Debut y victoria

10 de Junio. Estamos en Hamburgo, la segunda ciudad alemana después de Berlín. Es sábado y se respira tranquilidad en el simpático barrio Eppendorf. En el AOL Arena ya escuchó el primer bombo argentino y me cruzo con camisetas de San Lorenzo, River Plate, Rosario Central y muchas, muchísimas de la 10 de Argentina, que todavía pone Maradona. Ningún problema con la acreditación, varios con la entrada para el partido, una historia que seguramente se irá repitiendo. El estadio es precioso, los sitios para gente pudiente ostentan un pecado calamitoso. El entorno contrastará brutalmente con los jugadores marfileños que saldrán al campo y ese país en guerra civil en que ambos bandos prometen no disparar un tiro durante los 90 minutos que durará el encuentro.

En el corazón de Hamburgo se sorprende el visitante con el Aussenalster, un pulmón tipo el Central Park de Nueva York pero relleno de agua. La tranquilidad en este lago es innegociable, se impone incluso sobre los gritos que se producen a 100 metros, en el Hotel Intercontinental atestado de argentinos (en mitad de la calle se me apareció un hincha con la camiseta de Argentinos Juniors, juro haberlo visto, la mía no es la única en la ciudad). El día, soleado, hace el paisaje a las orillas del Aussenalster idílico. No me entretengo demasiado, en pocos minutos los paraguayos sacarán toda su vergüenza para plantarles cara a los ingleses.

Mis primeros noventa minutos de fútbol de este Mundial son frente a la tele. Inglaterra impondrá la ley del mínimo esfuerzo y ganará 1 a 0 a Paraguay. Los mejores cabeceadores de Europa y América frente a frente. Toda la dignidad guaraní por lo alto, tanto así que en el primer centro de Beckham, el veterano Gamarra saltó por encima de todos y cabeceó a gol. El resto fue un buen partido de fútbol en el que poco a poco los paraguayos se fueron asentando y nos dejaron la sensación de que pueden superar a Suecia, y nos dejaron un jugador de esos de los que el hincha se enamora, enloquece por él: a Nelson Haedo Valdez solo le faltó el gol para ser el muchachito de la película.

Llegué a la sala de prensa del AOL Arena después de atravesar montones de argentinos y me encontré con que Suecia no conseguía superar a la modesta Trinidad y Tobago. Me acomodé al lado de Maldini y Manolo Lama para enterarme de que a los trinitenses les habían echado a uno y que Larsson, solo Larsson porque Ibrahimovic brillaba por su ausencia, no conseguía doblegar la resistencia. Fue 0 a 0 y más alegría latinoamericana.

Faltando poco para el comienzo del partido esperado, Argentina-Costa de Marfil, me encontré con la gente de Perfil. Guido venía alterado por tanto curro y la paliza de los 400km desde Núremberg. Hablamos un rato, el partido se encima, somos locales. Parece mentira, millones de argentinos muriéndose de hambre y otros cincuenta mil llenando un estadio a miles de kilómetros para alentar a la selección. La aparición de la bandera argentina seguida de la marfileña anuncia los papelitos. No hay. Son todo flashes. Las culturas cambian, también la de nuestros hinchas. El himno, la piel de gallina, ya no puedo escribir, empieza el partido.

Argentina a ritmo de tango, dirían los gallegos. Tan lento y tan triste, que Costa de Marfil nos desborda, fundamentalmente por nuestra derecha, siento en falta a Zanetti. Pero ellos no son efectivos y cuando le queda a Drogba aparece el intratable Roberto Fabián Ayala para ganar siempre. A Mascherano le cuesta demasiado el doble-cinco, preferiría correr él solito a todos los africanos que pasen por allí. La lentitud de Riquelme es exasperante, la calidad es indiscutible. Finalmente tira un centro y en el embrollo del área aparece, como siempre, Hernán Crespo. Ahora Argentina gana y esa noticia es un serio problema para cualquier rival, ni que hablar de la novata Costa de Marfil. Prontito llega un pase mágico de Juan Román y el Conejito Saviola la escurre por debajo del arquero. Lindo gol. Dos a Cero. La prensa extranjera felicita nuestro “saber estar”, nuestra inteligencia, nuestra efectividad.

En el segundo tiempo llevamos toda esa viveza a un nivel inaceptable. “Manejamos” el partido. Se creció Sorín por la banda izquierda, tomó el control de la pelota Riquelme, pero ya se jugaba hasta con desinterés. Para colmo Pekerman sacaba delanteros y ponía volantes. Ni los marfileños esperaban que llegara el gol de Drogba pero hicimos tanto por ello que lo conseguimos. ¿Seremos tan calculadores que pretendemos quedar segundos de grupo por diferencia de goles? Lo cierto es que de allí al final Costa de Marfil no tuvo ni una sola oportunidad más. Cuando llegó el pitazo final nos guardamos el 2 a 1 en el bolsillo y nos fuimos con ganas de ver a Messi. Ojalá que, como el Barcelona, no lo necesitemos.

Hamburgo, 10-06-2006