Hibridaciones sinápticas: Amparo Dávila: los asuntos extraños son cosas importantes de la vida

Un texto de Iliana Vargas

 

Puedo intuir, puedo oler,
puedo pensar, pero saber jamás…

Santa Sabina, Azul casi morado

SIEMPRE QUE ME han preguntado cuáles son mis influencias o mis autores mexicanos favoritos, el nombre de Amparo Dávila aparece acompañado de otros como Guadalupe Dueñas, Emiliano González, Juan José Arreola o Francisco Tario. Sé que más o menos desde hace diez años  se ha dado una especie de revaloración y reedición de los libros de Amparo Dávila, y sin embargo, habrá muchos jóvenes lectores para quienes éste o el resto de los nombres  mencionados apenas diga algo en estos días. Sin embargo, yo agradezco que en mi propia juventud, cuando acudía a clases en la FFyL, hayan sido mis profesores de literatura mexicana del siglo XX, y en particular los que impartieron el Diplomado de Literatura Fantástica, quienes pusieran en mis manos, gracias a un juego de fotocopias gordísimo, a escritores e historias que desde entonces y hasta ahora no sólo no he soltado, sino que me han llevado a buscar más, y mientras más extraños y ajenos al mainstream convencional, mucho mejor para mí y mi hambrienta imaginación. Por supuesto, Amparo Dávila estaba en ese bonche de copias, y, lo recuerdo muy bien, el cuento que se incluía era “El espejo”. Mentiría si no dijera que fue una de las primeras veces que sentí  miedo con sólo visualizar todo lo que podría estar cubierto con aquella sábana, y no precisamente por lo que reflejaba, sino por lo que no mostraba. Creo que después de eso descubrí mi fijación con las ventanas sin cortinas e incluso con las cortinas mismas. Recuerdo que mis hermanos y yo jugábamos a asustarnos enrollándonos en las cortinas, mimetizándonos en ellas, y cuando menos lo esperaba el otro, ¡zas!, aparecíamos gritando.  Escondíamos el miedo con una risa nerviosa que nos aliviaba porque al final descubríamos que éramos nosotros quienes estábamos ahí escondidos. Pero ¿qué pasa cuando no se sabe; cuando nunca se descubre; cuando hay una atmósfera ominosa y opresiva que te hace suponer, pero que nunca te revela qué es lo que hay del otro lado, ya sea del espejo, del cuarto, del patio, del agua?  Me parece que el don del horror en Amparo Dávila es tan natural, que sabe que el secreto está en no darle nombre ni rostro; no iluminar la figura que se adivina en la sombra.

Sin embargo hay quienes dicen que los cuentos de Amparo Dávila no tienen nada que ver con lo fantástico, que hablan de cosas personalísimas, evidentes, metaforizadas, pero siempre en contacto con la realidad. Que no es necesario enmarcarla más que en su necesidad de escribir para procesar una catarsis de los eventos de su vida cotidiana. Pienso que esto es cierto y no. Por supuesto, uno escribe desde su experiencia real y verdadera de la vida cotidiana; no hay posibilidad de escritura sin ese peso existencial mediante el que percibimos y asimilamos lo que nos sucede cada día, transformándolo en texto o en cualquier otro medio de lenguaje.  ¿Y qué pasa si lo que experimentamos es incomprensible e insólito, si una parte de nuestra percepción está conectada con la alteridad, es decir, con el lado subversivo del orden natural de las cosas? Sabemos, gracias a entrevistas y testimonios, que Amparo Dávila tuvo una infancia y una adolescencia rodeada de sucesos que, desde su punto de vista, eran ominosos, misteriosos y terroríficos, pero todos con una explicación racional. Cuando ella decidió empezar a escribir narrativa era consciente de ello: lo que le producía miedo tenía una explicación, pero ella prefería mantener esta visión de la infancia y atribuirle a lo no dicho o lo no visto, la raíz del horror:

