Contra
Un cuento (con instrucciones para reinicar el juego e ir al inicio, con una nueva vida) de Cástulo Aceves
«Ise no umi no / Iso mo todoro ni / Yosuro nami
Kashikoki hito ni / Koi wataru kano»
Lady Kasa
BIlL SE LEVANTA de la cama casi al medio día. Vamos, arriba, se dice a sí mismo sin mucha convicción. Llama a Lance en voz alta, solo para confirmar que se ha ido y una vez más se encuentra sólo. Toma un baño. Recorre desnudo el departamento tratando de tomar una decisión. Al llegar a la cocina se encuentra el desayuno servido, a un lado del plato una nota: Regresa con frecuencia y tómame, amada sensación… Un poema, dice con voz de hartazgo, algo tan sensible, tan profundo, tan Lance y sus chingaderas. Termina de leer: …cuando los labios y la piel recuerdan. Kavafis. Después una nota suya: en la noche platicamos, todo se puede arreglar. Te quiero. Deja el recado en la mesa, come sin prisa lo que le cocinó. Al terminar decide hacerlo una bola de papel y la tira por la ventana, no le importa que alguien se queje en voz alta por la basura que arrojan hacia calle.
Lance le atrajo a Bill desde el primer momento, un día en que coincidieron con el último turno, en piso de arriba de una plaza comercial. Ambos eran estudiantes universitarios y tenían poco de entrar a sus respectivos trabajos. Dos restaurantes de comida rápida, una de hamburguesas contra una de baguetes. Ambos novatos, les tocaba ser de los últimos en limpiar, apagar todo y estar hasta el cierre. Bill vestía de uniforme rojo y motivos amarillos, terminaba de trapear. Eran las diez de la noche de un viernes. Le llamó la atención otro joven en el local de enfrente, vestido completamente de azul. Las miradas se cruzaron y este último lo saludó con una sonrisa. Bill no respondió, bajo el rostro y se apuró a terminar. Apenas bajo al primer piso, se calzó sus patines en línea y, mochila al hombro, patinó por los lúgubres pasillos hasta llegar a la puerta. Los guardias de seguridad volvieron a indicarle que estaba prohibido patinar, el los pasó de largo sin detenerse. Regresaba a su casa que estaba a solo unas cuadras de allí. Se detuvo en seco al ver al chico del restaurante del frente caminando por su misma acera. Iba fumando, ya sin uniforme y con las manos en los bolsillos.
Bill sale de la cocina, llega a la sala y mira a su izquierda, está sumergido en la indecisión sobre lo que ha planeado. En la pared lucen decenas de diplomas, sus títulos universitarios, fotos de viajes y festejos. Ya era una década de estar juntos. Mira los reconocimientos, Los de Lance aventajan por mucho a los suyos. Siempre puntual, ambicioso, emprendedor, susurra mientras se sienta un el sillón. Tan tierno, amable y retándome a tener mejor trabajo que él, a recibir mejor paga que él, a hacer el amor durante más tiempo. Estira su cuerpo. Siempre tan perfecto que no me decido. ¿Qué hago? se repite mientras lleva la mirada al techo.
Lance lo saludó al verlo pasar por su derecha en sus patines. ¿Tú eres del local de enfrente no?, dijo mientras se acercaba y estrechaba la mano del muchacho en uniforme rojo. Si, dijo el joven, me llamo Bill, Bill Rizer. Lance Beam, mucho gusto, ¿vas a algún lado? A mi casa, contestó, está aquí cerca. ¿Tan temprano?, él patinador no dijo nada. No soy de por aquí y no solía venir por estos rumbos antes de conseguir el trabajo. ¿Conoces algún bar o disco aquí cerca? El chico de rojo movió la cabeza. Creo que hay uno como a diez minutos por esta calle. ¿No me acompañas?, tampoco me agrada la idea de ir solo. Pero no puedo ir así, aun tengo el uniforme. Te acompaño a tu casa, te cambias y nos vamos. El patinador se mordió un labio. ¿Me acabas de decir que esta cerca no? Bill dudo un poco, sabía de sobra historias de asalto, secuestros y leyendas aun más tenebrosas. Cuando llegaron a su casa subieron a su cuarto. Bill le pidió que guardara silencio para no despertar a sus padres. Ya están grandes y se duermen temprano, agrego ante el gesto de Lance de ver su reloj. Que tierno, contestó, yo hace años que vivo por mi cuenta.
