Collar de perlas
Un texto de Vanessa Téllez
LLEGARON A PRINCIPIOS del verano. Además de sus rasgos, sus metódicas acciones terminaban por diferenciarlos del resto de nosotros. Tampoco resultaba difícil imaginar qué propósito los había llevado hasta aquel barrio oscuro y aislado donde casi nada ocurría excepto el paso continuo de camiones de carga que cruzaban la calle en una perfecta línea vertical.
Una vez instalado el restaurante, destacaba que su decoración no se parecía a los muchos otros establecimientos del mismo tipo; el de la familia Li no usaba, por así decirlo, los colores afines al giro de la comida china. No obstante el mal gusto en la decoración del restaurante, la comida que ahí preparaban destacaba en sabor sobre los otros restaurantes del mismo tipo.
Pese a mi conservador gusto culinario, una tarde me animé a visitar el lugar. Más que el olor penetrante de la comida, lo que atrajo mi atención fue la dependienta que, detrás del mostrador, recibía con excesiva rigidez el dinero de las cuentas. La mujer, pequeña y delgada, era el miembro más joven de aquella familia de origen extranjero.
Para los vecinos y comensales frecuentes al restaurante, no era ningún secreto que los Li, por muy buenos cocineros que fueran, no destacaban por sus relaciones sociales. Esa actitud más bien fría a nadie causaba malestar, pues lo que buscábamos como asiduos clientes al establecimiento era disfrutar su comida, no relacionarnos con ellos.
Pronto me volví un comensal frecuente del pequeño restaurante. Probaba con ánimotodo tipo de sopas y preparados con base en arroz o harina. Sin embargo, más que la comida, los postres habían atrapado mi paladar. La tapioca de la que me servía dos y hasta tres platos me producía una extraña felicidad sólo comparable a la que sentía por la mujer Li.
Algunas semanas después vi a la mujer Li caminar del otro lado de la calle. Eufórico crucé entre los vehículos a toda velocidad. Cuando llegué hasta ella, noté que mi presencia la incomodaba. El tiempo avanzaba salvajemente frente a mis ojos sin darme la oportunidad de decir una oración que la hiciera mirarme como lo había soñado. De pronto, un ruido sobre la calle arrebató a la mujer Li de mi horizonte. Mientras su cuerpo giraba, observé que portaba en el cuello un apretado collar de perlas. Su súbito pudor acababa de mostrarme algo que me había alentado aún más que una palabra compartida. Observar aquel collar de perlas tan ferozmente oculto me había vuelto, aunque por accidente, cómplice de una intimidad sumamente resguardada.
No pude ir aquel día al restaurante, pero lo hice el día siguiente, y al otro y así sucesivamente; sin embargo,no obstantenuestro previo encuentro, la mujer Li me ignoraba. Mi interés no mermópese a esafalta de atención. Mi única felicidad consistía en esperar la hora de la comida, salir del trabajo, entrar y elegir una mesa al azar para, desde aquella distancia, observar con devoción a la mujer Li. Sentado detrás, imaginaba el collar de perlas imprimiendo formas circulares sobre la piel de la mujer Li, semejantes a las que dejarían las marcas de alguna técnica milenaria de curación. Pensar en el rojo encendido de aquellas marcas me provocaba espasmos de placer incontrolables.
Mi deseo por ver a la mujer Li fuera de aquel escenario apenas era sostenible. Aunque la imaginaba a diario, en mi mente se infiltrabande forma súbita los otros miembros de la familia Li, controlándola con órdenes incomprensibles a mi lengua. Pese a su insistente aislamiento voluntario, continué yendo puntual a comer. Soñaba a la mujer Li sonriendo y agitando accidentalmente su precioso cabello. Pensabaen la forma de sus ojos y en la dulzura de sus rasgos que contradecían a los de su familia, grotescos y toscos. La actitud siempre introvertida y esquiva de la mujer Li la desprendía de sus familiares que, ahora lo deduzco, lucían como seres de otro mundo avecindados en ese pequeño barrio.
Aunque la indiferencia de la mujer Li hacia mí era cada vez más evidente, pasar unas horas en ese lugar se había vuelto un ritual imprescindible. De vez en vez, y sin que alguien lo notara, miraba a la mujer Li como para memorizar sus rasgos. Una vez solicitada mi cuenta a otro miembro de la familia, caminé al aparador para pagar. Cuando coloqué el dinero sobre el mostrador, y vi a la mujer Lienseñarme su precioso collar en un movimiento imperceptible para todos excepto para mí, supe que ella sentía lo mismo que yo.
Súbitamente una voz irreconocible para mí pero imperativa para ella la hizo correr del aparador hacia la cocina. Aunque el grito la había alejado de mi lado, me había otorgado la bondad de revelarme al fin el nombre de mi amada:Xiaon.
Al día siguiente no bien llegó mi hora de comidame dirigí al restaurante. En el lugar no estaba Xiaon. Dada la indiferencia que manifestaban los miembros de la familia Li a mi presencia a causa del acontecimiento del día anterior, la ausencia de Xiaondebía obedecer a otras causas. Repetí el ritual la tarde siguiente y después cada día de la semana, siempre sin éxito alguno.
Pese a mi evidente preocupación por Xiaon, resultaba imposible preguntar por ella. Los días transcurrían y mi agobio iba y volvía dependiendo de mi desesperación,de tal forma que algunas veces me volvía un hombre iracundo y en otras, un amante desgraciado. Imaginé a Xiaonde vuelta a su país paseando del brazo de un pretendiente más apropiado a los intereses de su tradicional familia. Xiaon reaparecía en mi mente rumbo a la noche, Xiaon reaparecía frente al primer rayo de la mañana. Desanimado,iba a comermás por costumbre que por verdadera voluntad. Una tarde, acababa de introducir en mi boca una porción de arroz con carne cuando algo inmasticable resbaló entre mis dientes y lengua. Abrí la boca y busquéaquello con un par de dedos. Lo último que necesitaba era morir atragantado, pensé furioso. Las falanges reconocieron lo que el ojo demoró en descifrar: una perla brillante y redonda cuya familiaridad me reconfortó inesperada y amorosamente.~
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