El castillo de If: Noticias de la frontera del fin del mundo
Un texto de Édgar Adrián Mora
Héctor Germán Oesterheld, el genial guionista de cómics, realizó, a decir de Juan Sasturáin, un cuestionamiento profundo con respecto de las historias que se contaban en América Latina, al menos hasta su muerte como víctima de la dictadura argentina alrededor de 1977: el cambio del domicilio de la Aventura. ¿Por qué los extraterrestres sólo acudían a invadir las grandes ciudades de las potencias económicas del mundo? ¿Por qué el fin del mundo únicamente se podía concebir en lugares como New York, Washington, París, Londres? ¿Acaso las fuerzas que gobernaban el universo tendrían claro que había lugares “dignos” de ser conquistados y otros que eran tristes comparsas en el concierto de las naciones?
A partir de ese cuestionamiento es que Oesterheld escribirá, en 1957, esa historia gráfica seminal de la narratográfica argentina: El eternauta. Unos invasores amorfos pero todopoderosos, los Ellos, invaden el mundo a través de sus aliados: los Manos, los Gurbos, los Cascarudos. La historia que Oesterheld decide contar no ocurre en ninguna de las capitales del poder occidental, transcurre en la Buenos Aires de la Plaza de Mayo y del estadio de River Plate. Con ese único gesto, Oesterheld cuestionaba una tradición que, dentro de la ciencia ficción, añadía mayor marginalidad a las sociedades que buscaban en esos años desprenderse de los Ellos alegóricos, la influencia de los norteamericanos.
Néstor Robles (Guadalajara, 1985) entendió a la perfección el cuestionamiento que Oesterheld hizo hace más de cincuenta años. De tal manera, su volumen Réquiem por Tijuana (Paraíso Perdido, 2017) convierte a la ciudad fronteriza en el escenario de las historias que aluden a los temas de la ciencia ficción apocalíptica, el terror fincado en las criaturas sobrenaturales y la recuperación de tradiciones preshispánicas como la alusión a los nahuales y a los seres que habitan los abismos de la tierra y de la mente.
Dividido en tres secciones: “Voraz”, “Crónicas de Montezul” y “Réquiem por Tijuana”, cada una de estas divisiones presentan una propuesta que podrían construir por sí mismas, quizá, tres libros distintos. En “Voraz” nos enfrentamos a los monstruos terroríficos que gustan de la sangre, de la carne humana, para los cuales el sacrificio es una cuestión cotidiana. Las formas que adoptan son múltiples: hombres lobos, sicarios sobrenaturales, devoradores de historias, brujas caníbales, seres diminutos que devoran desde adentro los cuerpos humanos. Los monstruos descritos por Robles en sus historias responden a características variadas: en algunos casos son circunstanciales, tienen como misión destruir, devorar, y lo hacen; en otros casos, los más atractivos, son seres con conciencia que acuden a los sacrificios humanos para poder mantenerse con vida. “El devorador de historias” es, dentro de este conjunto, el relato más inquietante: la existencia de un monstruo que se alimenta de ficciones y cuyas víctimas predilectas son los escritores noveles en búsqueda de apoyos y mecenas.
En “Crónicas de Montezul” nos asomamos a un terror que emerge de lo sugerido, de aquello que no está dicho pero que provoca miedo de la misma forma. Hay acá la venganza realizada por un solitario hombre al encontrarse con la asesina de su mejor amigo, un perro pastor alemán; también la crónica de un escritor que acude en búsqueda de la paz y la inspiración a esa mítica Montezul sólo para encontrarse con una reedición del mito de los nahuales; y, en el relato mejor logrado de esta parte, la crónica de un periodista que acude para atestiguar la manera en cómo los sueños se mezclan con la realidad y la transforman.
“Réquiem por Tijuana”, además de dar título al volumen, nos muestra una ciudad devastada por diversas versiones del fin del mundo. Ya sea en forma de usurpadores de cuerpos que comparten la conciencia con sus huéspedes y se alimentan de carne humana; la espera de la muerte en algo que se insinúa como una invasión de zombies que buscan exterminar a los humanos sobrevivientes y ante los cuales sólo los acordes de canciones de rock sirven como barrera para mantenerlos alejados; o quizá en la forma de un adolescente con la cabeza llena de masacres, venganza y muertes que merced al enamoramiento juvenil y a la presencia de Neil Young (o un alter ego del mismo) consigue aceptar su lugar inestable en un mundo en donde los gringos viven exiliados en territorio mexicano; la última versión de ese apocalipsis refiere a la aparición de minúsculos agujeros negros que, de manera consistente y poco a poco, devoran la realidad y lo que hay en ella mientras tres sobrevivientes enviados en misión a la luna observan la llegada de los nuevos dueños de la Tierra.
Hay, en conclusión, una buena combinación de historias en este libro de Néstor Robles. Un volumen que no rehúye la idea de abrevar de los (mal)denominados “subgéneros”: el terror, la ciencia ficción, el horror, lo policíaco incluso, para contar historias que busquen el sobresalto o la sorpresa del lector. Un libro entretenido, sin mayores pretensiones, que consigue su objetivo de mostrar tramas desde los terrenos de lo extraño, lo siniestro y lo sobrenatural.~
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