¿Qué ha pasado en cincuenta años? | El rincón del celuloide
‘El rincón del celuloide’, #columna sobre cine, con Daniel Arellano en los mandos
fotograma de La perla (de Emilio Fernández, 1947)
¿ALGUNO DE USTEDES recuerda una película llamada Sexo pudor y lágrimas? ¿Alguno puede recordarla de forma poco lastimera? ¿Alguno puede no relacionarla con esa triste y ya caduca canción de Alex Syntek? Porque es bien sabido que desde los años sesenta el cine mexicano ha estado en decadencia y aunque sí, hay chiripas como las películas de Iñárritu y algunas producciones independientes, el panteón de películas mexicanas se reduce a las mismas historias burdas y carentes de profundidad que nos trae Televisa, que poco a poco perderán valor conforme pasen los años y sólo las recordaremos porque ahí salió tal o cual actor fracasado de la misma televisora. Los títulos de las películas son el primer paso para amar u odiar una obra, y es que por más que yo me drogue con pintura en aerosol o inhale pegamento 5000, no puedo convencerme de ver una película titulada Treintona, soltera y fantástica, en cambio, desde que supe que había una cinta llamada Ensayo de un crimen, tuve que verla y no sólo eso, tuve que amarla, aún si en aquel entonces yo no sabía un carajo de un tipo de apellido Buñuel.
¿Qué ha pasado en cincuenta años? En la década de los cuarenta, durante esa época extraña que hábilmente José Emilio Pacheco relata en Las batallas en el desierto, se estrenaron las más grandes películas mexicanas: Vámonos con Pancho Villa, Los Olvidados, Enamorada, Campeón sin corona, El rey del barrio, Ahí está el detalle y podría seguir enumerando obras maestras del cine; y yo sé que de inmediato me podrán decir que los tiempos eran otros y la industria cambió para mal y que había una guerra en marcha y que las casas productoras europeas venían a depositar grandes cantidades de dinero a nuestro país y sí, admito que todo eso es cierto, pero no contesta la pregunta, ¿Qué ha pasado en cincuenta años?
Por qué pasamos de ver películas que cuentan historias casi shakesperianas que narran la empresa de tres primos que deben luchar por el amor de una mujer al mismo tiempo que están subyugados por el peso de una matriarca que los controla de una forma tan particular como inverosímil; hablo por supuesto de la saga de Los tres García a ver películas… mediocres. Porque hoy en día las películas mexicanas nunca faltan en una sala comercial, ahora mismo está en el cine Cómo cortar a tu patán, una película que recurre a un humor muy básico, una trama más que cliché y un elenco completamente olvidable. Ni siquiera se necesita ir verla para saber que es una boñiga. ¿Eso es lo que tiene para ofrecer nuestro cine nacional?
Cuando voy a comprar películas y miro todas esas que se encuentran en la sección de “Cine Mexicano”, miro los títulos y siempre me hago la misma pregunta, ¿Cómo demonios pasamos de tener nombres como La perla a No manches Frida? Tanto se podría decir de la metáfora a una piedra preciosa que viene del mar que, inevitablemente, desencadena deseos de saber más, o de las actuaciones magistrales de Pedro Armendáriz y María Elena Márquez; en comparación con lo poco que se puede hablar de un tal Omar Chaparro, o el tema, no sólo es una sátira mal lograda de las instituciones educativas, sino que es carente de todo valor artístico. Vuelvo y pregunto ¿Qué ha pasado?
En una época maravillosa en la que yo hacía teatro, montamos en el taller Tejedor de milagros, y me sorprendió una historia que hablaba de una pareja de indígenas que llegan a un pueblito justo en la víspera de Navidad para vender sus canastas, y pasan toda una travesía porque la mujer que está embarazada y da a luz mientras tocan las últimas campanadas de la Nochebuena. ¿Cómo no enamorarse de un relato así? ¿Cómo no querer verlo en el cine? ¿Será acaso que no sólo la época es diferente, si no sus espectadores?, porque allá, en la primera mitad del siglo XX, la gente llenaba salas para ver el último estreno de Ismael Rodríguez, funciones que duraban todo el día con permanencia voluntaria, funciones que permanecían meses en cartelera hasta que el siguiente éxito del director volvía a llenar las pantallas.
No quisiera dar la respuesta rápida y poco simpática de que hoy, como espectadores somos mediocres y conformistas, pero eso resulta una verdad certera cuando nos damos cuenta de que no sólo vamos al cine a ver No se aceptan devoluciones sino que, además, la disfrutamos, compramos el DVD pirata y la recomendamos a nuestros familiares y amigos que continúan con esta cadena de gusto cutre por el cine mexicano. En los noventas, la industria quiso resurgir con la ola del “Nuevo cine mexicano”, ¿qué películas de esa corriente recordamos con cariño y no con sonrisas socarronas? Muy pocas realmente, hace poco alguien me recordó, por ejemplo, que existía una llamada Elisa antes del fin del mundo y yo no puede evitar la risa burlona. Tan poca relevancia tuvo esa era que sepultamos en nuestra memoria esos títulos donde salían los miembros de Kabah a hacer gala de sus mediocres interpretaciones y carente talento actoral.
¿Qué ha pasado? Nos hemos estancado, nos hemos vuelto menos exigentes, ya no miramos hacia la literatura que es fuente inagotable de historias que bien podrían convertirse en los grandes clásicos del momento; nos hicimos adictos a una televisora que controla la industria de la televisión y el cine, no podemos hacer el esfuerzo colectivo para apagar el receptor de imágenes y buscar nuevas fuentes tanto de información como de entretenimiento; nos hemos vuelto poco críticos y no sabemos discernir entre la calidad de las producciones independientes y el producto prefabricado que sólo sirve como medio para hacerle publicidad a marcas e industrias, porque como dije al principio de esta mal lograda carta de odio, de la vista nace el amor, pero también hay que tener buen gusto o si no, seguiremos pensando que Me gusta pero me asusta se convertirá en el nuevo clásico que esperamos con ansias para ver en familia una tarde de domingo.~
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