La regla es no soltarse de las manos
Tzrianda y yo jugamos como porteros en cuatro partidos. La regla es no soltarse de las manos. Solo encajamos un gol y eso en la final. Recibimos un trofeo de plástico y felicitaciones. Cada uno hizo tres atajadas pero las de ellas fueron en la línea y en los minutos finales. Pienso en aquella frase del belga Jean Marie Pfaff: “Todos los goles que me anotaron eran imparables.”
En el transporte una muchacha narra su vida familiar. En una casa de dos pisos viven 48 personas. Anécdotas donde un grupo de primos se fracturan, se abollan el cráneo. Recuerdo esas líneas de Pound:
¡Oh, qué asqueroso resulta
ver tres generaciones reunidas bajo un mismo techo!
Un viejo árbol con retoños
y algunas ramas podridas cayendo.
Salgan y desafíen las opiniones,
vayan contra ese cautiverio vegetal de la sangre.
Vayan contra todas las clases de manos muertas.
Me cruzo con unos tíos en la calle y no nos saludamos. Un amigo me muestra algunas fotografías y me asegura que una de las mujeres que aparecen es mi prima. No la reconozco. Él pronuncia los apellidos. Coinciden pero eso en una ciudad de 25 millones de personas no es ninguna garantía.
La teoría sueca del amor. En las ciudades nórdicas una persona puede pasar más de un año muerta sin que nadie lo note. Las personas no tienen interacciones sociales: las compras, los pagos, el trabajo se hacen desde la computadora. No hay amistad, ni amoríos, las relaciones familiares se pierden desde la adolescencia. Algunos suecos radicales se congregan en los bosques para hablar y tocarse, unos verdaderos desestabilizadores sociales.