TRIBUNA VISITANTE: Arak

«Y allí empezó lo que Arak llama  una grandísima película

 

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Arak trabajando en el Taller de Arte de Zubietxe

LE LLAMAREMOS ARAK, para traer a la memoria a aquella mítica Arakné habilidosa en el tejido y el bordado, que fue retada por Atenea a bordar una escena y que ganó la contienda. Arak mejora en sus costuras, el infortunado destino de Arakné.

Nuestro Arak nació en Duala, la segunda ciudad más grande de Camerún. Pasaban las vacaciones en el pueblo de su madre: Balou, cerca de Bafang. Arak es el segundo de seis hermanos (tres varones y dos mujeres) de los que quedan cinco con vida.

Llevaba una vida alegre, una vida que nos parece normal y deseable para el momento de cualquier infancia en cualquier rincón del mundo: jugar, aprender, ir a la escuela, disfrutar del amor  de una familia protectora en un ambiente de cuidados. Esto siguió siendo así incluso cuando su padre se quedó sin dinero, con la salvedad de que Arak no podía ir a la escuela. En muchísimo lugares del mundo, en los que los gobiernos no se hacen cargo de las necesidades básicas y fundamentales de su ciudadanía, no tener dinero significa no poder ir a la escuela, morir a consecuencia de una gripe… Aquí nuestro supuesto mundo de normalidad da un vuelco y se nos encoje el corazón al darnos cuenta de que realmente vivimos una excepción. Vivimos en el bienestar relativo de una conquista preciosa a la que tenemos que aferrarnos y por la que debemos luchar sin dudarlo: los derechos civiles. Aquellas cuestiones básicas que las sociedades tenemos  el deber de proveer a nuestra ciudadanía: educación, salud, vivienda, justicia…protección.

Arak comenzó a trabajar. Su madre le dio un fondo económico para que comprara mercancías al por mayor que luego pudiera vender en mercadillos locales. Lo primero que vendió Arak fueron cucharas. Después cacahuete. Después cacao. A veces Arak vendía tan poco que tenía que comerse parte de la mercancía antes de llegar a casa. Su madre le reñía y le castigaba por esto, pero el problema real es que Arak no sacaba beneficio suficiente para renta

bilizar su esfuerzo y el peligro que corría en el trabajo diario (el tráfico en Duala puede resultar demasiado inseguro), así que sus padres decidieron que dejara de trabajar. Arak se quedó en casa. Tenía 15 o 16 años.

En Camerún, un varón de 15 años ya no es considerado como un niño, sino como un varón responsable y espera de él lo que de cualquier varón según los esquemas tradicionales. Así que Arak soportó estas expectativas en su casa un tiempo, sin poder trabajar, como pudo, hasta que decidió coger la maleta y marcharse. No dijo nada a nadie, y menos a su madre: una mujer muy sensible y amantísima de su hijo.

Arak trabajando en el Taller de Arte de Zubietxe

Arak salió de su casa con el equivalente a unos diez euros en el bolsillo, suficiente para un trayecto de autobús. Y comenzó su aventura, una aventura que representa la de muchos otros varones africanos. No tenía ningún destino decidido, solo una dirección: hacia el norte. No tenía dinero, así que su estrategia de viaje era avanzar hacia el norte trabajando durante periodos de tiempo suficiente para seguir viajando hacia el norte.  Así Arak llegó a Nigeria, donde estuvo dos años trabajando en el campo y ahorró lo suficiente como para pagarse un pasaje directo hasta Mali. Allí conoció por primera vez a personas españolas. Tenían un negocio relacionado con el pescado en el que Arak trabajó, aunque al cabo de unos meses se puso enfermo y tuvo que abandonarlo. Viajó hasta Nouakchott, en Mauritania, donde trabajó en una lavandería en la que aprendió a lavar la ropa a mano y a planchar, y en donde comenzó  pensar que Europa sería el objetivo de su destino. Así que después de un tiempo viajó a Marruecos. Y allí empezó lo que Arak llama –con un sentido del humor que lo engrandece aún más–  una grandísima película.

