¿Qué sucede en México? Editorial #19
Como siempre, hablando con mis amigos, expuse mis frustraciones sobre el tema. Todo vino a raíz de cómo se relacionan los hombres con las mujeres que no conocen, como ligan. Y una amiga me preguntó:
Soy un deportista de elite, y he participado en numerosos encuentros internacionales representando a mi país. Mi rostro es bastante conocido por haber aparecido en prensa, en revistas y en televisión. Soy uno de esos que han ganado fama, prestigio y dinero disfrutando con mi deporte favorito, que finalmente se ha convertido en mi modo de vida.
Sin embargo, llevo varios meses arrastrando una de esas malas rachas. Mi forma física no ha disminuido tanto como para que sea evidente, pero no acabo de recuperarme de una lesión que me está martirizando. Es una lesión que me permitiría hacer vida normal —la que hace cualquier ciudadano— salvo que para mí hacer vida normal implica realizar varios esfuerzos diarios. Y no puedo. O al menos no puedo en la medida que lo he venido haciendo hasta ahora.
Siempre he gozado de la estima del público, pero de un tiempo a esta parte las críticas de los aficionados han comenzado a caer sobre mi persona. No es que estén haciendo mella en mi ánimo —o al menos no lo creo—, pero he de confesar que no me gusta.
No entiendo por qué la gente se permite criticarme ácidamente sin conocerme. Podría hacer pública mi lesión, pero a mí me sonaría a justificación. Y no tengo por qué justificarme ante la opinión pública. En mi club lo saben y estamos trabajando en ello. Eso es suficiente. Además, sería darles datos innecesarios a mis rivales, a los que me tengo que seguir enfrentando en el futuro más inmediato.
Porque —es lo que tiene esta profesión— no puedo decir que me duele aquí y quedarme en casa esperando a que se me pase. Debo seguir demostrando quien soy y que no flaqueo. Hay unos compromisos adquiridos.
No llego a entender por qué estoy siendo criticado hasta en lo personal por gentes que ni conozco y que ni me conocen. Eso sí, parece que ellos creen conocerme. (Al fin y al cabo me ven casi a diario por todas partes).
Hace unos días entré en un establecimiento a media tarde a tomar un cafelito. En la tele estaban reponiendo una de mis últimas actuaciones. Un grupo de aficionados, que no repararon en mí, comenzaron a criticarme. Que si lento, que si viejo, que si desmotivado, que si ya tengo mucho dinero… Toda esa gente me tenía al lado y ni me reconocieron. Una barba de una semana y una gorra han servido para que no me reconozcan quienes pareciera que tuvieran trato diario conmigo a juzgar por sus expresiones.
¿Qué le debo yo a este público que parece sentirse decepcionado conmigo? ¿Dónde estaban cuando de infantil entrenaba bajo la lluvia y mi padre venía por la noche a recogerme y me tenía que cambiar en la calle antes de entrar al coche para no ponérselo perdido? ¿Dónde estaban las noches en las que mi madre velaba por mí porque tenía 40º de fiebre como resultado del frío que cogía por no abrigarme convenientemente tras el esfuerzo? ¿Por qué no me ayudaron a convencer a mis padres cuando decidí dejar los estudios para dedicarle más tiempo a mis entrenamientos?
Tampoco me acompañaron en aquella operación quirúrgica en la que se jugaba mi futuro deportivo, siendo todavía un don nadie. Sin embargo, y pese a los reproches por mi dedicación al deporte, mi padre estuvo todo el rato al pie del cañón.
Cuando comencé a despuntar y parecía que se perfilaba ante mí un futuro esperanzador, tampoco vi a ninguno de estos aficionados apoyándonos a mi familia y a mí en la durísima negociación que mantuvimos con aquel club que sí que confió en mí pero que por ello se llevó una buena tajada.
Ninguno de estos “amigos míos” guarda uno de aquellos primeros recortes de prensa de cuando mis primeras participaciones profesionales. Los que sí son mis amigos iban diciendo: “Mira, éste es amigo mío desde pequeñitos”, y enseñaban los pequeños recortes a todo el mundo en su Facultad.
Cuando debuté internacionalmente llegaron entonces los flashes, los neones y los contratos publicitarios. Fue, lo recuerdo perfectamente, una participación soberbia. Pero durante las dudas y los temores previos a mi debut, durante toda aquella larga e interminable semana previa, nadie de estos aficionados me llamó por teléfono para infundirme ánimos y confianza, como hicieron mis familiares y mis amistades.
Alcancé, después de mucho tiempo, de mucho trabajo, de mucho dinero invertido, de mucho esfuerzo, de mucho sacrificio, la popularidad en el deporte.
Un rostro joven, sano, y con un futuro brillante y prometedor. Las gentes comenzaron a identificarse conmigo. Todo eran clamores y vítores por donde pasaba. Todo el mundo me jaleaba y me llamaba de tú, con una confianza como si me conocieran de toda la vida (este detalle aún me llama mucho la atención).
He estado en esa cresta de la ola durante cinco años. Ahora mi rendimiento ha bajado un tanto. No, no estoy acabado. O al menos eso espero. Aún soy joven. Y soy joven para mi deporte. Pero el público me critica sin saber, sin preguntar, sin información, sin motivo. ¿Y qué le debo yo a este público otrora enfervorizado con mis actuaciones? ¿Qué ha hecho por mí este público que hoy me vilipendia? ¿Llenar los estadios para verme? ¿No lo habrán hecho por ellos mismos? Si yo no hubiese sido el ídolo del momento lo habría sido otro. Y ese mismo público hubiera acudido en igual tropel. Luego no lo han hecho por mí.