Bill se admira en el espejo de cuerpo completo a la izquierda en la habitación principal. Las horas de gimnasio de los últimos meses han acentuado aun más sus bíceps. Ve el tatuaje en su abdomen, un perro negro enseñando los colmillos, dejando caer saliva y con un puro encendido. Tu perrito loco, dice en voz alta mientras se acaricia el dibujo. Siempre fui para ti algo incomprensible ¿verdad?, a ti que te gustaba tener todo bajo control. Recuerda esa noche, después de ver películas de Rambo, la borrachera y esa petición sorpresiva por parte de Bill mientras besaba el trasero de Lance. El recuerdo del escorpión que aun esta colorido en la pantorrilla de su pareja le excita. Se recuesta en la cama, toma el libro que esta en la cabecera de la cama. Haikus japoneses, lee en voz alta y agrega, no se si suspirar o masturbarme en tu preciosa colección de poesía.
Lance estaba sentado a la derecha del escritorio. Bill sabia que si sus padres los escuchaban seguramente le armarían un escándalo. Una regañada de menos si me llevo, pensaba mientras decidía que ponerse. No era común que saliera a esas horas. Sacó su ropa, empezó a desabotonarse la camisa y dudó. El joven lo miraba fijamente, con una sonrisa sutil y un cigarro sin prender en las manos. Lance, me voy a cambiar. ¿Te da pena?, preguntó el otro, si quieres me salgo. No, contesto de inmediato el muchacho pensando en que sería peor el humo de cigarro en el pasillo. Se quitó la camisa, después, tembloroso, empezó a bajarse los pantalones. El otro lo miraba. Una corriente eléctrica le puso la piel de gallina, algo entre dolor y gusto se revolvía en su estomago. De golpe se bajo los calzoncillos, ¿Me permites, la ropa interior esta en ese cajón a tu espalda? Al acercarse notó como Lance perdía ese aplomo que había conservado desde que se encontraron en la calle. Esto lo hizo sonreír mientras terminaba de vestirse. ¿Y si en vez de salir tomamos cerveza aquí? Comentó el chico en ropa interior, hay cerveza, podemos jugar videojuegos y te quedas a dormir. Es peligroso andar solo allá afuera. Lance le sonrió: eres un nerd, pero está bien. Bill subió las cervezas, puso el cartucho y, ante el rostro extrañado del otro joven, presionó una secuencia mientras se iniciaba el juego. Así tendremos treinta vidas, le dijo guiñándole un ojo.
Bill pasa el resto de la mañana escogiendo que ropa y recuerdos llevará en su maleta. Ve con melancolía la habitación donde han pasado los últimos cinco años. Come solo, sabe que su pareja tiene tiempo que prefiere quedarse en su despacho. Esta vez me voy a ir Lance, de veras me voy. Regresa a la habitación, la duda lo carcome, decide prender la televisión. Pasan las horas, ve con angustia el reloj, no quiere estar allí cuando él regrese, sabe que entonces lo convencerá de perdonarlo. Toma una decisión. Se levanta con lentitud y empieza a hacer una mochila para el camino. Mira la vieja consola ahora obsoleta. Le trae muchos recuerdos, sabe que a su pareja nunca le gustó, es muy estorbosa, decide dejársela. Quiere llevarse algo para leer, posiblemente una novela. Mira el libro de Haikus en la cómoda. Tanto que buscaste esta edición, dice con un dejo de malicia mientras lo guarda con algunas fotos. Revisa que traiga consigo el dinero que saco de la cuenta. Piensa en escribirle una nota. Estoy cansado de melodramas, piensa y sale sin dejar nada. Toma un taxi a la antigua estación de camiones. De lo único que está seguro es que no debe ir a casa de sus padres. Nunca le perdonaron su confesión, no lo detuvieron cuando saco sus cosas. Bill revisa los destinos, aun indeciso se acerca a comprar el boleto. Ha atardecido. Escoge una ciudad, al comprar el boleto confirma que aún faltan más de tres horas para la salida. Se resigna. Se pone a dar vueltas por la sala y decide sentarse en un lugar al azar. Saca el libro de Lance: Los grillos cantan en la hierba. En mi cama, sobre la sabana, duermo sin nadie. Se queda mirando la hoja, se humedece la visión. Cierra el poemario. El lugar esta solitario, apenas algunos ancianos lejos unos de otros. Nadie lo ve llorar.
