Hibridaciones sinápticas: Arreola y sus visiones de la realidad
Un texto de Iliana Vargas
Me considero un personaje literario en cuanto a que soy un ente que en la vida se ha comportado de manera extraña y anómala, por causa de haber querido vivir profundamente.
Juan José Arreola
AHORA QUE ESTUVE pensando en qué aspecto de Juan José Arreola es el que más me atrae, o con el que siento un acercamiento profundo, descubrí que mi libro favorito de él es Confabulario, donde, a pesar de que no se incluye “La botella de Klein”, se reúnen textos que inciden de una forma más directa en lo fantástico, en lo divino y en una obsesión por hablar de la mujer como si se la mirara a través de un caleidoscopio. Y es que creo que lo que sucede con Arreola es justo su intención de volcar en la escritura su experiencia de vida, la cual estuvo llena de diversas aristas siempre enfocadas en los territorios de la búsqueda, el atrevimiento y la confrontación. Por eso me parece que se le da tan bien abordar lo fantástico, pues lo hace de manera natural a partir de su visión polimórfica del mundo; una visión en la que las cosas dan un paso más allá de como lo dicta el deber ser, y funcionan a partir de una reinterpretación donde el humor, la crítica a la doble moral y la inmersión de lo real en otra realidad (que sería la realidad percibida desde los ojos de Arreola) construyen un imaginario que se sostiene en la fabulación.
Sé que existen dos acepciones para referirse a fabulación y confabulación, pero en este caso, ambas me parecen válidas si pensamos en que la materia de la escritura de imaginación fantástica constituye una mezcla de asuntos que bien podrían incluirse en un expediente psiquiátrico del que nos hemos salvado gracias al enorme pretexto de que nuestros desórdenes mentales obedecen al fin último de la literatura. Pero volviendo a la definición literaria de fabulación, diré que no existe como tal en el diccionario de la RAE, aunque sí aparece el verbo fabular, que significa: 1. inventar cosas fabulosas, o 2. inventar, imaginar tramas o argumentos; y además, deriva del latín fabulari, que dio origen al verbo hablar. Sin embargo, en la terminología psiquiátrica, la fabulación suele utilizarse para determinar el proceso mental en el que un individuo se esfuerza en fabricar la narración de una historia como si fuese real aunque él sepa que no es así, de la misma forma en que sucede con la mitomanía. Por su parte, el término confabulación, también en el diccionario de la RAE, refiere únicamente al acto de confabular en el sentido de tramar algo entre varias personas, con malicia o con intención de dañar a alguien. En el caso del ámbito psiquiátrico, se habla de confabulación cuando un paciente narra historias para llenar los espacios en blanco de algo que trata de recordar para explicarse tal o cual situación; confabula para explicarse algo que ha olvidado. En sus niveles más patológicos, tanto confabulación como fabulación se diagnostican en casos de demencia, alcoholismo y delirio.
Ahora dirán que confabulo en contra de Arreola al relacionar su escritura con todo lo anterior, pero lo cierto es que aludo a estas nociones porque me parece muy peculiar que la construcción semántica de ambas palabras, relacionadas con el acto de escribir literatura de la imaginación fantástica, tengan consideraciones de tal magnitud psiquiátrica. Lo que quiero decir es que quienes nos dedicamos a este tipo de escritura debemos andarnos con mucho cuidado para discernir entre la invención consciente e inconsciente, pues vivimos en un estado liminal entre nuestra capacidad de asimilar la realidad y transformarla al reinventarla, o, abandonarnos al otro lado y dejarnos invadir por todas esas otras realidades. Por eso disfruto tanto leer y escuchar a Arreola, porque él era un lúcido perfecto de la realidad inmediata que le rodeaba y un fabulador minucioso para dotar de toda la verosimilitud posible a sus historias, en particular a aquellas donde abunda la imaginación y la reelaboración fantástica de lo cotidiano.
En este punto es imposible no preguntarse algunas cosas: ¿Arreola era consciente de lo fantástico y de la manera en que podía integrarlo a su escritura? ¿Cuáles son los elementos fantásticos más evidentes en Confabulario? ¿Consideraba la relación con lo divino como un asunto macabro, o más bien su propia perspectiva de lo divino era transgresora, y por tanto afín al espíritu de lo fantástico?
La respuesta a la primera pregunta quizá no existe de forma concreta, pues no tenemos registros de textos teóricos de Arreola y su postura ante lo fantástico, pero sabemos que vivió un tiempo en Francia y que estaba influenciado por el teatro y la literatura francesa, en particular, la de los románticos y su derivado fantástico.
Si no existe un testimonio en el que Arreola declarara ser amante de este género, sí lo hay de que admiraba la obra de Borges y de que privilegiaba la imaginación, la poesía y los actos estratégicos para lograr lo que se proponía, y a mi parecer, estos tres elementos volcados a la polifonía de su escritura, resultan en tramas no sólo bien escritas, sino escritas con belleza, donde siempre hay un elemento que brilla, que resulta raro o ajeno a los actos cotidianos de los que nacieron. Porque si lo pensamos bien, lo que nos atrae, o al menos lo que a mí me atrae en particular de sus historias, es que los escenarios y los personajes de Arreola son de lo más cotidianos, y cuando menos nos damos cuenta, ya los está haciendo girar hasta convertirlos en una cuestión azarosa, extraña, terrible, enigmática y del todo inexplicable si nos regimos por las leyes lógicas y naturales de la vida a nivel humano-humano.
