Acción
Un cuento de Bernardo Monroy/ fotografías de José Manuel Romera
The difference between heroes and villains
is only a matter of time, anyway.
—Roderick Thorpe, «Nothing lasts forever»Everybody wants a piece of the action
Everybody needs a main attraction
I got what everybody needs
Satisfaction guaranteed.
—Def Leppard, «Action»
EL 19 DE septiembre de 1985, a las 7:17 de la mañana, Miriam Buendía se convirtió de una estudiante de psicología a una heroína sacada de una película de acción gringa.
Cualquier mexicano recuerda lo que sucedió ese día, ese año, a esa hora y en ese minuto: un terremoto de 8.1 grados en escala Richter con dos minutos de duración y se llevó 40 mil vidas humanas. Una de las urbes más grandes del planeta se transformó en un amasijo de escombros, cadáveres, llanto y gente sin hogar.
Miriam se encontraba a las afueras de la ciudad, en un motel, mientras se recuperaba de una borrachera fenomenal que duró desde el 15 de septiembre. Ella y sus compañeros de la Facultad de Psicología rentaron una cabaña en el Ajusco y tuvieron lo que sería «la juerga más fenomenal en la historia de la universidad». Sus amigos escuchaban a esos putos de Timbiriche mientras ella ponía a Def Leppard y Pat Benatar. Perdió el conocimiento después de beber lo que le pareció un camión cargado de caguamas. Cuando abrió los ojos y escuchó la radio, quedó aterrada. Salió de la cabaña y pidió aventón rumbo a la ciudad, esperando que todo lo que escuchara fuera producto de una terrible cruda.
Pero no fue así.
Colonias como La Obrera, el Centro, la Doctores, La Roma o Tlatelolco parecían zona de guerra. Edificios como el Hotel Regis se cayeron por completo y las líneas telefónicas no funcionaban. Más de 30 mil estructuras presentaban daños serios… y lo peor eran las vidas humanas. El sueño parecía el de una casa de la risa, solo que no resultaba divertido, pues las grietas y hundimientos hacían que la gente se descalabrara.
La gente gritaba, lloraba y daba vueltas sin dirigirse a un lugar en particular. Entre el público distinguió a los periodistas y policías intentando hacer su trabajo. Miriam se sentó sobre un montón de rocas, pretendiendo ordenar sus pensamientos, tarareando «Action» y «Hit me with your best shot». Ni siquiera se dio cuenta cuando el niño le tocó la falda de mezclilla deslavada y le rogó por ayuda. «Auxilio, señora», dijo. Miriam pensó que no podía culpar a un pequeño de cinco años por decirle «señora». Carajo, tenía veinte años. El niño dijo que un necesitaba ayuda, que requería a un adulto cerca. Dijo llamarse Daniel, y le preguntó su nombre.
—Me llamo Miriam, y vine a salvar a todos los mexicanos. Mis novios me pidieron que les echara una mano. Tal vez los conoces: John Mc Clane, el héroe de «Duro de Matar», Jack Ryan, el de la película «La Caza de Octubre Rojo» y el soldado John Rambo. He andado con todos. «Miriam, ayúdanos, estamos muy ocupados acabando con los malos, tú conoces nuestros secretos y técnicas de combate». Eso me dijeron.
A Daniel se le iluminó el rostro. No podía creer que aquella «señora» fuera novia de sus héroes… y Miriam se hubiera muerto de ganas por haber tenido acostón con John Mc Clane. No le gustaba engañar a la gente, pero en aquellos momentos, el sedante de la fantasía era lo mejor para no soportar la dosis de realidad. Tomó al pequeño de la mano y comenzó a recorrer el montón de basura que alguna vez fue la Región Más Transparente.
La noche del 19 de septiembre fue la peor. No había luz, no había agua, no había teléfono. No había hogares ni esperanza. Se instalaron campamentos en diferentes parques de la ciudad, donde los sobrevivientes no dejaban de añorar sus vidas tranquilas y a sus familiares. Miriam se acostó en el pasto, usando su mochila por almohada y con Daniel acostado en su estómago.
—¿Cómo es Rambo? —Preguntó el niño—. Yo tengo una lonchera de él.
