el último verso

Peor que ser padre soltero es ser padre solo. El primero implica una contraparte lejana, pero existente. Ocultar tres letras, sin embargo, abre un desierto: no se es sin pareja, se es sin nadie. Realmente esta paternidad es imposible en nuestra especie, tan sexuada, a menos que el retoño no sea de carne. Sé esto porque, aunque no tengo hijos, soy escritor. Imaginar a mis vástagos, así nomás, sin necesidad de cargas genéticas, basta para echarlos al mundo y, de algún modo, a su suerte.

Minotauro acariciando a una mujer dormida (Pablo  Picasso, 1933)

Minotauro acariciando a una mujer dormida (Pablo Picasso, 1933)

Es una tarea horrible. Sufren ellos y sufre uno: a ese muchacho inteligente y taciturno lo vas a matar en dos capítulos, y él no lo sabe, pero tampoco hay nada que puedas hacer para salvarlo; a esa chica que es toda ilusión la harás envejecer con un hombre terrible y no puedes susurrarle en sueños que ese destino está fijo como la memoria. Ocurren toda clase de torturas, como comprobé con mi último querubín. Seguro para él fue incluso peor venir escrito a este mundo, y además inventado con tan malos rasgos. Hombre. Ojos laxos tras las gafas. Rozaba ya al nacer la cuarentena. Reticente ante la vida. Obstáculo constante de sí mismo. Rencoroso, furibundo. Era escritor, y sólo en eso se parecía a mí, su padre. Supongo que por eso nos odiaremos para siempre.

Su historia iba así: escribía para revistas, y por ello estaba aburrido. Oculto bajo reseñas de autos y moda dejaba siempre su auténtico deseo; ante la urgencia eterna de sus encargos laborales, lo que añoraba era hacer libros como La Odisea. Anhelaba distenderse en una obra, sin freno. «¡Sigue soñando!», le decía un oficinista antagónico, «Un libro así no se vendería», reprochaba otro, adecuado a ese mundo que les tocó (que les impuse). «A nadie interesará». «Locura, es una locura». «Mejor sigue trabajando». «Algunos han hecho literatura de verdad en revistas como éstas, ¿sabes?»; voces como esas fueron todo el mundo que conoció mi pobre personaje.

Aun así quiso intentarlo. Trabajó durante muchas tardes. Obstaculizó su escritura la cantidad de artículos y entrevistas, siempre urgentes, y jamás pudo escribir una palabra de verdad útil. Resignado, más triste que antes, abandonó su empresa monumental; alcanzó apenas a delinear un personaje. Musitó a un escritor como él. Evitó darle otro rasgo que no fuera la terquedad para escribir la obra que él no podía y dejarlo solo todo el tiempo, para mejor concentración. Ni yo ni ninguno de ellos dos hemos escrito poesía jamás; sin embargo mi personaje decidió que su personaje utilizará esa vía para decir lo que ninguno de los tres puede. Trabajará un poema de catorce versos; el poema no está escrito de corrido, sino que cada verso se forma con las letras mayúsculas de cada uno de los catorce cuentos cortos que componen su obra aparente, que tarda meses en escribir, que publica con parsimonia en una revista local donde nadie espera encontrar escondido un poema novato. «Aquello será un laberinto solitario; será para él un desierto; mi personaje será un minotauro, acechando a un lector desprevenido», razonó mi personaje, y prefirió abandonar a su personaje antes que verlo sufrir; prefirió, pues, sufrir solo. No vio cómo meses después, tras escribir y esconder cada verso, su personaje puso el punto final en el texto catorce, cuyas mayúsculas deletrean el último verso, que dice: «peor si esos horrores sólo a su alma atormentan».~