TRIBUNA VISITANTE: Manifestação!
Barra da Tijuca
Río de Janeiro, Brasil
28 de junio de 2013
Estimados viajeros:
Eran las tres de la mañana del viernes cuando empecé a arreglarme para ir al Aeroparque de Buenos Aires, tenía que estar a más tardar a las cuatro. Cuando llegué, María ya me estaba esperando y comenzamos el protocolo del viejo mete-saca de documentos y pasaje de abordar previo a la subida al aeronave. El día anterior, las fotografías y coberturas sobre las marchas en Brasil dentro del marco de la Copa Confederaciones inundaron las redes, y cualquier paranoico conspirativo podría imaginarse que tal vez no es la mejor época del año para visitar Río de Janeiro. Nosotras no. El día anterior se había concordado censurar cualquier imagen con el más mínimo indicio de una bomba molotov y se prosiguió a reemplazar dichas imágenes con caipiroskas, playa y bronceados. La abajo firmante nunca había estado en Brasil y, honestamente, se trataba de un destino por alguna razón demasiado lejano para mi pensamiento, más lejano que Japón. Después de un vuelo lleno de argentinos y aplausos al aterrizar, conocer el Aeropuerto Internacional de Galeão fue como si nos teletransportáramos a las llegadas de Mauricio Garcés al puerto de Acapulco, en donde el filtro de la mirada se entintó con un tono ocre como de un pasado futurista.
Desde el primer viaje en taxi entendí que Río de Janeiro es una ciudad de contrastes: entre los morros junto a la playa y una frontera de acrílico entre las zonas marginadas y la autopista, no sonaba entonces tan descabellada la idea de una Manifestação Pacífica. Aunque su infraestructura es bastante setentera, algunas actualizaciones de Río de Janeiro se notan en los taxis con televisioncitas de pantalla plana o en el desplante de comercios y arquitectura de elite del Village Mall en Barra da Tijuca. Pero con un lujo a medias tintas, hay que carecer del sentido de la dimensión para ignorar que es una ciudad que tal vez no cuenta con los espacios para atender las necesidades de una Copa del Mundo, ahora a menos de trescientos sesenta y cinco días de suceder.
Ya en el hotel en Barra da Tijuca, una zona un tanto lejana de las playas de Copacabana e Ipanema, proseguimos a aventar los abrigos de mink y ajuares para esquiar (hace frío en Buenos Aires) para colocarnos el merecido bikini y rendir tributo al sol. El encargado de las toallas y sillas del hotel en la bonita playa nos hizo hincapié en que ese día el servicio terminaría a las tres debido a la manifestação. Por ende, María y yo decidimos apurarnos a pedir la primera caipiroska que, para quienes la confunden eternamente con la caipirinha como yo, tiene como único diferenciador la base espirituosa de vodka en lugar de cachaça, el último un combustible peligrosísimo. Después de comer y comprar víveres (recuerden, la manifestação) no nos quedó otra opción más que encerrarnos en el hotel y, para las diez de la noche, escuchamos algunos cánticos de vecinos enojados pero ni un rastro de procesión social.
Al día siguiente había un memo bajo la puerta de la habitación que recomendaba evitar las playas dado que habría una manifestação junto a la costa. Con esa advertencia impresa, María y yo decidimos ir a Prainha, una pequeña playa de surfers a la que sólo se llega en auto. Al intentar volver, dándonos cuenta que era imposible pedir y/o tomar un taxi desde nuestra ubicación, a las damiselas en apuro no nos quedó opción más que preguntarle al chico con menos pinta de malo que si nos ayudaba a marcar por teléfono. El tipo en cuestión nos ofreció un aventón hasta nuestra ubicación, le quedaba de paso. En la charla trivial obvia y necesaria (nos había salvado la vida) le pregunté sobre lo que estaba pasando en su país para obtener como respuesta un I don’t know, man, entre risas y con un acento de playa. El chico nos explicó un poco sobre Dilma y su antecesor Lula, y de cómo había habido casi nulos cambios en la vida brasileña y que no entendía a fondo cuál era la razón para salir a la calle y manifestarse.
Con la duda sin resolver, finalmente llegamos al hotel. Al día siguiente, durante una sobremesa post-feijoada se hicieron aparentes los pasos solemnes frente al restaurante en Copacabana. Poco a poco, se comenzó a abarrotar el lugar con banderas, perros, bicicletas y gente, en un desplante en efecto pacífico. A los pocos minutos la costa estaba llena de gente y, en breve, se vació el malecón y todo volvió a la normalidad. En la playa continuaban las recomendaciones sobre las marchas y las posibles complicaciones, pero la realidad es que en nuestro viaje se aparecieron únicamente como un fantasma noticioso y nada más.
Para el turista así se siente la tensión en Brasil. No obstante, para el turista que sigue la agenda deportiva sucede una historia completamente distinta. El verdadero problema se encuentra afuera de los estadios y durante los partidos. Personalmente, no me parece una locura que la sociedad esté nerviosa por observar el levantamiento de futuros elefantes blancos que nunca se recuperarán. Con una Copa del Mundo y unos Juegos Olímpicos en puerta, las manifestaciones durante la Copa Confederaciones cobran un sentido que sólo los expertos pueden explicar con números y gráficas.
Así pues hago la siguiente recomendación para los futuros visitantes de Río de Janeiro: lleven una cámara, observen el impresionante arte callejero en toda la ciudad y visiten la montaña del Corcovado sobre la cual reposa el monumento Art Deco más grande del mundo. Este lugar es el único que permite observar la complejidad de esta ciudad contrastada y, al bajar, no olviden atender el pendiente turístico más importante de todos: pedir una caipiroska y correr de regreso a la arena.
Besos,
La asoleada de Denisse.~
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