El lado ciego
Los lunes al sol. Cinco hombres miran un partido de fútbol desde el techo del edificio. Cuando su equipo se acerca al área enemiga, los hombres se levantan. El tejado de una de las gradas les impide mirar completa la jugada. Así que ellos imaginan las posibles jugadas: paredes, regates, filtraciones o disparos. Escuchan los gritos de la tribuna. En la mayoría de ocasiones la defensa logra robar el balón o despejarlo. Los hombres hablan, discuten, fueron compañeros durante décadas en un astillero. Son personas mayores de 40 años que no encuentran empleo. Uno de ellos me recuerda mucho a mi padre. Antes de asistir a las entrevistas de trabajo se teñía el cabello. Durante las primeras horas su cabeza era negra y brillosa, conforme pasaban los días obtenía varios colores: café, castaño, dorado, rojo, gris, blanco, amarillo. Uno de los hombres recuerda a “La araña negra” Lev Yashin, el mejor portero de la historia. Los jugadores le temían y si lograban marcar se disculpaban. Yashin el hombre que desviaba el balón con la mirada. En algún momento los hombres se levantan, animan a sus jugadores, durante unos segundos quedan en vilo, imaginan lo que está sucediendo en el lado ciego de la cancha. En la grada se grita el gol y ellos festejan, saltan, se abrazan. ¿Cuánto de lo que me sucede, de lo que decido pertenece a un lado ciego, a una fracción de acontecimientos que solo imagino?
Durante el partido Uruguay – Egipto oigo la narración charrúa. Los celestes dan un buen partido pero los comentaristas quieren más y quieren otra cosa. A ellos les gustaría otro equipo, otra táctica, otros jugadores. Detestan a Godín, no entienden por qué Cavani no juega mejor, por qué “El Pistolero” Suárez no mete 20 goles en los primeros 45 minutos. La imagen y el audio no están sincronizados. Las voces están adelantadas casi dos minutos. El desfase me permite distancia. ¿El nacionalismo y el orgullo son un lado ciego de la realidad o simple tontería?
Releo Una mosca en la sopa, las memorias de Charles Simic. El ejemplar pertenece a la Biblioteca Central de la Universidad. Un lector anterior subrayó el 80% de los párrafos. Dejó diversas marcas de tinta en las páginas. Me gusta su entusiasmo. Señalo un recuerdo de Simic. Cuando su padre está en el hospital muy enfermo les pide a los médicos unas botellas de cerveza. Ellos creen que la enfermedad le afectó el cerebro. Simic les explica que ese el humor del viejo. Una de las cosas que más disfruto de mi padre son sus chistes amargos. Cuando era niño él me regañaba: “Te he dicho que no me digas papá. Me puedes llamar Padre o Dios”. En la adolescencia le aseguraba que yo era su padre, él tranquilo me respondía: “Mi padre no tiene que alzar la pata para orinar.”
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