El manual

«Todo cambio de actitud debe ir dirigido a otorgarnos un mayor control sobre nuestra propia vida.» Un manual en el que están todos los procesos definidos para que la vida no sea un caos.


 

JUAN CONSULTÓ EL manual de procedimientos. No porque no conociera lo que decía sobre el particular, después de todo era su bebé, sino para tener las manos ocupadas y así poder evitar que le temblaran. «Prologo y nota explicativa: todo cambio de actitud debe ir dirigido a otorgarnos un mayor control sobre nuestra propia vida» Después consultó el capítulo primero «Selección de la ropa.  Si en el pasado se cogía lo primero que caía, razón por la cual el aspecto siempre parecía impersonal o desparejado, ahora habrá que invertir un tiempo, tampoco excesivamente largo (de 5 a 10 minutos estimados a lo sumo), en escoger las prendas que mejor se ajusten a las tareas a desempeñar durante el día. De este modo seremos responsables de la imagen proyectada y ya no tendremos nunca la impresión de que es el azar el que está detrás de nuestros actos. 1.1. Calcetines…»

Abrió el cajón de la ropa interior. ¿Por qué se abría molestado en escribir el manual? Pregunta retórica: de sobra conocía la respuesta. La respuesta respiraba en el prólogo e impregnaba todo lo demás. Su organización –y su vida entera- era un desastre de principio a fin y su falta de cuidado estaba empezando a hacerle quedar mal con sus jefes. Por eso se había pasado las cuatro últimas noches redactando el manual. Porque o tomaba cartas en el asunto o la desidia, ese estado que no lograba sacudirse, acabaría rematando la faena. Todos estos pensamientos se iban desgranando en su mente mientras intentaba decidir si el par de rombos iría mejor para la reunión o si por el contrario resultaría más apropiado el gris marengo. Al final se decidió por el gris.

Miró el reloj. Las 7:30. Ya llevaba más de diez minutos delante del armario empotrado y ni siquiera había escogido los pantalones que iba a ponerse. Nunca antes se había fijado en el papel pintado que adornaba las paredes del nicho vertical donde guardaba la ropa. Unas flores, que, aunque desdibujadas por el paso del tiempo, daban la impresión de ser claveles, se escurrían lentamente hacia la cajonera y la zona donde el calzado se amontonaba. Por un momento temió que todos sus zapatos estuvieran teñidos de amarillo. El manual, pensó, déjate de tonterías y concéntrate en el manual. Sé metódico no pierdas el tiempo. Si no se equivocaba, el siguiente punto hacía referencia a los calzoncillos. Eso que tenía ganado, se había cambiado por la noche después de ducharse.

«1.3. Pantalones. Los pantalones deberán ser cómodos a la vez que ajustarse a las necesidades. Aunque en este manual aparezcan separados de la camisa, la corbata y la chaqueta (o jersey) se contemplarán todos los elementos en conjunto con el fin de conquistar un resultado armónico.»

¿En serio había él puesto sobre el papel todas aquellas chorradas? Veamos la reunión es a las 10:00. Por lo tanto los asistentes ya habrán desayunado. ¿Qué cojones tiene que ver el desayuno con los pantalones de mierda que me tengo que poner? Todo está relacionado, mamón. Si fuera más temprano, en algún momento se haría una pausa para el café. Imagina cómo quedaría una mancha de ese brebaje que miccionan las máquinas expendedoras en tus maravillosos pantalones de franela. Parecerías un dálmata a punto de ser sacrificado por Cruella de Ville, un vagabundo después de pasar la noche en un vertedero, un… Calma. Ya lo he entendido. Todo está relacionado. Bien, estamos en primavera… hace calor, aunque a primera hora de la mañana corre una brisa que corta. No puedo ponerme los vaqueros. Seguro que el resto de la gente lleva algo más elegante. Nadie quiere presentarse delante de las personas a las que pretende convencer de algo con una ropa que diga a voces: ¡vosotros pringaos, os tienen bien jodidos con eso del uniforme, pero yo soy libre y voy como me da la gana! Pero tampoco con algo mucho más formal que grite a los cuatro vientos que eres un tío mucho más serio que el gilipollas que te ha abierto la puerta de su despacho. Digamos que la solución óptima sería un traje de medio pelo de grandes almacenes, de color verde o marrón, marrón no, demasiado otoñal; discreto aunque vistoso, fresco aunque recogido… sin embargo, el que tengo de esas características es azul marino y un día no se me ocurrió otra cosa que meterlo en la lavadora. Ahí está, cuelga de la percha con la frescura de un ahorcado. Bueno, un vaquero relativamente nuevo y debidamente planchado puede dar el pego. Pero a decir verdad los dos que tenía no reunían ninguna de dichas características.

