbarse toda su dignidad (pareciera que ella estuvo allí, haciéndole el amor, pero no que ella era en ese momento singular), ve exterminada toda la posibilidad de que su maestro la conozca. Nina es entonces subtexto, ligado al hecho concreto de que se fue a la cama con su mentor.
IX
Llueve a cántaros. Desde la ventana de su cubículo, Nina observa las gruesas gotas de lluvia y el recuerdo del agua helada sobre su piel la estremece. Pese al hecho singular de haberse acostado con él, el Doctor Martin es su maestro. Es un gran amigo. Es alguien a quien ella quiere tener en su vida. Mira el reloj. Poco antes de las ocho de la noche se lanza a la calle. Sabe que, dentro de poco, el Doctor Martin se habrá marchado, y a menos que algo ocurra, ella sabe que será para siempre.
Llueve a cántaros. Desde la ventana de su habitación, el Doctor Martin mira la lluvia y comprende al fin que algo decisivo ha pasado entre él y su entrañable alumna. Poco después de las ocho de la noche, Nina toca a su puerta.
Desde su más profundo deseo de entender a esa mujer, el Doctor Martin le dice: «Mereces un hombre que te quiera, te cuide, te comprenda y te apoye. No puedo partirme en mil pedazos».
Desde su más intenso deseo de ser conocida por su maestro, Nina responde: «Lo entiendo. Y a pesar de que te habla una mujer un poquito enamorada, nunca te he pedido ni te pediría nada por el estilo».
Determinar si la teoría explica la vida, o si la vida se ajusta a la teoría con éxito, es tremendamente difícil. Esto lo saben Nina y el Doctor Martin. En ello se les va la vida misma. Lo que es innegable es que el punto de vista de la gente, cada cual desde su perspectiva, desde sus expectativas, acaba por desvelar la verdad. Y aunque paradójico, la desocultación tiene lugar sólo en la sinceridad del lenguaje.
Sólo adentrándonos en el intercambio de pensamientos somos capaces de superar la teoría y vivir la vida.
X
En una ciudad cualquiera, en una avenida cualquiera, en un bar cualquiera, Nina y el Doctor Martin comparten un par de cervezas. Como burlándose, Nietzsche atestigua el eterno retorno de lo mismo: como un año atrás, cuando el pequeño experimento dio inicio, todo se repetirá. Las piernas compartiendo el mutuo calor bajo la mesa. Las manos entrelazadas. Los cuerpos rendidos sobre la cama.
Pese a Nietzsche, el experimento parece superado. Nina puede o no acostarse con el Doctor Martin si quiere, pero ya no es sólo un producto de la casualidad, ni causa de un irreflexivo movimiento de su pierna. Es y se reconoce como parte del ser de Nina. Y el Doctor Martin puede llevársela a la cama con la plena certeza de que ambos están en la misma página.
¿Por qué un movimiento, casi infantil e involuntario, de la pierna de Nina, desencadenó todo aquello?
Porque aquello que en nosotros es profundamente humano siempre emergerá cuando tenga que hacerlo, colocándose por encima de toda determinación, de toda racionalidad, de todo intento de categorización. Es, finalmente, lo que en cada intento de revelarlo se estropea, pero nos mantiene permanentemente intentando revelarlo.~
Este cuento ganó el Premio Magdalena Mondragón 2008.
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