Hibridaciones sinápticas: El híbrido: visión de una identidad colectiva

Un texto de Iliana Vargas

Era un gran pueblo magnético
con Marías ciclotrónicas
tragafuegos supersónicos
y su campesino sideral,
era un gran tiempo de híbridos.
Era medusa anacrónica
una rana con sinfónica
en la campechana mental.
Era un gran sabio rupéstrico
de un universo doméstico
pithecanthropus atómico
era líder universal.

Rodrigo González, Tiempo de híbridos

ES CURIOSO CÓMO hoy en día parece que el ser humano hubiera descubierto apenas la existencia de la palabra y el concepto de híbrido, cuando ha estado presente a lo largo de nuestra historia desde el principio de la representación creativa. Hay autos híbridos, géneros literarios híbridos, artes híbridas, perspectivas híbridas en torno a  tal o cual tema de estudio, etcétera. Esta columna, por ejemplo, nació a partir de esa idea en la que el ser humano es capaz de abrir y mezclar su percepción de diversos lenguajes creativos  sin tener que imponerse límites para ello: estamos rodeados de ideas, sonidos e imágenes que se sostienen gracias a todo un bagaje de redes y conexiones lingüísticas que nos precede en la historia cultural del ser humano, y que ha ido entrelazando sus vértices justo para mostrar que vivimos en múltiples visiones compartidas de temas arquetípicos desde las primeras manifestaciones ancestrales. Si pudiéramos visualizarlo, nos situaríamos frente a la típica imagen asociada a estudios neurológicos donde una cabeza está llena de cables y electrodos que conectan distintos puntos entre sí, y si hiciéramos una analogía más concreta aún, sería el esquema de la actividad eléctrica en nuestro cerebro: una neurona conecta con otra neurona de la misma manera en que una pieza de arte visual conecta con una imagen o una idea literaria, y ésta, a su vez, con un sonido, y así, ad infinitum…

Si nos damos cuenta, hay ahí un proceso natural de hibridación sutil e invisible, pero certero desde el momento en el que somos capaces de percatarnos de estas conexiones, las cuales se ejecutan a diversos niveles: a veces son muy obvias e inmediatas, y a veces se esconden entre capas y capas de significados ocultos.

Ahora bien, empecé a hablar de este proceso porque hace unos días visité la exposición de Híbridos. El cuerpo como imaginario, que en realidad forma parte de un proyecto más grande iniciado hace dos años en el Palacio de Bellas Artes, donde se planteó como un Coloquio Internacional cuyas conferencias se complementan con las piezas presentadas en esta ocasión.

Sin embargo, no se trata sólo de una exposición en el sentido convencional que conocemos, y me parece que ello obedece justo a la profunda noción de hibridar que permea este proyecto: aunque la mayoría de las piezas se enmarcan en el campo de las artes visuales, se plantea también una relación con la literatura y el cine, como si estuviéramos frente a un nodo que conecta y entrama lenguajes. Esto, por supuesto, me emocionó bastante, pues me identifiqué por completo con el objetivo estructural de esta propuesta, vista como una entidad que se expande hacia distintas ramas y no sólo como una serie de obras determinadas por un tema y un medio específico para desarrollarlo.

La visión en torno al híbrido se aborda desde su uso ritual en las pinturas rupestres y más adelante en la cosmogonía de distintas culturas, haciendo énfasis en la mesoamericana. Las tallas en madera y en piedra muestran una mezcla de las acepciones mágicas, religiosas y sociales que rodean a la hechura de cada objeto, y que hablan de la manera natural de asimilar la existencia de los seres representados: mitad animal / mitad planta / mitad insecto / y además, conectado con la fuerza elemental del material con que fue creado: madera, piedra, cerámica o pluma de ave. Desde ese entonces hasta ahora, la hibridación consiste en reconocer la coexistencia de todo lo racional e irracional, lo consciente e inconsciente, animado e inanimado, divino y terrenal que nos rodea y nos constituye, más que como individuos, como parte de una entidad colectiva. Y la mejor manera de expresarlo o manifestarlo ha sido ‒como consta en este proyecto polisémico ‒ a través de la creación, ya sea pictórica, gráfica, escultórica, literaria, cinematográfica, fotográfica, textil [y yo agregaría sonora y multimedia, aunque no se incluya en la exhibición]; así como los estudios antropológicos, religiosos, míticos y filosóficos en torno a ello. La existencia del híbrido ha sido persistente pero sutil y a veces invisible a lo largo de nuestra historia e incluso del origen de nuestra especie si tomamos en cuenta la cantidad de material genético que intervino en la cadena evolutiva hasta dejarnos en el cuerpo que ahora conocemos, pero cuya metamorfosis parece ser interminable, acaso no dictada por la naturaleza, sino por nuestra propia fascinación hacia lo desconocido y el juego malabar entre los dominios de la tecnología y su intervención en nuestra significación como humanos.

Resulta interesante descubrir cómo nuestra propia corporalidad ha sido un campo experimental para subvertir leyes, reglas e ideologías a través de la trans//formación: la adopción de; la convivencia con; el paso a=> otras formas que flotan en el numen imaginario de todas las sociedades del mundo y aterrizan en múltiples manifestaciones científicas y artísticas. La inquietud de adquirir rasgos o elementos ajenos a nuestra naturaleza para convertirnos en algo que resultaría imposible –y por tanto deseable- se ha materializado en la realidad inmediata a través de modificaciones corporales [deformaciones del cráneo, las orejas, los labios, la nariz e incluso el cuello; tatuajes; perforaciones; escarificaciones; implantes y adaptaciones robóticas] que se presentan en distintas culturas con motivos rituales, estéticos o médicos, y cuyo uso se va normalizando cada día más. Sin embargo, la mayor relevancia de esta imaginería se encuentra, sin duda, en la creación de cientos de tradiciones artísticas, míticas, religiosas y literarias que evidencian la necesidad del ser humano por visualizarse como un organismo en metamorfosis constante, porque ahí, en la metamorfosis, está la posibilidad de integrarnos al mundo otro que queremos habitar. Al final, le dimos la vuelta a la noción de “falta de identidad” de la que hablaba Rodrigo González y nos entregamos a la múltiple reinvención de todas las identidades que nos configuran.~