Así pues, me siento decepcionado con las gentes que dicen conocerme y entenderme. Incluso los periodistas parece que se hacen eco de este sentir y noto cómo he comenzado a ser el blanco de preguntas insidiosas cuando antes todo era admiración y respeto.
Volveré a demostrar que soy el mejor. Pero no por ese público ni por esa afición, sino por mí, por mi familia y por mis amigos. Éstos sí se merecen que siga esforzándome día a día.
Dirección para comentarios (plataforma antigua): www.agujadebitacora.com/2006/07/07/popularidad#dejacomentario
En un mundo cada vez más rico, como es el Primer Mundo, la cultura debería ser un estandarte, una bandera por la que luchar. Y esa misma bandera debería exportarse al resto del mundo. Llevar la cultura, las ideas, la mezcla de conceptos a todo rincón del mundo, inspirando, creando y llenando este mundo, este cosmos nuestro de riqueza.
Desde luego, llevar la cultura a África, por ejemplo, choca con un pequeño obstáculo como el que el continente se esté muriendo, por lo que además de proporcionarles medios de expresión cultural la izquierda debe ofrecer soluciones a un continente olvidado por el mercado.
Como decía, la Cultura es algo vital, que nos enriquece, que nos engrandece como creadores y como espectadores. Con ella se produce una sinergia entre ambos, emisor y receptor, que forma una pequeña obra de arte en sí misma. Como la lectura de un libro, o la contemplación de un lienzo, donde el espectador interpreta de una forma única lo que el artista ha querido plasmar.
Hemos entrado en un mundo global, digital, que convive rozándose, confundiéndose a veces, con el mundo llamado analógico. Y la Cultura no es una excepción a este cambio. El Arte ha encontrado nuevas formas de expresión, y la cultura nuevas formas de difusión en Internet.
Nunca tantos han tenido la oportunidad de disfrutar de una obra artística. Los libros llegan a cualquier parte del mundo, gracias a la difusión que Internet puede hacer de ellos, de sus autores, de su argumento. Las redes de intercambio [situándonos en las legales] permiten compartir archivos de tal forma que cualquier cosa está disponible en todo momento, o casi. Las empresas, sabedoras de la imparable revolución que esta herramienta nos da a los hombres, se han apresurado a adaptarse. Ofrecen sus contenidos, previo pago, para ser descargados desde sus propios servidores.
Igual ocurre con libros, películas, series, música…toda la cultura disponible al alcance de quienes dispongan de conexión a Internet, móvil 3G, o cualquier dispositivo que permita acceder a ella.
De la misma forma, fenómenos como los blogs, los wiki, los foros, las listas de correo, las herramientas de diseño sencillo de webs, han posibilitado que gente con conocimientos mínimos, y recursos escasos puedan publicar sus libros, sus obras de arte, sus pensamientos, sus ideas para que quien quiera y sepa buscarlas las disfrute. Internet ha democratizado la Cultura, y la ha expandido.
Pero para lograr le llevar ese fenómeno a la dimensión universal que le corresponde, se debe luchar contra un serie de obstáculos.
El primero, la falta de medios del Tercer Mundo para acceder a ella. Iniciativas como los portátiles a 100 dólares, o las de Intel y Microsoft pueden paliar esta situación, pero debemos realizar un esfuerzo mayor en educación y formación si queremos legar a todos los rincones. Y no sólo en países en vías de desarrollo. También en nuestros países tenemos segmentos de oblación que todavía no conocen ni saben usar esta increíble herramienta. La televisión digital, los ordenadores integrados con el hogar,… pueden ser el arma que necesitamos para llegar a ellos.
Segundo, los monopolios que pretenden restringir el acceso a la Cultura. La protección de derechos no está reñida con la difusión cultural, y la izquierda y la sociedad deben encontrar caminos para que ambas vayan de la mano. Los sistemas de descarga-pago pueden ser una solución, pues si algo hemos aprendido los ciudadanos es que, una vez creada una obra su difusión mundial posee unos costes tendentes a cero si se hace por los canales adecuados.
Tercero, el caos de Internet y la destrucción de contenidos. Empresas como Google, e iniciativas como la Web 2.0 pretenden organizar la información del mundo, y lo hacen con una eficacia creciente. Pero organizar no lo es todo en la lucha por conservar y difundir la Cultura. Las organizaciones culturales y los movimientos sociales deberían propiciar el surgimiento de iniciativas empresariales o sociales dedicadas a la conservación cultural.
Si Internet, sus millones de webs, y sus blogs, foros, listas, etc. son una expresión del alma cultural e intelectual de la humanidad, la pérdida de webs y contenidos supone una verdadera sangría de cultura, conocimientos y, simplemente, expresiones preciosas y únicas.
Quizás con el tiempo surjan empresas u organizaciones que se dediquen a conservar esa información que otros se esfuerzan por organizar, y muchos más por crear.
En definitiva, nos queda mucho camino por llegar a una Cultura Universal, por conseguir que todos y cada uno de nosotros podamos ser a la vez espectadores de excepción y artistas creadores de nuevos conceptos.
Pero en esto coinciden prácticamente todas las posturas ideológicas. En lo que no estamos tan de acuerdo es en los medios para hacerlo, pero desde luego, nadie discutirá que el resultado merece la pena.