Seguramente aquí fue donde Cortázar encontró un enorme vaso comunicante con Arreola, pues ambos, a su manera, eran expertos en este mecanismo. Y si algo me gusta de Cortázar es la facilidad y la franqueza con que decía lo que pensaba sobre los libros de sus contemporáneos [algo que nos hace tanta falta hoy en día], como lo que escribió a Arreola en una carta después de leer Confabulario y Varia invención:
[…] estoy siempre muy atento a que lo que ocurre en mis cuentos proponga al lector una estructura definida, una realidad dada, por irreal que sea para los ojos del lector de periódicos y los seres con-los-pies-en-la-tierra (¿qué son los pies, qué es la tierra?). Si encuentro en sus cuentos una fraternidad que me emociona y me hace desear ser su amigo, es precisamente esa soberana frescura con que planta usted sus árboles de palabras. Los planta sin el rodeo del que prepara literariamente su terreno y “crea una atmósfera”, como si la atmósfera no debiera ser el cuento mismo, la emanación irresistible de esa cosa que es el cuento.
[París, 20 de septiembre de 1954 // Publicada en Revista de la Biblioteca de México, 2002 y en la Revista de la Universidad de México en 2004]
Los cuentos de Arreola, entonces, son realidades dadas donde se parte de un mundo conocido para transformarlo en un eco, una sombra, un reflejo intervenido de aquello que al final no resulta ser tan conocido y se convierte en algo ambiguo, en algo que bien puede tener una explicación literal, una explicación alegórica, o resulta una entera transfiguración de realidades. Por ejemplo, en “Pueblerina”, el personaje principal es un hombre que ha sido convertido en cornudo por su esposa, y la certeza del hecho es tal, que a lo largo de la historia el hombre asume esta transformación animalizándose por completo, describiendo sus actos naturales como si fuera un toro. Sin embargo, prevalece un tono entre resignación y burla de sí mismo que nos hace dudar de si lo que le sucede al personaje es literal o es una narración de ello en forma figurada. Incluso cuando muere, pide que le corten los cuernos, pero en lugar de eso, le construyen un “ataúd especial, provisto de dos vistosos añadidos laterales.” La última línea remata la ambigüedad a la que me refería: “el entierro tuvo un no sé qué de jocunda y risueña mascarada”. Algo parecido sucede en “El Rinoceronte” y de forma más sutil en “El Faro”, y hay casos donde reina lo absurdo e inexplicable, como en Parturient Montes, donde –literalmente- el narrador, protagonista de la historia, saca un ratón de la manga.
Sin embargo, los cuentos de Confabulario que más me atraen son aquellos donde pululan los elementos claramente fantásticos y de ciencia ficción, como “El guardagujas”, “La migala”, “El prodigioso miligramo”, “En verdad os digo”, “Baby HP”, “Anuncio” y “Parábola del trueque”; mientras que “Pablo”, “Un pacto con el diablo”, “El converso” y “El silencio de Dios” me intrigan y me fascinan por su tratamiento hacia lo divino, ya sean Dios, el Diablo o el Universo los portadores del misticismo. Obvio no voy a analizar todos estos cuentos ahora, pero sí quisiera apuntar que en cada una de las anécdotas y los mecanismos argumentales que sostienen a estas historias hay un aspecto sobrenatural y ominoso que los hermana; incluso, por mucho buen humor y gestos cómicos con que los haya matizado Arreola, después de leerlos uno siempre se queda con una sensación de extrañamiento y de agobio, pero sobre todo, con la idea de que mientras más familiar sea una atmósfera, más fácil será que sus leyes naturales se quiebren.
Ya sea un espectro, un animal pavoroso y desconocido, un objeto con cualidades que transforman el entorno social, un androide o un modelo de plástico capaz de sustituir a la mujer, o el extrañísimo hecho de que Dios responda una carta; todo ello implica la posibilidad de que algo aparezca, desaparezca o se transforme en otro algo ajeno a su naturaleza: de forma misteriosa o con fundamentos científicos, la alteridad se visibiliza sin tener que recurrir a una entidad ajena a lo terrestre e incluso a lo humano. En las historias de Arreola no hay monstruos como los que acostumbramos a ver en las películas o a imaginar con ciertas lecturas; aquí, lo otro, mientras más raigambre humana tenga, o mientras menos definida sea su forma y más intenso su efecto sobre quien lo confronta, más terrorífico, asombroso y misterioso es; como si siempre hubiera estado ahí, pero no hubiéramos tenido las palabras adecuadas para revelarlo y describirlo.
A pesar de haber sido traducida a diversos idiomas, es muy probable que la obra de Arreola sea poco conocida en otras partes del mundo, pero tal vez justo por eso, nosotros que la hemos leído y nos hemos dejado llevar e influenciar por ella en nuestras propias fabulaciones, debemos sentirnos honrados de que haya existido un escritor que parecía personaje salido de sus propias historias, y que haya abierto, junto con otros igual de raros que él, este camino que vamos recorriendo y defendiendo ante el mainstream de la literatura mexicana.
Excelente caracterización de Arreola, un escritor bastante desconocido fuera de México.
Personalmente, me he interesado por él al ver que Cortázar lo ponía junto a Carlos Fuentes y Juan Rulfo en «Fantomas contra los vampiros multinacionales».