Hibridaciones sinápticas: Henri Michaux: escribir desde el ser alienado

Un texto de Iliana Vargas en la columna ‘Hibridaciones sinápticas’


 

La mescalina, más espectacular que las drogas de antes, neta, brusca, brutal, predestinada a desenmascarar lo que, en las otras, permanece envuelto, hecha para violar el cerebro, para “entregar” sus secretos y el secreto de los estados raros. Para desmitificar.

Henri Michaux, Conocimiento por los abismos

¿POR QUÉ NOS atrae tanto la posibilidad de alterar el organismo, o mejor dicho, la percepción de lo visible trayendo hacia nosotros lo invisible, o el otro rostro de lo que creemos no ver, pero que nos persigue en los espectros de la luz y las sombras?

Uno de los aspectos de la obra de Michaux que más me interesa es su fascinación por la búsqueda de lo otro, de la alteridad desde la alteración. Más que un escapista del mundo inmediato, yo lo observo como un explorador de sí mismo, un instalador de operaciones controladas en su propio cuerpo a través de la manipulación de la mente expuesta a los psicotrópicos, en especial la mescalina, y el resultado de ello en procesos de pensamiento específicos, y, sobre todo, en los trazos semi-automáticos realizados bajo este influjo. ¿Qué son estas imágenes sino una impronta de su visita al otro lado de sus pulsiones inconscientes? Si bien esta exploración inició a causa del trance provocado por la pérdida de su esposa, es necesario especificar que en Michaux siempre prevaleció una visión estética, y no sólo una reacción ostracista ante aquel momento de adversidad. Aunque se volvió un ente solitario y ajeno al entorno social y artístico que pululaba a su alrededor, esta decisión no derivó de su experiencia con el láudano, la mescalina o el LSD, sino de su carácter introspectivo, encauzado a la contemplación y las reflexiones producidas por su propia experiencia vital durante los viajes que realizó a distintos continentes. Y creo que hay una relación entre sus descubrimientos en otras tierras y la búsqueda mediante el viaje psíquico: desde su estadía en Asia o en Latinoamérica (particularmente en Ecuador), se vislumbraba su inquietud por abordar y comprender otras realidades, otros modos de vida, de sueño, de interacción con el otro y con el propio individuo. Quizá durante esos encuentros geográficos con otros paisajes y modos de pensamiento, fue que Michaux dedujo la necesidad de buscar aquello que nos constituye como entes completos y complejos mediante la percepción extrasensorial, y ello es justo lo que se advierte en los dibujos nacidos de las alteraciones perceptuales. Acaso él nunca se concibió a sí mismo como un dibujante, pero sí era consciente de que a través de ese lenguaje, junto con las notas que iba tomando durante este proceso, lograría dejar registro de tales descubrimientos. Sabemos que no fue el primero ni será el último escritor en experimentar, de forma concreta y con un objetivo específico, con la alteración de los sentidos. Aldous Huxley, en este caso, es el referente más cercano, en tanto que, usándose también a sí mismo como objeto de estudio en el uso de la mescalina, desarrolló una serie de ensayos en torno a los cambios producidos por la mente y el cuerpo al entregarse a este otro tipo de percepción, y la manera en que ello lograría liberar al ser humano de la enajenación social y política instaurada por el sistema económico que prevalece en el mundo. Por su parte, Michaux se concentra en las cuestiones sensoriales y sensuales durante la transformación de todo el cuerpo -mediante la apertura de los canales del pensamiento- en su encuentro con toda la otra vitalidad que supone la experiencia alterada. Resulta sorprendente que durante este proceso haya podido hacer apuntes para ir diferenciando los estados del cuerpo y del espíritu en cada una de las etapas por las que iba atravesando, como si todo él se fuera configurando de nuevo cada vez que la mescalina provocaba un efecto que no había experimentado hasta entonces. De entre su vasta obra como poeta y ensayista, hay cuatro libros en los que se incluyen notas y dibujos a manera de diario donde expone estas travesías: Misérable Miracle // Miserable milagro, 1956; L’infini turbulent // El infinito turbulento, 1957; Connaisance par les gouffres // Conocimiento por los abismos, 1961 y Les grandes épeuvres de l’esprit // Las grandes pruebas del espíritu, 1966. De este último, vale la pena retomar un testimonio en el que Michaux se refiere a sí mismo como a otra persona; alguien que es observado durante el trance, y que se desdobla ante sus propios ojos en busca de una manera de expresar eso que está viviendo, que es ajeno a lo cotidiano pero tan natural del espíritu; algo que busca una forma concreta de transmitirse y materializarse, y que acude a la acción inmediata de escribir // transcribir el suceso que, aunque se experimente en grupo, siempre será único e intransferible:

Encontrado el papel, se pone a escribir.


Sin embargo, una vez escritas, esas palabras -¿qué es lo que tienen?-, como madera que sin intervención del fuego se hubiese convertido en ceniza, las palabras, sin que él haya hecho nada especial, han dejado de pertenecer al orden del lenguaje.

A medida que su escritura avanza en la página, las palabras, que han quedado atrás, trazos y palotes, se han transformado en pequeños montoncitos, en pequeñas madejas… en lontananza. Ya no puede relacionarse con ellas. Ya no puede leer otras palabras que no sean las que acaba de escribir en este preciso momento y solamente durante un instante. Haga lo que haga, incesantemente, desde lo alto de la página, todo vuelve a convertirse en una extensión inmensa, desértica, vibrante, arenosa, se diría.

Sin embargo, sigue escribiendo, pero ineluctablemente, desde lo alto de la página, el desierto vuelve, invadiendo, desnaturalizando, recubriendo la hoja en donde las palabras se pierden en lejanos zarzales temblorosos.

Me parece que aquí se delata ese estado de transición entre la ruptura del lenguaje escrito al que el propio Michaux acude para transferir la idea de lo que está procesando en su mente, y entra, poco a poco, como en un caudal guiado por el movimiento de la mano y la tinta deslizándose sobre el papel, a la sinuosidad de la línea, de la marca que para él sigue teniendo el mismo significado que el de la palabra, aunque con una forma distinta: un lenguaje que atraviesa otro lenguaje para comunicar una visión que demuestra las capacidades mutantes de la realidad. La perspectiva deja de ser una proyección estática para convertirse en ondulación, en aura de la tinta, en un movimiento que nace de la vibración en los canales cerebrales que buscan una estructura distinta, del mensaje sin tiempo y sin espacio, de la alteridad ratificada en secuencias que siempre se ramifican hacia un punto del infinito donde el conocimiento se adhiere lo mismo a una sola marca informe, que a una palabra enraizada a un significante y un significado.

Es ahí donde Michaux toma de ambos mundos la materia orgánica que nutre no sólo su noción espacial, sino su propia capacidad comunicativa no verbal; esa que describe, de manera poderosa y profunda, el ritmo, la forma y la tensión exaltada de un reino donde habita otro tipo de luces y de sombras que nos configuran de forma distinta a la que se proyecta en la región onírica o en la mera contemplación imaginativa: el territorio visitado por Michaux, y que luego es trasladado en letras que son dibujos, es un territorio al que pertenecemos en tanto que portamos una psique humana, pero para conocerlo, hace falta atreverse a alterarla.~