Es sabido que en Marruecos, el ambiente cultural en relación a los inmigrantes subsaharianos no es muy receptivo, ni muy hospitalario (aunque las excepciones se honren a sí mismas y sigan manteniendo en alto el estandarte de la dignidad humana), más bien es hostil y abusivo. Eso fue lo que encontró Arak. Solo había trabajo para él en la construcción, con unos sueldos propios de sociedades esclavistas y, por  ser subsahariano, pagaba más que cualquier ciudadano de Marruecos por el alquiler de un lugar para vivir.  Arak visitó el  monte Gurugú. Vio los horrores de los intentos de cruzar la valla hacia Melilla, hacia España, Europa. Vio personas que lo intentaban durante años, personas heridas, mutiladas por las alambradas; un hombre que perdió un ojo en un intento; personas enfermas sin atención sanitaria; personas que salían por las noches a mendigar o a buscar en las basuras, procurando que la policía marroquí no les viera. Arak estaba decidido a llegar a Europa preservando su vida lo más posible. Decidió intentarlo por mar. Después se dio cuenta que es imposible realizar la travesía que ellos pretendieron hacer (como otros muchos), a no ser que te rescaten.  Comenzó a ahorrar con el único objetivo de viajar a Europa. Lo intentó 11 veces.  Once veces pagó. Once veces los detuvieron o fracasaron por un motivo u otro. Hasta el día en el que sucedió.

Un atardecer consiguieron salir al mar. Remaron, remaron, remaron. Iban mojados, con frío, remando, remando. El agua comenzó a entrar en la barca aún más. Había unas rocas. Se agarraron a las rocas. Salieron ocho en la barca pero cuando pudo ver, solamente contó siete. Pasó un barco que no se acercó. Después un helicóptero. Estuvieron agarrados a las rocas, en el agua, más de un día. Desde que lo vi el barco hasta que los rescató un segundo helicóptero (este de la Cruz Roja Española) pasaron más de cuatro horas interminables. Hacía tanto frío que vi la muerte.

Después del rescate los llevaron al centro de detención de Algeciras, una pequeña cárcel en la que estuvo 3 meses, tras los que contacto con una ONG que le facilitó un pasaje hasta Vitoria, en la Comunidad Autónoma Vasca y de allí llegó hasta Bilbao.  La primera noche en Bilbao la pasó en la calle, pero enseguida conoció la existencia del albergue y las duchas municipales y contactó con la asociación Crea África (Centro de recursos africanistas) y donde le pusieron en contacto con Zubietxe.

Arak llegó a Zubietxe en el 2015,  más de cinco años después de haber comenzado su viaje. Recuerda a toda la gente buena que ha conocido en este camino, personas que no han llegado a Europa y que lo están pasando mal. Recuerda a todas las personas que le han ayudado y se siente agradecido. Salí de mi casa con muchísima inocencia. En Nigeria me di cuenta de que me había metido en algo que no sabía lo que era. Allí comencé a madurar. Estaba flipando, en un país en el que no entendía absolutamente nada de lo que la gente decía. Una cosa es estudiar en la escuela que en China  se habla el chino, pero otra muy distinta es la experiencia de estar en China escuchando hablar en chino y sin entender nada: ese era yo en Nigeria.

Arak no se arrepiente de nada. Piensa que este es su destino, que aquí está bien. Confía en que los asuntos relacionados a su situación  legal y administrativa vayan mejorando. Sabe que será difícil especializarse en un trabajo, será difícil formarse a sus 25 años, pero esto no detiene su determinación y su esfuerzo.  Arak estuvo en el TAZ (Taller de Arte de Zubietxe) durante una corta temporada en la que disfrutamos de su enorme sensibilidad, de su sentido del humor, de su delicadeza, cualidades que ha heredado de su madre. En este momento ella es su verdadero destino: Ella me quiere muchísimo. Hablamos poco por teléfono porque se emociona demasiado y llora mucho. Si pudiera encontrar algo para ayudarla desde aquí,  lo tendría ya todo en la vida.

 

Nuestro Arak, teje su destino como una Penélope que, mágicamente fuera también y al mismo tiempo el mismísimo Ulises.~

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