Quizá nunca se le ocurrió pensar que sus cuentos incluían elementos relacionados con diversos tipos de lo fantástico porque, en principio, la Introducción a la literatura fantástica de Tzvetan Todorov fue publicada en 1970, y por tanto dudo mucho que Amparo Dávila tuviera acceso a ella. Por otra parte, recordemos que hablar de lo fantástico en la época en la que ella escribía y publicaba era impensable, pues el mainstream cultural dictaba que lo necesario era hacer retratos de los distintos ámbitos de la sociedad mexicana.  Lo curioso es que en los cuentos de Amparo Dávila hay una mezcla de ambas cosas: los escenarios en los que se desarrollan sus historias son estampas de las ciudades y de los pueblos que conoció o en los que vivió; los personajes, sus hábitos y sus entornos aluden perfectamente a la realidad de la época; sin embargo, hay algo que trastoca sus actos más nimios, algo que desvía la línea natural de sus destinos predecibles hacia algo inexplicable.  Lo inexplicable: lo que no se dice, lo que no se ve, lo que proviene del sueño y se ensambla en la realidad, lo que desafía las leyes del raciocinio, lo que deja ver su aura monstruosa, lo que conecta con la sensación de percibir lo invisible, lo que habita el misterio más profundo de uno mismo: «La mujer miraba por la ventanilla; de pronto se dio cuenta de mi presencia y se me quedó mirando fijamente. Era yo misma, elegante y vieja. Saqué un espejo de mi bolsa para comprobar mejor mi rostro. No pude verme. El espejo no reflejó mi imagen. Sentí frío y terror de no tener ya rostro.» [“Tiempo destrozado” en Muerte en el bosque, p.91]

Acaso escribir literatura fantástica sin saber que lo hacía fue el secreto para que lo hiciera tan bien, sin imaginar siquiera que estaba contribuyendo a fortalecer una tradición mexicana de la que no se tenía mucho conocimiento entonces, pero que es una de las más prolíficas hoy en día. Lo gratificante es que ejerció esta escritura sin dudarlo, sin esconder su intención de manifestar lo ominoso, sin negar la posibilidad de lo otro; eso otro que no se acepta fácilmente por temor a ser juzgado como alguien que está más despierto ante los asuntos extraños que a los importantes de la vida. Asumir la otredad como algo que pulsa y late de manera cotidiana pero inasible es una de las prácticas necesarias para comprender por qué lo fantástico es una visión tan particular y válida del mundo como lo es cualquier otra. Sé que la literatura siempre está propensa a diversas interpretaciones y líneas de estudio, pero no entiendo por qué hay gente que se refiere a lo fantástico con un dejo de vergüenza. ¿Les incomodará aceptar que son susceptibles de creer en lo que imaginan, o de aceptar la existencia de un paradigma ajeno al que se acepta como viable para que la vida sea una sucesión lógica y aceptada de hechos reales? Pienso, por ejemplo, en los personajes de la película más reciente de Yorgos Lanthimos, El sacrificio de un ciervo sagrado. No voy a abundar en ella, pero me referiré al punto que considero contacta con el estilo de lo fantástico que prevalece en los cuentos de Amparo Dávila: lo ominoso y lo onírico. Digamos que la cinta trata de una familia de estatus social bien acomodado de algún país de primer mundo. El padre es un médico cirujano con reconocimiento de la comunidad y de sus colegas. La vida cotidiana de esta familia no presenta rasgos fuera de lo común, salvo, quizá, las fantasías sexuales del médico y su esposa. Sin embargo, hay un elemento raro que percibimos desde el inicio de la película y que poco a poco va convirtiéndose en el elemento protagónico de la historia, a tal punto que hace dar un giro total al destino de cada uno de los miembros de la familia a causa de algo incomprensible, sin explicación lógica, pero tan fuerte y real que no sólo hace cuestionar el pensamiento pragmático del médico, sino de todos los implicados en la situación. Es una película donde el terror cobra diversos significados y parte de distintos móviles, desde lo más etéreo y misterioso hasta lo más crudo y violento. Lo que a mí me pareció interesante fue justo que el  motor de la trama estuviera enfocado en lo no dicho, lo no revelado pero intuido, y en la fuerza sobrenatural forjada a partir de ese secreto. El ocultamiento es la clave para abrir los campos de visión hacia lo otro, pero no sólo en la literatura, en el cine o en cualquier situación ficticia, sino en la vida que transcurre a diario, y eso sólo es posible si se deja de oponer resistencia a las cualidades de la imaginación fantástica como una manera distinta de asimilar lo que nos rodea y de cambiar, en lo posible, esta idea arraigada de una sola manera de ver, aceptar y hacer las cosas, por pequeñas e individuales o significativas a nivel social  que éstas sean. ~