El silencio del viaje

«Leer para culturizarte, ser la mejor, inglés, información digital, alemán y euskera, contactos sociales, escribir, prácticas en verano, Facebook, ir al cine (descuento de estudiante), actualizar el estado de Twitter, salir de fiesta y arrugar sábanas nocturnas, probablemente, desconocidas.» ¿Dónde nos llevan las notas de los viajes donde somos felices?

 

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Puerto de Hamburgo

«Leer para culturizarte, ser la mejor, inglés, información digital, alemán y euskera, contactos sociales, escribir, prácticas en verano, Facebook, ir al cine (descuento de estudiante), actualizar el estado de Twitter, salir de fiesta y arrugar sábanas nocturnas, probablemente, desconocidas.

Madrid. Vuelta a la vida normal. Dos meses después…

«Tienes que coger el ritmo», dicen. Y comienza ese proceso de desgarro interno, cuyo nombre real desconozco, al que yo denomino ‘furia interna’. El estómago bulle y las emociones centrífugas se deslizan muy sutilmente a través del esófago para desquiciar, con mucho descaro, las cuerdas vocales, produciendo una especie de tos dolorosa con resquicios de angustia que, incapaz de reprimirla, concluye en agresividad lagrimal o convulsión verbal. «Que te jodan puto ritmo de mierda». [Silencio].

Ese ‘coger el ritmo’ debe significar no tener tiempo para este instante, deduzco, ni el previo ni el posterior, sino éste, sentada en mi cama, aquí, contra la pared, contigo en mis manos, música reiki e iluminación de cera a mi lado, sin importar qué escribo.

Y como siempre, las claves ocultas que nos empeñamos en silenciar.

Las puñeteras interrogativas que sacuden obligaciones sociales:

¿Qué quieres de la vida y qué estás dispuesta a ofrecerle?

Observo mi entorno. Algo falla. No sé exactamente qué es; la universidad; mi edad; el inminente mercado laboral; el inminente estilo de vida masificado o sí, tal vez, sea yo. Me pregunto por qué es malo querer vivir de otra manera. Tengo la sensación de que renunciamos al amor y a la humanidad por qué se nos inculca vincularnos a nuestros temores, por qué es socialmente ilegítimo arriesgar y vivir acorde a nosotros, en vez de desmarcarnos de las olas sociales que nos desarraigan de nuestra más íntima esencia, tan sutilmente ignorada…

Temblamos ante la posibilidad de que se torne visible y nos susurre lo verdaderamente importante. Entonces, alcanzamos el éxito socialmente deseado, bajo ese silencio en nosotros mismos, nos convertirnos en seres cuasi perfectos en todos los ámbitos de la vida. No disminuye, sin embargo, esa sensación de exclusión, desarraigo y soledad. Deberíamos desear ser mediocres, desobedientes y simples, con un único objetivo: la felicidad».

Reproducción de un extracto del cuaderno de reflexiones. Fecha de redacción; último curso universitario 2009-2010, tras una estancia de once meses (Erasmus) en la ciudad más antigua de Alemania: Trier. Fecha de revisión: cuatro años después en una habitación en un ático situada en Hamburgo. En aquel entonces las preocupaciones eran limitadas: asignaturas, querer ver mundo, indudable mejora del alemán, ocio, tiempo, cultura, mucho tiempo para pensar… Extrañamente, no se desprende preocupación alguna por una crisis económica que genera tasas muy elevadas de desempleo juvenil en la nación que ella califica aún de «tristeza de país», más bien su preocupación (aún persiste) se reduce a acoplar vida laboral y pensamiento/sentimiento.

Una vez regresa de Alemania a Madrid para concluir último año de Universidad, la ‘furia interna’ se manifiesta con más frecuencia, no solo en forma de vulgaridades verbales, sino en el deambular insensato por las calles de la capital en busca de una cafetería bonita en la que escribir con tranquilidad.

Sin embargo, la ‘furia interna’ se expone con más frecuencia aún, en su pueblo natal, situado en el País Vasco. En los primeros siete días de visita al domicilio familiar sufre una mutación urbano-rural que la relega a convertirse en una cerilla mojada. Un pueblo rítmicamente vivo por txikiteos y sábados nocturnos, cuya rutina provoca en la visitante episodios de inspiración que culminan en críticas al funcionamiento de la sociedad vasca.