Se propuso no dejarse llevar por reflexiones sin sentido. Estaba claro que cualquier cosa que estuviera fuera de su armario le parecería mejor. Es la condición humana: solo se codicia lo que no se tiene.  Puede que por esa razón se hubiera vuelto tan descuidado. Si estoy condenado a desear lo que no tengo, mejor no comprar nada. Aunque la culpa de andar tan escaso de ropa no podía echársela a nadie más que a él. Ni él mismo podía entender cómo era capaz de sobrevivir en ese mar de dejadez, cómo se atrevía a salir a la calle con esas ropas pasadas de moda y tan gastadas que daban pena, cómo era posible que siempre llegara tarde a las citas o tan pronto que al final se cansaba de esperar y se largaba. Su madre ya nunca se pasaba por su casa. Las novias le duraban tan poco que enseguida olvidaba sus nombres. La palabra amistad había emigrado de su vocabulario.

El método descrito en el manual iba a cambiar las cosas, tendría que hacerlo. Si no, estaría perdido.

Eso era, el pantalón de pana. ¡Cómo no se le había ocurrido antes! Estamos en primavera, lo cual sería un buen motivo para rechazar la idea. En cambio, la prenda en cuestión, si no recordaba mal, estaba hecha de una tela bastante fina que justificaría su uso en esa época del año. No, no y no. Nadie en su sano juicio se pone un pantalón de pana en mayo. Qué bien le vendría un poco de ayuda. Nada del otro jueves, simplemente un pequeño empujón. Descartada la pana habría que volver a considerar la opción de la franela. ¿De dónde cojones había sacado la idea de que en mayo no se podía llevar pana? ¿Acaso era él un puto Cristian Dios?

Eran la 19:15. ¿Qué? No podía creerlo, la última vez que recordaba haber mirado el reloj eran las 9:32 y había pensado que aún podría conseguir elegir lo que le faltaba y llegar a tiempo a la cita. ¿Cómo me he entretenido tanto? La reunión hacía horas que habría terminado. En ese momento cayó en la cuenta de que el teléfono no había parado de sonar. Claro sus jefes le habrían estado llamando para pedirle explicaciones de por qué no se había presentado. Nunca le había sucedido algo parecido. Perder la noción del tiempo de ese modo. Estar tan ensimismado que la sintonía del móvil no lograra hacerle reaccionar, como el que oye llover mientras se corta las uñas. Estaba seguro de que aquello no se lo perdonarían, de que su ausencia habría agotado la paciencia de algún directivo cabrón y le despedirían. ¿Tenía motivos para echarle la culpa al manual?  No señor, el manual no tenía la culpa. Haberlo escrito ya era un principio de cambio. Si se había perdido en su aplicación era porque había supuesto que la mera redacción y el seguimiento posterior  lograrían por sí mismos el objetivo, sin contar con que sería necesario un tiempo de rodaje para que los principios fundamentales del orden calaran hondo. La culpa era suya por imprevisión. Por otro lado el puto manual de los cojones le había metido en aquel lío.

Cabreado y aturdido contempló el revoltijo de ropa sobre la cama. Ahí estaban todos los pantalones que tenía, todas las camisas, todos los pares de calcetines, todas las chaquetas y los jerseys, unos sobre otros y dentro de otros y encima y debajo de otros, como en una orgía en la que hubieran sustraído los cuerpos. Trajes sin vida, corbatas sin cuello, cinturones como serpientes sin escamas, firmas en el vacío.

