TRIBUNA VISITANTE: El Teatro Colón
Palermo Soho
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
5 de julio de 2013
Estimados melómanos:
La voz es el instrumento que la naturaleza nos ha implantado para comunicarnos. No obstante, llegan días en los que las manos nos toman por sorpresa y le quitan la primicia a las cuerdas, sean vocales o de fibra. El sábado pasado visité por primera vez el Teatro Colón de la Ciudad de Buenos Aires para ver y escuchar un concierto de la Royal Concertgebouw Orchestra con sede en Ámsterdam. Quienes hayan estado en esta ciudad, saben que el Teatro Colón es un monumento a la música, siendo uno de los teatros con mejor acústica y arquitectura del mundo. Para los que no, el edificio en el corazón de Buenos Aires es, desde 1908, un candidato definitivo a maravilla del mundo moderno en la opinión honesta de quien les suscribe.
Basta cruzar el umbral para que el hall con techos de vitral lleve la vista hacia la delicadeza de los detalles. Así como Buenos Aires, una de las pocas ciudades en las que la arquitectura y el paisaje descansan en un espacio forzosamente armónico, este gran teatro disecciona la estética presentándola con una iluminación de tono amarillo, columnas y mármoles con un brillo silencioso: la antesala a una herradura portadora de sonido. En el interior, unos tres pisos de palcos y otros tres de tribunas forradas en terciopelo albergan un total de 2,478 lugares, cuyo techo presenta cúpula pintada e iluminada con los nombres de Chopin y Verdi, entre otros, recordándonos a los simples mortales que hay apellidos que permanecen en la posteridad gracias a talentos imposibles.
Ese día el clima estaba frío, nos encontramos en un invierno húmedo y gris, por lo que la solemnidad de los atuendos iba de la mano con la formalidad del evento. En el escenario, las sillas vacías de la orquesta eran a su vez un anfiteatro para un gran piano de cola al centro, el cual compartía la primera fila con el director: Mariss Jansons, miembro honorario de la Royal Academy de Londres y del Gesellschaft der Musikfreunde de Viena. El piano lo ocupó el ruso Denis Matsuev quien, claramente ausente en mi bagaje musical (soy pretenciosa pero no tanto), logró una sorpresa corporal de esas que sólo la música de orquesta en vivo lleva en la experiencia.
En Gattaca, la oda futurista del cine de los noventa, hay un breve episodio en el que la cámara barre la escena y se muestra el póster de un pianista superdotado. En algún punto, vuela el guante del músico a la mesa de una Uma Thurman andrógina y resulta que éste tiene un dedo de más. No hay que ser un melómano entrenado en las catacumbas de Viena para tener el breve dato curioso de la dificultad física para tocar las piezas de Sergei Rachmaninoff, que son acertijos físicos para los interesados y requieren décadas de perfeccionamiento entre armonía y falanges. El pianista toca sin partituras y, volviendo a Denis Matsuev, logró conmover al público argentino con su memoria dactilar y con su destreza única en los solos imposibles compuestos por un ruso súper hombre.
Habrá sido la experiencia de visitar el Colón por primera vez, o haber cambiado un poco la dinámica del fin de semana y acompañarlo con música de orquesta en Argentina; pero la realidad es que no encuentro palabras para resumir la genuina impresión que me provocó el sonido de la perfección en un foro igual de perfecto. Tal vez la cereza del pastel fue la bonita invitación al Teatro Colón. Lo que sí sé es que exhorto a quien llegue a venir a la Ciudad de Buenos Aires a que visite este lugar, ya sea para el recorrido de las instalaciones (es todos los días) o para sentirlo en acción. El tradicionalismo del foro pide que las entradas se compren únicamente en la boletería, pero con un poco de suerte, en domingo a las once de la mañana pueden entrar a una función gratuita. Es un gran deporte dejarse sorprender por las experiencias culturales de Buenos Aires y, con el riesgo de leerme como comercial barato: valen mucho la pena.
Besos,
Una Denisse (muy) sorprendida.~
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