«¿Somos libres? ¿En qué consiste la libertad? La he buscado en libros, países y experiencias. No la encuentro en Euskadi. ¿Existe? Y la verdad ¿qué es? Un concepto liberalizador, creo yo. ¿Cuál es la verdad? Sentirse más extranjera en Euskadi y en Madrid que en Alemania. ¡Qué tristeza! Por fin he encontrado un sitio en el que encajo [Alemania] ¡Qué alegría! Nadie se ríe si te equivocas en alemán, todo lo contrario, agradecen que lo intentes. Por fin, encuentras un movimiento político con el que identificarte, sin enzarces mentales ni manipulaciones de la ciudadanía. Conoces a mucha gente, incluso de Siberia. Te unes a manifestaciones universitarias porque se basan en el conocimiento y no en las emociones.

Muchos te llaman bohemia. Y qué más da serlo. Si tú no eres hippie ni punk ni gótica. Esos son uniformes que la sociedad inventa. Tú eres tú, simplemente tú, en tu pura esencia, la que cambia con el tiempo, con las personas que conoce, con lo que ellas te aportan…

Despojarme de esta ‘furia interna’. A veces creo que mi cerebro va a estallar. Seguridad por libertad, pasividad social, miedo colectivo, imposición de una minoría sobre una mayoría… »

Otro extracto del cuaderno de reflexiones. Fecha de redacción indeterminada; a lo largo de su estancia en Trier (Alemania).

«En la plaza central de Bolonia he conocido a un italiano muy simpático. El idioma no parece muy complicado. Te haces entender con relativa facilidad. Me ha dicho que en Italia no había nada que hacer; lo mejor era marcharse del país. Yo cada vez me alejo más del mío, aunque no sé si es un país o una simple comunidad autónoma. Ni siquiera sé en qué consiste ser vasco. Quizás debería volver.

Me contó el control que ejerce Berlusconi, la mafia, los recortes de derechos, la incultura, la presión policial… No sé hasta qué punto será cierto. La policía nos pidió la documentación por tomar cervezas y hablar con la gente. Indignante.

Me impactó la percepción que tuve de la falta de libertad de prensa e información. En Italia. La Unión Europea. Me impresionó el caos de la ciudad: coches por todas partes, bicicletas, semáforos en rojo ignorados, ciudadanos hablando muy alto, contaminación… No sabíamos cuándo cruzar la calle, estábamos desorientados por el caos urbano, acostumbrados a las reglas alemanas, parecíamos unos palurdos”.

Extracto de un texto que corresponde a un viaje que realiza junto con sus compañeros españoles a Italia, en aquella época del Erasmus, por el precio inexistente hoy en día de dos euros Ryanair (Frankfurt Hahn-Bolonia) para visitar a amigos colocados estratégicamente en Bolonia, Verona y el Lago de Garda, a cambio de tortilla de patata y charlas animadas. Fecha de revisión: años después en la habitación del ático en Hamburgo.

Esto la hizo recordar su libro de viajes «1000 places to see before you die», sustituto en el extranjero de su cuaderno de reflexiones, y comprado en una tienda de libros de segunda mano en Trier, a la que acude mínimamente dos veces al mes para no pasar de la décima página escrita en idioma germánico: Las reglas alemanas a las que alude con sinónimo de civismo: hablar con voz moderada en cafeterías y bares, no fumar si está prohibido, esperar con cautela en la fila del supermercado… mismas reglas alemanas que le aportan serenidad. Un estado de tranquilidad que además de depurar la ‘furia interna’, desarrolla lo que ella denomina ‘creatividad’; desaparecer durante horas para degustar un helado de limón; divagar en los extremos del río Mosel y sentarse junto a un pintor, ella escribe en su cuaderno de reflexiones y él pinta no sé el qué.

Una vida de liberación diaria de exigencias personales y obligaciones sociales, lo que contribuye a la expansión de una mente que debería ser controlada. En su vida Erasmus siente «la esencia de la libertad». Aunque no explica en qué consiste. Y, desde que el ensueño Erasmus acabara, cada año regresa a Alemania, aunque solo sea por unos pocos días, en contra de la recomendación de Ana Belén en su canción ‘peces de ciudad’: «Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver».

«Estoy aquí. Aquí conmigo; ni en Facebook; ni en gmail; ni en Twitter. Estoy aquí, yo, con mi compañera de aventuras, sin que nadie sepa dónde estoy. No estoy en que se me ha olvidado el PIN y no puedo encender el móvil. No estoy en no tener dinero. Ni en cómo vivir de escribir. Ni en qué será de mí en septiembre. Estoy en mí. Estoy yo sola.

¿Por qué es malo soñar? ¿Por qué apenas soñamos? ¿Por qué los sueños no pueden convertirse en realidad? ¿Quién lo dice? ¿Quién nos lo inculca? Zona este de Berlín. Es un bar muy ‘cool’ en el que escribo. Última ciudad de nuestro viaje. Escucho francés, inglés y alemán, pero prefiero atender al dictado interno en español. Pienso en mí. En el lunes, cuando ya no viaje y vuelva a Euskadi».

