TRIBUNA VISITANTE: Sandra
Sandra, en Tribuna visitante, #columna de Helena González Sáez
AL EMPEZAR NUESTRA entrevista Sandra me advierte que puedo preguntarle de todo menos su edad. Las risas de este primer momento, su tono y su acento, el abundante pelo oscuro de Sandra y su simpatía componen un jardín multicolor, lleno de flores alegres, detalles y matices cálidos.
Sandra llegó desde Bogotá (Colombia) hacia el final del año 2001. Había trabajado durante algunos años como administrativa y contable en una empresa. Su trabajo se le daba muy bien y le gustaba. Todo fue bien, sin problemas. Tuvo una pareja de la que se separó después de quedar embarazada.
A pesar de que en Colombia la tasa de educación de las mujeres es bastante mayor que la de los varones, estas se enfrentan a los problemas de desigualdad laboral que parecen estar universalizados: a Sandra la echaron del trabajo cuando quedó embarazada. Es decir: la echaron por quedar embarazada. Una penalización.
Sandra tuvo a su hija y en cuanto pudo, volvió al trabajo. Conseguía trabajos temporales o a tiempo parcial, pero el sueldo no era suficiente para ella, para su hija y para su madre, que también vivía con ellas. La situación se volvió desesperante hasta que una amiga de Sandra que vivía en Bilbao desde hacía tiempo, la animó a cruzar el océano y probar suerte aquí. Como Sandra no tenía dinero suficiente, fue su amiga quien pagó su billete de avión y la acogió en su casa.
[pullquote]Sandra tocó fondo y tomó impulso hacia la superficie. Todo va mejor. Su vida se va enderezando.[/pullquote]
Sandra dejó a su hija en Bogotá (con su abuela) sin saber cuándo podría volver a verla, viajó a Bilbao y vivió con su amiga durante dos meses. Enseguida encontró trabajo como interna, cuidando a una señora de 95 años. La experiencia no fue muy buena. Esa mujer resultó ser muy autoritaria y dificultaba el trabajo de Sandra, que consistía básicamente en cuidar de ella durante las veinticuatro horas del día. Mientras tanto Sandra conoció a Paco, el padre de su hijo. La relación funcionaba tan bien, que Sandra dejó su trabajo como cuidadora y se fue a vivir con Paco. Los dos juntos se trasladaron a Madrid. Paco viajaba mucho por toda España y Sandra le acompañaba trabajando ella también cuando se establecían durante periodos largos de tiempo. Recuerda su época en Almería como una época feliz, fructífera, «florida» —dice. Tenía dos trabajos y así pudo pagar sus deudas. Enviaba dinero a su casa regularmente. Era feliz, todo iba bien, como ella había soñado. Incluso pudo traer consigo a su hija, que entonces ya tenía once años. Todo iba muy bien.
Un embarazo tiene significados diferentes para todas y cada una de las personas. Parece ser que el impacto simbólico es muy distinto en la mujer que queda embarazada y en el padre de la criatura, y parece ser que –generalizando– muchos de los varones contemplan la gestación de sus parejas con un gran sentido de responsabilidad que puede convertirse en una inquietud perturbadora. Hasta tal punto que muchos hombres se vuelven celosos, otros se vuelven demandantes, otros se distancian de sus parejas incluso de todo el núcleo familiar, y otros se vuelven agresivos. Y Sandra tuvo esta mala suerte.
Sandra quedó embarazada cuando todo iba bien, y entonces todo empezó a ir mal. Las cosas comenzaron a torcerse. El cambió el trato, comenzó a tratarla mal, comenzó a insultarla, desplegaba grandes ataques de ira durante los cuales arrojaba objetos al suelo. Y la mala suerte no terminó: el parto fue difícil y traumático. Y la vuelta a casa fue aún peor. El hombre se volvió antipático y áspero. Sandra permanecía junto a él porque se culpaba. Pensaba que la mala suerte con su segunda pareja era su culpa. Pensaba que tenía que aguantarse allí porque no podía fracasar por segunda vez con esta segunda pareja. Hasta que un día llegó a agredirla: la empujó contra un armario mientras ella tenía su bebé en brazos. La relación se rompió en el año 2010 por decisión de él, que se marchó con otra mujer. Un veintinueve de junio, estando su hija y su hijo presentes, fingió que la estrangulaba. Sandra cayó enferma.
Sandra quedó sola con su hija y con su hijo, pero no se recuperaba de todo lo sucedido. Estaba enferma pero no podía parar porque necesitaba trabajar. Se marcharon a Huelva. Hacía lo que podía: trabajaba limpiando por casi nada de dinero. Su hija atravesaba una adolescencia tormentosa y llena de problemas… Sandra arrastró esta desesperación durante tres años, hasta que la desesperación la arrastró a ella. Una amiga le llamó desde Bilbao ofreciéndole la posibilidad de trabajar en casa de una señora durante cuatro horas al día y ella aceptó.
Sandra llegó a Bilbao agotada, exhausta, deprimida. Comenzó a trabajar pero sus bajones de ánimo no le dejaban vivir tranquila. Comenzó a apoyarse en el alcohol. Intentó quitarse la vida varias veces. No podía más. Hubo un ingreso psiquiátrico y los servicios sociales la separaron de su hijo pequeño. Entonces tocó el fondo.
Cuando escucho las historias que estas mujeres me cuentan sin mirarme a los ojos, a veces mirando al suelo, bajando la voz en los momentos más escabrosos de sus relatos, retorciéndose los dedos cuando hablan de sus hijas y de sus hijos… Cuando estoy ahí delante de ellas pienso que no sabemos casi nada del mundo, ni de la vida. Si fuéramos personas maduras y sabias, nuestras sociedades no consentirían tantísimo sufrimiento. No pretendo una sociedad sin crueldad, sin violencia. Sé que esto es imposible, sé que la violencia forma parte de las relaciones humanas y puedo vivir con esta idea, aunque me resulte incómoda. Pero me temo que el edulcorante que le echamos diariamente a nuestra experiencia de la vida, tiene unos efectos secundarios terribles: infantilismo, falta de responsabilidad, embrutecimiento social.
Sandra tocó fondo y tomó impulso hacia la superficie. Todo va mejor. Su vida se va enderezando. El niño tiene ya 12 años. Poco a poco resolverá sus problemas económicos. Recuperará a su hijo. Encontrará algún trabajo. Su lucha es constante. Pelea consigo misma.
En Zubietxe se siente muy a gusto. Se siente atendida y protegida. Lo pasa bien. Puede reírse y no sentirse culpable. Puede tomar el sol, dejar atrás las nubes oscuras y las tormentas que la desviaron de la vida sencilla y feliz que casi todas las personas nos merecemos.~
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