Tenía hambre. ¡Cómo no voy a tenerla si no he comido nada en todo el día! A la puta mierda el trabajo. Ya conseguiría otro. Uno mucho mejor. Y estaría preparado para lo que viniera. Sin meter la pata, convirtiéndose en un ejemplo para todo el mundo. Mañana por la mañana sin falta los mando a tomar por culo antes de que lo hagan ellos.

De nuevo volvió a echar mano del manual. Al final va a resultar que no puedo vivir sin él. «Capítulo 3. Comidas. Las comidas tendrán que estar delimitadas por el horario (desayuno potente por la mañana a ser posible muy temprano; comida por la tarde menos calórica; cena por la noche frugal) y deberán ser en general saludables y nutritivas. El procedimiento de la compra para mantener las existencias se tratará en un punto específico de este manual. 3.1. Desayuno….»

La nevera estaba casi vacía. En el cajón de la fruta, un manojo de plátanos pasados suplicaba a manchas oscuras que algún ser piadoso diera con él en la basura. Tres peras se habían convertido en mermelada. Un pimiento verde sobre la bandeja superior hubiera pasado sin problemas por una reliquia momificada. Además de lo descrito, un par de yogures caducados, un huevo también pasado de fecha y una lata de anchoas completaban el deprimente plantel.

Como no he comido nada ésta sería sin duda alguna la primera comida del día,  así que debería, como dice el manual, decantarme por la fruta y a lo mejor completarla con uno de esos yogures si no huelen demasiado mal.

Una vez se percató de que los yogures en efecto llevaban más de un mes caducados y no era que desprendieran un olor agrio, sino que hedían de verdad, se imaginó una masa blanquecina hirviendo de vida microscópica en su avance lento por el intestino, un engrudo salpicado de diminutas burbujas de gas venenoso buscando algún resquicio en el que liberar su carga letal de bichos hambrientos… los microscópicos gusanos surcando el torrente sanguíneo para así poder extenderse por todo su cuerpo.

Por otra parte, se dijo al cabo, existen algunos inconvenientes a la idea de aceptar esta comida como el desayuno, sobre todo la hora. Tal vez sería mejor considerarla una cena temprana o una merienda tardía o una merienda cena o una comida pospuesta o un almuerzo vespertino o…

Las 11:52. Pero, ¿de qué día? Martes, miércoles, incluso sábado… Ni idea. ¿Por qué está abierta la puerta de la nevera? Y ¿qué hago aquí tirado en el suelo de la cocina? Ya sé: en el tiempo transcurrido no he logrado tomar una decisión y en algún momento me he desmayado de pura inanición. Tenía una reunión y la he cagado. Vaya si la he cagado. Soy el producto de mi propia deposición.

Estoy entumecido. Tirito. Me estoy muriendo. Sí, debe ser eso. Tal vez sea mejor así. Casi no me puedo mover. De todos modos, es un alivio que mi brazo derecho aún me responda.

El manual estaba allí mismo, al alcance de su mano, por los suelos con las alas desplegadas. Una paloma aplastada contra el asfalto, pero ¿quién de los dos era la paloma?

¿De qué iba el último capítulo? De la agonía no, desde luego. Nunca se le hubiera ocurrido que llegaría a este punto, al menos tan pronto, tan joven. Seguro que al final había puesto alguna coletilla, uno de esos corolarios que parecer querer decir muchas cosas y en el fondo no expresan una mierda. Le costaba pensar. Le costaba respirar. Fuera lo que fuera que había escrito, estaba allí para él, esperándolo al final del camino.

Soportando a duras penas los calambres en los dedos y en el hombro, logró pasar las hojas hasta llegar a la página final e incorporarse un poco para leer el último párrafo: «Conclusión. Los informes de seguimiento referidos en el apartado correspondiente se llevarán a cabo en el tiempo diario seleccionado para tal efecto. Su estudio detallado aportará las claves para mejorar tanto el propio sistema (carácter proteico), como las pautas de comportamiento del usuario.»

Su mano cayó exangüe sobre el espacio en blanco que completaba la página. Sus dedos parecían querer atrapar el tiempo del que ya no disponían.~