Mirada porteña: El mejor compañero
Javier Mascherano se llamaba el chiquilín que Bielsa hacía debutar en la selección nacional sin que hubiese pisado una cancha de Primera División. Parecía mentira que pudiera jugar con los grandes, pero corría por toda la cancha, tenía una capacidad de quite impresionante, el problema era que las recuperaba y las volvía a perder, como si estuviera en el campo para eso, se las devolvía a los rivales para poder volver a quitárselas y así.
Un año después el chiquilín había aprendido la lección del Jefe Astrada, quitar y pasar a los nuestros. Simple. Correr, quitar y pasar. Entonces vemos jugar a Riquelme, a Cambiasso, a Maxi, a Saviola, a Messi, a Aimar, a Tévez. No hay problema, cuando la pierden, va Mascherano y se las devuelve. Él solito, no hay problemas, que se corran del medio, que son todas suyas.
Argentina no podía quebrar a México, iba por todos lados, todos al ataque, y qué pasaba cuando los mexicanos agarraban la pelota. Ahí le tocaba a él, Mascherano corría detrás de los de verde, los alcanzaba, les quitaba la pelota y se las daba a los de celeste y blanco para que siguieran jugando.
Siempre me ha seducido más la distinción al Mejor Compañero que al Mejor Alumno. En el Mundial darán premios al Mejor Jugador, al Goleador, a la Revelación… si dieran el premio al Mejor Compañero mi voto se lo llevaría Javier Mascherano.
Leipzig, 24-06-2006
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