Luis Suárez: El remate perfecto | blog Mundial Brasil 2014
Venían ingleses y uruguayos necesitados de puntos. Ambos habían perdido en el primer partido, aunque de manera muy distinta. Inglaterra nos gustó a todos. Puede que haya sido la selección que más nos haya sorprendido por el cambio que ha dado. Acostumbrados que nos tenía a poco fútbol y mucho físico, esta joven selección no especula, es honesta, juega raso y al pie, es de juego lento y combinado en el centro del campo, hasta que aparecen los laterales o los habilidosos Sturridge y Stirling. Entonces acelera y todo pasa muy deprisa. Un regate, un sprint y una ocasión de gol. Para un servidor, que ya ha visto varios Mundiales desde aquel del 82 celebrado en España – que es el primero del que tengo recuerdos -, Inglaterra no ha significado mucho. Ni la selección del passing game de aquel maravilloso Liverpool de Barnes, McManaman, Fowler y Rekdnap, ni la de Gascoigne, ni la de Shearer, ni la de Rooney. Inglaterra siempre decepcionaba. Y esta vez puede que el resultado sea el mismo, pero ni mucho menos las sensaciones que nos deja una Inglaterra (que aún no está eliminada) y que ha competido para ganar ante dos grandes selecciones.
Y si hoy Inglaterra se ha vuelto a ir sin puntos ha sido por un delantero centro total que se llama Luis Suárez. Un tipo que no tiene el cuerpo de Ronaldo, ni la altura de Ibrahimovic, ni es menudo como Messi, ni la apariencia feroz de Falcao. Luis Suárez si se parece a alguien es a Ricardo Darín. Sí, es más feo, menos apuesto, y no tiene lóbulos en las orejas, pero no puedes evitar pensar en el protagonista de El secreto de sus ojos cuando le ves caminar hacia la esquina para botar un corner.
Hoy solo puedo hablar de él. Es cierto que no solo él ha ganado por dos goles a uno a Inglaterra. Si Edi Cavani, un pelotero tremendo, no se hubiera zafado como lo ha hecho; si Nico Lodeiro no hubiera puesto las escasas gotas de calidad que destila esta selección charrúa; y si, sobre todo, los uruguayos no hubieran defendido tan ordenados y juntos, tan agresivos, tan al límite, el resultado hubiera sido bien distinto. Pero aun admitiendo que esto es así, los goles de Luis Suárez siguen siendo una variable independiente en la ecuación uruguaya.
Comenzó el partido con un tú a tú de baja intensidad. Los centros del campo peleaban, cortaban el juego, destruían, pero ¡ay! cómo alguno se le ocurriese dar un buen pase o regatear a su par y comenzase un simulacro de ataque con espacios. Ahí Cavani, Lodeiro y Suárez son letales. Todo en ellos es peligroso. Y por el otro bando, sin tantos espacios, Sturridge, Sterling y Rooney daban una sensación de peligro similar. Pocas ocasiones en los primeros 30 minutos, pero muy buenas, y dos porteros que no daban mucha sensación de seguridad.
Y en el minuto 30 se consumó el remate perfecto. Para ser un ariete total hay que hacer muchas cosas a la perfección. Lo primero es desmarcarte. Amagar hacia una lado y correr hacia donde tu olfato te lleve, que es justo al lugar donde no te espera el central, y allí fue Suárez, detrás de su marcador, sabedor de que Cavani lo sabía, porque comparten olfato. Y Edi se paró en la esquina del área grande, levantó la cabeza y templó el balón, con un pase eterno.
Lo segundo que tiene un rematador perfecto es que sabe saltar a tiempo para golpear el balón de cabeza. No salta antes. Ni después. No salta mucho, ni poco, solo lo necesario. Y Suárez, viendo como ese balón se aproximaba a él por encima de los centrales ingleses, saltó. Saltó mucho antes de impactar el esférico, manteniéndose en el aire el tiempo justo para que le diese tiempo a llegar. Yo te espero loco, tú tranquilo.
Finalmente, el ariete perfecto sabe rematar. Rematar es un arte. No se trata solo de empujar el balón a la red. Eso lo hacen todos los delanteros del mundo. Para ser recordado como un rematador, tienes que hacer el movimiento de cabeza que hizo Luis Suárez, alargando el cuello para cambiar la trayectoria del balón y pillar a pie cambiado a Hart, cuando lo previsible era un remate fuerte y al otro palo como haría cualquier delantero espigado de la Premier. Pero no, delante estaba él y él remata así.
El 1-0 determinó el partido. Casi tanto como que Uruguay debió jugar con 10 media parte porque Godín decidió ver cuánto aguantaba el español Velasco Carballo sin sacarle la segunda amarilla. Y bien que aguantó. Godín debió ver la segunda amarilla por lo menos cuatro veces, pero ya saben ustedes las tragaderas que tenemos los españoles, y este árbitro no iba a ser una excepción. Así que con los once en el campo, Uruguay se comió a la selección inglesa en un arranque de segunda mitad excepcional. Cavani la tuvo, Suárez casi marca un gol olímpico, y los ingleses sufrían mucho.
Hogdson cambió y sacó a más jóvenes talentos, pero lo que realmente volcó el partido hacia la meta de Muslera fue el cansancio charrúa. De pronto, todo el equipo retrocedió y la banda izquierda inglesa con un gran Baines comenzó a poner balones al punto de penalti con mucho peligro. En uno de ello, Rooney casi marca. Pero como suele suceder, tras tres o cuatro internadas de Baines por la izquierda el gol vino de la única subida de Johnson por la derecha. Pase al hueco de Sturridge, centro al segundo palo de Johnson y gol de Rooney.
Parecía que el fútbol era justo. Inglaterra, al igual que con Italia, no merecía perder y mucho menos quedar fuera del Mundial. Y siguió atacando con esa naturalidad con la que hacen las cosas los jóvenes, sin pensar en las consecuencias. Y sin contar con que aunque cansado, molido, recién salido de una lesión, Luis Suárez seguía en el campo. Y a este no le hace falta nada para hacer un gol. Y si encima le das un balón largo peinado hacía atrás por Gerard para que así no esté en posición de fuera de juego, puedes ir pensando en que Costa Rica no le dé por empatar mañana con Italia, porque el gol está cantado.
Da igual que no le quedase un gramo de fuerza, que se trastabillase en el control, que pareciese que se iba a caer de bruces. Da igual. Para el delantero centro perfecto, eso solo son detalles sin importancia. Cuando levanta la cabeza y ve al portero ya sabe que le va a pegar con todo el alma a un millón de kilómetros por hora. Y si quieres, la paras.
Con el trabajo hecho, Luis se tiró al suelo. No podía más. En el banquillo, en frío, se dio cuenta de lo que habían supuesto sus goles. Emocionado, el delantero perfecto que no iba a jugar hasta el tercer partido porque salía de una lesión, casi no podía sujetar las lágrimas. Puede que se acordara de Schiaffino.
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