—Pues… es rudo. No es nada listo ni sabe articular palabras, diríamos que es el típico tonto de buenos sentimientos. Jack Ryan es muy bueno también pero siempre está ocupado asesorando a la CIA. El mejor es Mc Clane. Es responsable y buen hombre, y es muy chistoso. Siempre que mata a un malvado dice la frase «Yippe ka yei, hijo de puta». Si la ciudad mejora te los voy a presentar, vas a ver.
El niño quedó dormido. A Miriam le era imposible conciliar el sueño. No dejaba de pensar en todas las personas que estaban sepultadas o agonizando. Sabía que no era positivo engañar a un niño, pero no tenía alternativa. Además, escogió buenos modelos. Mejores incluso que Jesucristo, Buda o esos tarados. No era diferente, al menos para ella, decirle a un niño que ella era la Virgen María a la novia de personajes de películas de acción gringas.
Miriam era fanática de las novelas y películas de acción, y no le importaba que le dijeran que «son solo para hombres». Leyó «Primera Sangre», de David Morrell, la novela que inspiró «Rambo». También compró en la Librería de Cristal «La Caza de Octubre Rojo» de Tom Clancy, en cuya película salen Sean Connery y Alec Baldwin. Pero, por encima de todo, amaba «Nothing lasts forever» de Roderick Thrope, la novela original de «Duro de Matar». Esos libros comerciales, repletos de clichés y personajes estereotipados eran sus biblias, y le gustaban más que las porquerías aburridas que presumían los idiotas de la Facultad de Filosofía y Letras. Se enamoró de Bruce Willis en el papel de Mc Clane como sus amigas de Luis Miguel.
Al día siguiente, Miriam se incorporó a las labores de rescate. Pasaron casi toda la mañana en el Hospital Juárez, donde se reunieron mexicanos de todas las profesiones, todas las clases sociales, de todas las edades, a quitar escombros para rescatar a los recién nacidos, sepultados en lo que fuera la sala de maternidad.
Mientras participaba en las labores de rescate, Daniel les comentaba a otros niños de su edad que quien la estaba cuidando era la novia de los héroes de películas de acción. Los niños miraban a la estudiante de psicología completamente asombrados. Entretanto, Miriam no dejaba de trabajar junto con los voluntarios. Entre la gente, creyó ver a Plácido Domingo, y también el lado oscuro que toda tragedia presenta: mientras unos ayudaban, otros se dedicaban a desempeñar la labor de buitres, quitando cosas de valor a los cadáveres. Miriam miró con auténtico odio a un tipo que le arrancaba un collar de perlas a una muchacha de su edad.
Al día siguiente, los rescatistas fueron a San Antonio Abad, donde se encontraba un taller de costureras que murieron aplastadas por la maquinaria. Por desgracia, la mayoría estaban muertas. Los voluntarios se sentaron en el irregular suelo, decepcionados. Uno de ellos se acercó a Miriam, preguntando:
—¿De veras te anda cogiendo Bruce Willis?
Miriam prefirió no contestar. Entre la basura distinguió un fanzine con el nombre Bicicleta voladora.
Regresó al campamento con Daniel.
—¿Sabes qué? —le dijo al niño, antes de dormir—. Aquí todos somos héroes de películas de acción. Todos queremos ser los buenos. Todos queremos un pedazo de la acción, como dice la canción de Def Leppard, pero no para lucirnos, sino para hacer lo correcto.
Miriam dejó al pequeño dormido mientras salía a caminar por lo que hacía unos días fue la colonia Roma. La ciudad comenzaba a apestar a cadáveres, por lo que el estadio de Baseball del Seguro Social se convirtió en una gigantesca morgue, pero aún así había cuerpos por doquier.
Miró al mismo tipo que quitaba cosas de valor de los cuerpos. Se movía con agilidad entre rocas, polvo y árboles caídos, detectaba un cadáver y le quitaba anillos, billeteras o collares. Miriam se sintió furiosa.
Se acercó lentamente al carroñero mientras recogía una roca del suelo. Escogió una lo bastante grande y pesada. Cuando estuvo lo bastante cerca del tipo lo tocó en el hombro con su dedo índice. En cuanto volteó, Miriam lo golpeó en la cabeza con la roca una, otra y otra vez hasta dejarlo inconsciente. Una vez en el suelo, dijo lo que solo una novia del protagonista de «Duro de Matar» pudo haber dicho al noquear a un malvado:
—¡Yippe ka yei, hijo de puta!~
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