Caleidoscopio
Un cuento de Enrique Andrés Mejía Gómez
—TIENES ALGO EN el rostro— dijo ella mientras jugaba con la pajilla de su bebida entre los dedos.
—¿En qué parte?
—En la mejilla derecha, toma mi espejo para que te mires.
—Ehmm… seguro no es nada, tranquila— contesto él pasando su mano sobre la mejilla.
—Sigue allí, es como pintura negra, mira— dijo ella mientras abría su espejo y empezaba a apuntarlo hacia él, sobresaltando a su interlocutor quien de un manotazo hizo que el cachivache volara por la habitación hasta impactarse con el suelo haciéndose añicos.
—¿Estás loco? ¿Por qué has hecho eso?— pregunto ella.
—Es mejor si no lo sabes, no lo entenderías.
—En ese casó me iré.
—Como quieras— respondió afligido mientras aquella chica se alejaba del lugar dejando media bebida en el vaso.
De todas las invenciones surgidas de la mano del hombre, la más odiaba por Caleid era el espejo, aquel pedazo de cristal que había dado vida a la vanidad en la humanidad y a él una condición maldita. Empezó a ser consiente de su condición en su adolescencia, tenía alrededor de dieciséis años, era un chico fuerte, ayudaba a su padre en una modesta panadería que tenían cerca a la iglesia del pueblo, para su edad contaba con una gran estatura y una complexión atlética notable, incluso las mujeres mayores le dedicaban miradas libidinosas cuando iban a hacer la compra del día.
Cada mañana disfrutaba de apreciar su varonil reflejo en el espejo, solía mirar por encima del hombro a los niños que estudiaban con el, los veía escuálidos y pequeños, en ocasiones se burlaba de ellos y los humillaba. Un martes despertó y como era su costumbre buscó el espejo de su habitación, cuando quiso deleitarse con su reflejo se encontró con el aspecto de uno de aquellos niños que tanto molestaba, horrorizado pasó una de sus manos por su rostro viendo a aquel reflejo hacer lo mismo, con el corazón a mil revoluciones por minuto salió corriendo de allí hacia el comedor buscando otro espejo, cuando se miró en el su imagen ya no era la de aquel niño, esta vez un anciano con barba enmarañada y estomago de pensionado le miraba confuso tras el marco. «Pero que clase de broma era esta» Pensó mientras abandonaba a toda prisa su hogar en búsqueda de un tercer espejo, entró a la iglesia del pueblo donde se encontraba un colosal espejo que revestía toda una pared junto a la fuente marmórea del agua bendita, cuando llegó allí su respiración era ya intermitente y algo arrítmica, se detuvo allí para contemplar su reflejo y ante sus ojos en menos de lo que dura el aleteo de un colibrí su aspecto cambio ante él, ahora lucía como una jovencita, asustado sumergió su rostro en la fuente como si ello fuese a lavar sus pecados y retornarle su tan amado rostro, alzó su mirada de nuevo algo temeroso, no quería abrir sus parpados, con extrema lentitud empezó a abrirlos, encontrándose frente a sí la imagen de un hombre joven y de tez oscura que lo miraba con la expresión abatida; Ese día Caleid recorrió todo el pueblo mirándose en varios espejos, encontrándose con cada mirada una persona diferente.
No regresó a su casa, era estúpido pensar que le creerían que era él cuando lucía como otra persona, con el alma hecha un caos y el pensamiento revuelto decidió arrojarse desde una cañada cercana, cuando el vacío le recibió, sintió como las corrientes de aire en contra rasgaban su piel y secaban sus lagrimas, el abrazo de la tierra fue duro cuando tocó puerto, pudo oír como sus huesos se hacían polvo tras el impacto y la sangre brotaba como si de champagne se tratase en un día festivo. Pero toda aquella intensidad del momento desapareció tras un instante, sus huesos estaban otra vez en su lugar, el dolor ya no estaba en sus terminaciones nerviosas, la sensación de sangre fluyendo había cesado y su consciencia estaba retornando, palpó su cuerpo y no encontró cicatriz alguna y fue así como lo descubrió, estaba maldito, intentó acabar con su vida de varias maneras pero siempre sobrevivía, con el paso de las décadas empezó a evitar los espejos no quería encontrarse con el reflejo de un rostro que no conocía, intentó enamorarse pero el amor para un hombre de muchos rostros nunca es una opción, se refugió en la pintura, al menos aquel arte le traía algo de paz, podía dejar sus pasiones, temores, lagrimas y sudor en los lienzos y el oleo, en medio de sus pinturas siempre se encuentra un personaje cuyo rostro es borroso y esta envuelto en una neblina tenue, es así como su mente se recuerda, como una silueta difusa presa en medio de una lluvia de rostros interminables.~
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