Hibridaciones sinápticas: Jean Dubuffet: espacios y criaturas
Un texto de Iliana Vargas en la columna ‘Hibridaciones sinápticas’
La distinction que nous faisons du réel et de l’imaginaire est mal fondée. Rien de plus qu’une convention. Il n’est pas interdit d’imaginer pour l’interprétation du monde d’autres déchiffrements, d’autres ordonnancements, que ceux auxquels nous avions fait jusqu’à maintenant pleine confiance.
Jean Dubuffet[La diferencia que hacemos entre lo real y lo imaginario está mal fundamentada. No es más que una convención. No está prohibido imaginar para hacer una interpretación del mundo que funciona a partir de códigos y órdenes distintos a los que hemos hecho hasta ahora con plena confianza.]
CUANDO ME PREGUNTAN uando me preguntan sobre las cosas que tienen influencia en mi escritura, se me aparece una enredadera de imágenes, voces, texturas, sensaciones y sonidos. En el momento es difícil enlistar nombres y obras, y casi siempre queda esa sensación de no haber mencionado todo, de no haber sido específica, de haber olvidado nombres, de haber sido sobrepasada por un conjunto de hilos y nudos que se han ido enhebrando por más de veinte años en mi cabeza. Luego, ya en casa, sin dejar de pensar en todo lo que faltó decir, llego a la conclusión de que, de cualquier forma, todo ese enjambre de nombres no es más que una referencia abstracta o lejana para quien pregunta, porque al final, sólo uno sabe por qué determinado asunto ha propiciado tal o cual efecto en el impulso creativo. Pero es difícil dejar de pensar en ello, y descubrir que muy pocas veces uno se detiene a considerarlo de manera más profunda y significativa.
Es el caso, por ejemplo, de lo que me sucede con Jean Dubuffet. Recuerdo que hace años, la primera impresión que tuve al conocer su trabajo, fue la de estar frente al instinto más visceral, salvaje y primitivo del ser humano: el lenguaje de la marca en la piedra que constituye la pintura rupestre. Hay algo fascinante en la textura, en el relieve, en el rayón, en los colores que usaba en sus primeras series [Marionnettes de la ville et de la champagne, Matériologies, y Texturologies, entre 1947 y finales de 1950], que me hacía sentir que lo que veía había emergido de la tierra, o provenía de otra galaxia. Cuando hay figuras, casi siempre se trata de personajes cotidianos, sencillos, habitantes de la ciudad o del campo, de lo que observaba durante sus recorridos. Pero creo que lo que me llama la atención es la particularidad con la que retrata lo que ve: Dubuffet no se afana en hacer una versión fiel de lo que mira, sino de trasladar su forma de conectarse con lo que vive, a través de la diversidad propia de la materia pictórica. Es por ello que, en algún momento, el lienzo deja de ser suficiente para el espacio que necesitan sus personajes. Porque antes que pensar en un discurso o en un lugar dentro de la vanguardia de las artes visuales en su país, me parece que Dubuffet se dedica a construir sus propios escenarios y criaturas, tomados de la experiencia vivida sin preocuparse mucho por el deber ser del arte. De ahí que se sintiera más próximo al trabajo de quienes se habían acercado al arte por su cuenta, y que iniciara un proceso de investigación y compilación de obras a las cuales denominó art brut: material realizado por dementes, visionarios, gente en situación de calle o encerrada en la cárcel, o que haya tenido alguna experiencia mística y que traslade todo ello a la pintura, al dibujo o a la escultura como una forma natural de comunicarse con el mundo.
Para mí, él se sentía identificado con esta naturalidad de hacer las cosas, en el crear sin intención de seguir reglas ni manifiestos más que la intuición y la curiosidad por el juego y el experimento: el uso de arena, pedazos de carbón y de vidrio, paja, hojas de plantas y árboles, óleos, cal y pigmentos naturales; lo que hubiera a la mano para dar una consistencia, pero sobre todo una forma de decir esto también es pintar. Y no sólo eso. Dubuffet no le tenía miedo a la imaginación o al trastocamiento de lo real, y de ello dan constancia no sólo las figuras o las abstracciones que constituyen su obra entera, sino los títulos, tanto de las series, como de las piezas: Paris Circus; L’Hourloupe; Imaginarium; Metaphysics; Le voyageur sans boussole; Lever de lune aux fantômes; Les Phénomènes; La Vie sans l’homme; por ejemplo. Cada uno hace referencia no sólo a seres característicos, sino a mundos particulares del universo Dubuffet. Sé que aunque le interesaba, no practicaba la escritura creativa, sino el ensayo en torno a sus opiniones y posturas frente al regimiento del mainstream artístico; sin embargo, hay en el conjunto de su creación un espíritu que cuenta historias, anécdotas, momentos, sueños, deseos, visiones de lo que es y no es en la vida cotidiana y la vida otra; una relación implícita entre la imagen y lo no evidente de ella, pero que se dice en el nombre que la identifica.
Hablar de cada una de las series que conforman los 40 años de trayectoria de Dubuffet merecería un libro entero, pero ahora mismo quisiera señalar el paso que dio de la pintura a la escultura: la necesidad de tridimensionalizar la imagen, como parte de un proceso natural en la evolución de su planteamiento artístico: la necesidad de rehacer el mundo, de reinventar sus formas, sus códigos, su manera de interactuar en una realidad doble, paralela a la nuestra. Ahí fue cuando nació el mundo de L’Hourloupe, quizá la serie por la que más se le conoce o se le identifica. A partir de rayones y trazos que recuerdan a piezas de rompecabezas, Dubuffet inició la construcción de objetos y personajes que constituyen una representación más libre, vital y orgánica de nuestra realidad. En un principio eran bocetos a tinta azul y roja que recortaba y pegaba sobre cartoncillos negros, pero poco a poco, al notar el movimiento implícito de sus contornos, decidió que había materiales más adecuados para que tomaran la corporeidad que su dimensión exigía. Fue cuando acudió al unicel, a la pintura vinílica, al poliestireno y la resina; siempre experimentando para ver qué funcionaba mejor en cada una de las figuras que representarían la versión dubuffetiana del mundo habitado por humanoides y sus diversos entornos –casas, objetos, animales, paisajes, pequeñas ciudades y jardines– que, además de constituir espacios escultóricos en zonas urbanas y provincias de Francia y de otros lugares del mundo, llegaron a transformarse en personajes de teatro: Coucou Bazar. En el escenario, los actores eran acompañados y ataviados por hourloupes, y las piezas consistían en hacer una mezcla entre el burlesque, lo grotesco y lo musical para dar una consistencia más palpable a la farsa y la tragedia de la realidad humana.
Así, la búsqueda de Dubuffet logró traspasar los planos y las dimensiones matéricas y visuales, convirtiendo el lenguaje gráfico en un espacio susceptible de ser habitado, intervenido y apropiado por cualquier persona con ganas de exponer su lado menos arraigado a la lógica convencional, y más dispuesto a ser, por momentos, un alveolo, una línea negra, un fondo azul de naturaleza hourloupe.~
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