Reproducción del último extracto del libro de viajes escrito hasta el momento. Fecha de redacción: hace tres años en su última visita a Alemania (Trier- Hamburgo- Lübeck y Berlín).

Al día siguiente al de la reproducción del último texto, en plena inspiración etílica, en una terraza en Berlín, dos compañeras de aventuras participan, junto a amigos franceses, en un ‘brunch’; una, fotografía macetas coloridas; la otra, mira el entorno, hasta que de repente escucha el sonido de un acordeón. Gira la vista para atender al artista callejero: ochos años de edad, alto, rubio y ojos claros. Abre los suyos al máximo, busca la expresión del niño del acordeón, pegada al suelo, inmóvil en él, retrocede a su libro de viajes, a los extractos más dolorosos, y más bellos, de los que más aprendió, a la reproducción de la secuencia de imágenes que en ellos descansan.

Recuerda al niño de los ojos achinados y el pelo rapado. Aquel jardín descuidado y sucio, pero bello, misteriosamente alegre: no había nada de lo que alegrarse, pero estaban contentos. La guardería. Jamás había corrido detrás de una persona, pero aquel pequeñuelo no quería entrar en clase, y eso no podía ser, era demasiado inteligente para perderse, y aunque no llegara a serlo, no podía permitir que se perdiera. El chavalín ocupaba una mini-silla, ella se sentaba a su lado durante el almuerzo, le declaraba la guerra de las cosquillas, le ayudaba con la tarea, visitas a su ‘domicilio’ y dejarle la cámara de fotos, porque nunca fue visible. En el momento temido de la despedida, lo abrazó con mucha fuerza, sabía que en mucho tiempo no lo vería, quizás nunca, aunque lo quisiera mucho y él llorara, sin querer soltarse.

Después de despedirse, volvió a ser consciente. Ese estúpido silencio que habla sin dominarse; la situación de los niños en Bolivia, expuestos a la indefensión más brutal; el escaso valor de la vida en aquella sociedad; el impacto del analfabetismo; la vuelta a España; la vuelta a Euskadi. El disfrute del Erasmus en la mente. La belleza de Bolivia en el corazón.

Un silencio que no articula palabra; habla hacia dentro, no huele, ni se palpa, tampoco es visible, pero acaba percibiéndose. De repente ocurre, estalla en el depósito físico, sin saber cómo ni cuándo comienza a llenarse, se apodera del estómago, las tripas, el esófago, el corazón, dedos que teclean, miradas que observan y pies que deambulan en busca de algo que consiga aliviarlo.

La primera vez que lo sintió. A los diez años. En la escuela. Después de que en las vacaciones de agosto pegara el rostro en la ventanilla de un autobús en la periferia de Buenos Aires. Quería cerciorarse de que esas chabolas eran de verdad y de que las personas, extrañamente, no tenían agua, ni qué comer. Y la vuelta a España. La vuelta a Euskadi. El Erasmus ni podía imaginarse. Ese silencio que intentó traducir en un poema y con el que se encontraría años después en uno de los barrios más pobres de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

OJOS CERRADOS, OÍDOS ENTAPONADOS/ La pobreza les invade sus vidas/las guerras los dejaron sin aliento/el camino de sus vidas es lento/sin piedad les cerramos sus salidas. /La pobreza les produce pérdidas/nuestro egoísmo les barre como el viento/críos sollozando en algún momento/con sus derribadas almas dolidas. /Muchos son humillados y explotados/ mujeres invadidas por el terror, la prostitución y la corrupción/ Sus pobres destinos están atados/ a causa de nuestro inhumano error/ olvidarnos de ellos ¡Qué decepción!

La profesora lo calificó como una «mierda de poema»: cara de palurda, ojos abiertos in extremis, pelo en coleta, mirada triste. En ese preciso instante lo sintió, cuando recogía su «mierda de poema», se giraba y la convulsión de emociones centrífugas en el estómago la inquietaba en su silla, sin moverse de ella, la «mierda de poema», un estallido subía por la tráquea y se depositaba para siempre en la campanilla.

Su compañera de aventuras le pide un clínex. Regresa al reencuentro de amigos en Berlín y a los tres minutos que le quedan para que se extinga su derecho a arrasar con el buffet libre. Le pregunta si llora. La entiende: es el silencio que produce el acordeón del niño.

Ahora que revisa en la habitación del ático en Hamburgo los distintos extractos de sus cuadernos de viajes, y como siempre, intenta encontrar las claves ocultas que nos empeñamos en silenciar:   ¿Qué quieres de la vida y qué estás dispuesta a ofrecerle?~