Hibridaciones sinápticas: La lucidez del fuego: Hildegard von Bingen
Un texto de Iliana Vargas
En todo caso, las visiones que he visto, no ha sido en sueños, ni durmiendo, ni en el delirio, ni con los ojos del cuerpo, ni con los oídos del hombre exterior, ni en los lugares retirados, sino bien despierta, con toda mi atención, con los ojos y los oídos del hombre interior, en los lugares descubiertos […]
Hildegard von Bingen (Protestificatio, Scivias)
A PESAR DE haber sido bautizada mediante un ritual católico, yo no me considero una persona religiosa, en el sentido de que no sigo los preceptos ni soy devota de ninguna religión; sin embargo, creo en el misterio de las visiones místicas y encuentro fascinante la gran cantidad de escritos, dibujos, grabados, pinturas y composiciones musicales que han surgido a partir de ello desde la Edad Media hasta nuestros días. El simple hecho de que el ser humano sea capaz de entregarse a alteraciones físicas, psíquicas y espirituales para convertirse en el intermediario entre una voz divina [la voz otra] y el resto de la comunidad a la que pertenece, me resulta ya de entrada algo inexplicable pero verosímil, en tanto que toda creación artística conlleva diversos procesos de abstracción sensorial muy parecidos a lo que, en lo personal, considero sucede durante el éxtasis, y que cada uno experimenta, asimila y traduce a su manera.
Hace unos días alguien me preguntaba que por qué me interesa tanto hablar de las mutaciones y de los cambios drásticos o radicales en los seres, ya sean humanos o no [los seres y los cambios]. Entonces recordé que más allá del hecho literario o filosófico, que es el ámbito en el que solemos abordar estos sucesos, existe algo que se encuentra en el borde de ambos, e incluso es más cercano a la realidad: la revelación mística, que conocemos gracias a la poesía y a las hagiografías. Sin embargo, de lo que yo hablo no es exactamente de la búsqueda de entrar en comunión con Dios [sea cual sea su nombre, según la religión predilecta], sino de la experiencia de ver y oír a este Dios, y lo que ello significa: una persona no puede ser la misma después de haber sido intervenida por una voz divina; además, la transformación que sufre a causa de ello, no siempre resulta comprendida ni bien vista: después de todo, es la muestra viviente de un acontecimiento sobrenatural que necesita el juicio de la Iglesia [en el caso del catolicismo] para ser abalado como una bendición y no como un rasgo de locura.
Aunque existen varios estudios, documentales e incluso una película en torno a Hildegard von Bingen, la mayoría coincide en que se sabe poco de la infancia y la familia de la abadesa. Victoria Cirlot, una de las especialistas en la vida y obra de Hildegard, da a conocer un dato importante en uno de sus primeros artículos al respecto: Hildegard tenía visiones desde que era niña, pero sólo cuando cumplió 43 años, consciente de la importancia del mensaje que había recibido, decidió hacerlo público y solicitar autorización para transcribirlo:
Y he aquí que fue en el año cuarenta y tres del curso de mi vida temporal, cuando en medio de un gran temor y temblor, viendo una celeste visión, vi una gran claridad en la que se oyó una voz que venía del cielo y dijo: Frágil ser humano, ceniza entre las cenizas, podredumbre entre la podredumbre, di y escribe lo que veas y oigas. Pero como tienes miedo de hablar, eres ingenua e ignorante para escribir, dilo y escríbelo, no fundándote en el lenguaje del hombre, no en la inteligencia de la invención humana, sino fundándote en el hecho de que ves y oyes esto desde arriba, en el cielo, en las maravillas de Dios I … I Y de nuevo oí una voz del cielo que me decía: Proclama estas maravillas, escribe lo que has aprendido y dilo. Y sucedió en el año 1141 de la encarnación de Jesucristo, Hijo de Dios…
A partir de este momento inicia la metamorfosis que más llama mi atención, pues no se trata únicamente de una abadesa visionaria que, a pesar de no ser experta en ello, y con la ayuda de un par de secretarios, emprende el ejercicio de la escritura [dado que ese oficio estaba destinado a los hombres], sino que se convierte en una transmisora de conocimiento divino, entendido éste como una esencia elemental: si Dios está en todas las cosas, está también en la naturaleza y en el propio cuerpo humano; sólo falta entrar en contacto con ello y armonizarlo, ya sea a través de la oración, el canto, la composición musical, la escritura, la pintura, y la exploración de las propiedades curativas de plantas y minerales.
¿Y cómo llevaba a cabo todo esto Hildegard von Bingen, en pleno siglo XII? Pues al parecer, mezclaba el resultado de sus lecturas y estudios sobre filosofía y tratados medicinales, con la información que recibía en sus visiones. El proceso de asimilar, transcribir y realizar las ilustraciones que las acompañaban, tomaba bastantes meses; sin embargo, era como si el tiempo/espacio en que dividía su vida cotidiana se extendiera lo suficiente para que el trabajo en cada una de las áreas a las que se dedicaba surtiera frutos gracias a la intención mística con que realizaba cada uno de sus actos. He aquí lo que me intriga: esta especie de posesión divina que la guiaba desde los cinco años de edad, le había dado la fuerza para llevar al límite todas sus potencialidades con el fin de servir a Dios, pero no en una relación de temor<=>obediencia, sino, a mi modo de ver, en un sentido de réplica creativa. Me parece que ella no se detenía a pensar o a cuestionarse si lo que estaba haciendo era una obra de arte; simplemente se entregaba como médium a la voz del cielo y buscaba la forma de hacerla comprensible a la sensibilidad humana. De ahí la belleza de sus ilustraciones, o sus composiciones musicales, y sobre todo, la extrañeza de las ignotae litterae: las letras que forman parte de su propio alfabeto, quizá porque no encontraba las adecuadas para que por ellas hablara Dios. A ello me refiero cuando digo que una persona no es la misma después de haber experimentado tales visiones: la percepción y la expresión adquieren características de alteridades, no por intención o decisión propia, sino porque se pierde la identidad individual y se convierte en un ente receptor/transmisor de algo que no es terrestre, pero tampoco ajeno a la vivencia humana.~
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