666

Tuve a los seis años la certeza de que el número 6 me haría ganar siempre en cualquier juego. Resolví eso tras oír, no sé en qué programa de concursos, que el número de la bestia es el 666. Acaso supuse que a la gente con mínimo decoro le daría pavor aliarse con Satanás, y por ventajoso default adopté al Diablo por amuleto.

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fotograma The Devil’s advocate (1997)

En juegos de mesa elegía la sexta ficha. Volley, fut, básquet: pedía en todos los deportes de la escuela el 6 en mi playera. O el sexto turno cuando tocaba jugar al avioncito. Recibía puro seis de calificación, pero nunca reprobaba, y eso llegó a volverse una virtud a ojos de mis padres. A los 12 años (seis dos veces) ya era famoso gracias a mi suerte inaudita. Renuncié a los juegos de niños; confiaba en que mi amuleto daba para más que seis goles en un partido, así que empecé a obtener en apuestas ropa, bicicletas, videojuegos. Durante mi adolescencia me arriesgué más. En vez de perseguir a la primera chica que se me cruzaba, le hablaba a la sexta. Si quería una cerveza ilegal, compraba un six en la tienda y mi aplomo servía de suficiente certeza para los tímidos despachadores. Así hice de todo, y me volví adulto incluso antes de serlo. Burlé las penas del mundo; no sospeché nada sino hasta la noche que cumplí los 16.

Insomne, ebrio de alcohol ilegal, presentí algo diabólico. Obviamente, Satanás me estaba dando todo para quitármelo luego, muy probablemente el día que cumpliera 18, que es el seis tres veces. Qué imbécil me sentí. Ungido de adulto pánico bíblico, abandoné mi relación con el número. Empecé a confiar en otras cosas. El trabajo arduo. Nunca llevar los zapatos sucios. Usar buenos modales. No despilfarrar. Observar las reglas. Emprendí un maduro camino de certezas más allá de la superstición.

Luego de estudiar por la buena, me dediqué a la escritura. Trabajé sin mucho éxito, en un periódico y luego en otro; mi vida se hizo más bien un fracaso hasta que, mucho después de mi divorcio, investigando un reportaje en Omaha, una noche de aburrido insomnio me llevó a un casino; quizá el Diablo me hizo recordar que los números de la ruleta suman 666 y vi en ello una señal para redimirme. Oscurecido de alcohol legal, pensé apostarle al seis y hacerme rico: concluí que quizá lo único diabólico en toda mi vida había sido confiar en que la naturaleza humana es capaz de lograr cosas sin empujones. Y eso terminó de darme fuerza: azoté el casco de cerveza vacío contra la barra, me sequé la boca con el dorso de la boca, y la abrí para gritar ¡seis!, el seis más devoto de mi vida; pero una voz extranjera se me adelantó. Aún sin creer lo que estaba pasando, clavé la mirada muda en aquel hombre confiado, su playera con el 6 en la espalda, haciéndose millonario de golpe. Creo que algo diabólico tuve esa noche: envidia, culpa, algún decoro. En realidad no sé qué haya sido.~