Lance había invitado a Bill en varias ocasiones. Ese día estaban en un bar, al otro lado de la ciudad desde la plaza donde trabajaban. Te digo que la carne esta hecha con mutantes clonados, la empresa esta dirigida por extraterrestres. Lance reía de las aseveraciones de su amigo. De hecho mi empresa y la tuya pertenecen a la misma organización diabólica. Estas loquito, le dijo muy cerca del oído, le puso la mano a un lado de la cara. La respiración de Bill se volvió lenta. Has visto mucha tele, o tienes una tremenda imaginación, le dijo en un susurro, respirando uno encima del otro. No supieron quien de los dos se adelanto y dio el beso. Se besaron mientras bailaban, se besaron al salir, se besaron todo el camino al departamento de Lance. Bill se sentía temeroso de ser visto, de lo que sentía, de estar consciente de sí mismo por primera vez. En algún momento de la madrugada, uno desnudo sobre el otro, el dueño de la cama dijo: No vuelvas a casa. Ya es tarde, no te apures, estaré aquí hasta el desayuno. No, dijo Lance, no regreses a vivir a tu casa. Cuando se graduaron ambos consiguieron trabajos mal pagados. Cuando ambos obtuvieron un aumento de sueldo lo celebraron. Poco después fue un ascenso en sus respectivas empresas: igual el festejo. Cuando vino el tercer ascenso para Lance, este empezó a interrogar y a darle consejos a su compañero. Incluso le ofreció un trabajo en su empresa, aunque no tenía que ver con la carrera de Bill, pero podría volver a empezar. Ahora si lo tomarán en cuenta, le aseguro, yo me encargo de eso. El otro se negó una y otra vez a esos ofrecimientos. Las discusiones eran cada vez más frecuentes. Lance le recriminaba que era un mediocre, Bill le respondía que él era un egoísta. Un día Lance llegó de su despacho y lo encontró en pijama jugando videojuegos. He renunciado, le dijo apenas se sentó a su lado. ¿Y que harás?, dijo el Lance. No sé, limpiar la casa, atenderte, tal vez meterme al gimnasio. Es más, le dijo acariciando su rostro, en una de esas hasta me ponga a leer tus libros.
Bill selecciona un baguete de uno de los puestos en la central, la misma cadena en la que trabajó hace más de diez años. Le da gracia como han cambiado las cosas, pero el sabor le parece el mismo. Ha oscurecido, mira el reloj y esta conciente de que le queda solo una hora antes de que salga su tren. Saca de la mochila el libro de haikus, lee algunos al azar, le recuerdan demasiado a Lance. Este llega al departamento. La oscuridad del lugar le confirma que finalmente ha pasado. En su habitación mira el closet, la ausencia de la ropa de Bill le quema los ojos.
Bill abre una hoja marcada con una tira de cinta adhesiva. Típico de Lance, se dice y lee: Lo amo y le temo tan equitativamente como la espuma en las olas de Ise. Le da un escalofrío, se nublan de nuevo sus ojos. Deja el libro en su mano derecha y con la izquierda saca el boleto. Lo mira fijamente, después regresa la mirada al haiku. ¿Qué hago? Duda por un segundo para después afirmarse que es un nuevo inicio.~
* ¿La secuencia de botones para tener una nueva vida? (nota: seleccionar=shift)
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