MAR-IRÁN: Por las barbas de Darío | Rusia 2018
Por Enrique Ballesteros Durán
AL NO ESTAR presente en San Petersburgo, ni mucho menos en Teherán, he caído en el apasionante romanticismo de la historia y me pregunto si estos once iraníes podrían mostrar un dejo, en su ancestral carga genética, de los parados tácticos que Darío mandaba a la batalla en las legendarias gestas contra Alejandro Magno.
Vayamos al túnel del estadio. Ahí está la oncena persa. Vistiendo de blanco. Cuentan los relatos que en el legendario ejército persa, sus mejores unidades se adornaban con lujosos atavíos que impresionaban a sus adversarios. Pero en esta unidad futbolística del siglo XXI tuvo un contratiempo. Donald Trump amenazó con sanciones económicas a la marca de la palomita y de última hora los atavíos deportivos, uniformes y calzado, les fueron vetados. Sin embargo, con sus cortes de cabello y barbas tan a la moda, los muchachos lucieron como modelos italianos y sacaron miles de likes a las seguidoras mundialistas que se han subido a este tren expreso ruso que viajará en la red de redes durante 30 días.
En ese túnel no se apreciaba un solo indicio de enemistad, a pesar que desde hace unos meses Marruecos e Irán rompieron relaciones diplomáticas por los señalamientos que la nación africana ha hecho en contra de la nación asiática, a quienes acusa de apoyar a un grupo radical. Ideológicamente son países antagónicos porque cada uno representa una facción opuesta en el islamismo.
Ver los rostros de los jóvenes persas obliga a buscar rasgos bizarros. Así como cuando a un mexicano le buscan el sombrero y la pistola, a los iraníes se les concibe con turbante y esas barbas enormes de los ulemas y los ayatolas, más que como a los persas de Darío. Pero esta es la guerra en calzoncillos, dirían los clásicos. Son las miradas, la fisonomía, el aspecto, lo que muestra las coincidencias.
Al iniciar el protocolo, saltaron al campo y la televisión me permitió echar un ojo a la tribuna. Ahí estaban ellas, mucho más que ellos, desafiando la prohibición de ver las partes desnudas de los hombres. Compraron su entrada y tomaron su localidad sin la necesidad de ataviarse con turbantes y barbas falsas. En el asunto de la discriminación de género, ambos países de origen de los equipos contendientes, son potencia.
Como siempre, la entonación de los himnos desató la nostalgia y se cantaron con esa sensación de ensanchar las fronteras hasta donde uno esté. A pesar del pleito político, los 22 jugadores se saludaron de mano y los capitanes intercambiaron banderines, tal como la FIFA lo establece.
Las apuestas daban como favorito a Marruecos por cuatro a uno. La televisión mexicana no lo programó en sus señales abiertas muy posiblemente por el poco interés que generaba este encuentro.
Irán ganó el volado y escogió cancha. Marruecos pateó la pelota a las seis de la tarde de San Petersburgo, siete treinta de la noche de Teherán y diez de la mañana, en una lluviosa Ciudad de México. Ambas escuadras mandaron formaciones 3-4-3. En las defensas radicaba su mejor desempeño.
Los persas fueron sometidos durante la mayoría del duelo en su porción territorial. El nerviosismo era notorio. La pelota estaba en poder de sus rivales, aunque las llegadas francas de gol fueron escasas para los dos. Apenas un par de sustos por bando, cuando mucho. Así fue todo el partido. Pero hubo prórroga. Se agregaron seis minutos más al tiempo reglamentario y fue ahí cuando apareció ese dejo ancestral que deseaba encontrar.Cuentan que Darío mandaba sus ataques de caballería por los flancos para potenciar a su numerosa infantería que atacaba por el centro. Ya estábamos en el minuto 90 + 5, imagínense cuando el técnico portugués, Carlos Queiroz,mandó a sus extremos al ataque en lo que podía ser la última oportunidad y se encontró la jugada a balón parado. Había que ganarle a Marruecos para facilitar la calificación a octavos de final y para poder hacer historia. Vino el cobro de la falta desde el ala izquierda y el balón encontró la cabeza de un rival para batir la meta marroquí. Fue así como prevaleció el espíritu caballeresco de los persas.
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