EL CASTILLO DE IF: Zombis y chamanes contra la historia de bronce
Un texto de Édgar Adrián Mora
En Aires de familia (un ensayo imprescindible para entender la historia de la cultura latinoamericana de los siglos XIX y XX), Carlos Monsiváis sugirió que en México, y por extensión analógica en América Latina, la construcción de las identidades nacionales tuvo que edificarse sobre los hombros de los grandes hombres que forjaron las naciones recién paridas a partir de los movimientos de independencia de España. En esa construcción emergente y apresurada (cuestión que pertenece también a esa identidad en proceso) se estableció una relación indisoluble entre el santoral católico y lo que Monsi denominó el “santoral laico”. Los héroes patrios sustituyeron a los santos y en lugar de estampitas de atrio de iglesia tuvimos monografías de papelería de la esquina.
Ese desplazamiento simbólico no pudo despojarse del aura de pureza que la hagiografía destinaba para los santos, las biografías de los próceres patrios aparecían sin mácula, a fin de convertirlas en modelo de comportamiento para los ciudadanos embrionarios que estas sociedades pensaban formar. Esta es una de las razones por las cuales la figura del héroe adquirió la intocabilidad de la que antes gozaron las imágenes y esculturas en las cuales se centra gran parte de la práctica del catolicismo. Los liberales que construyeron esos mitos originarios, en el caso de México, se aseguraron de que las vidas de los héroes que reconocían como forjadores estuvieran llenas de estampas edificantes y de frases célebres. Y estatuas, muchas estatuas. Y nombres de calles, y parques en honor de, y escuelas, y demás edificios e instituciones pertenecientes al mundo de la política pública. Y así fue durante muchos años.
Quizá el primero que advirtió la necesidad de cuestionar esa existencia inmaculada, y si no el primero sí quien lo hizo con mayor acidez y acierto, fue Jorge Ibargüengoitia. A través de una prosa llena de humor y situaciones absurdas, este autor abordó los dos acontecimientos que se asumen como cismas en la historia nacional y causa de lo que somos: la Independencia y la Revolución. Para abordar la primera, escribió Los pasos de López en donde Miguel Hidalgo, el Padre de la Patria, aparece humanizado como el cura Domingo Periñón, un ser humano afecto a los juegos de azar, a las mujeres y a diversos vicios alejados de la imagen del viejito con la cabeza nevada que nos han vendido los libros de texto gratuito. Por su parte, en Los relámpagos de agosto, aborda la manera en cómo a partir del género preferido de los sobrevivientes de la guerra civil de 1910, la memoria biográfica, se dieron los hechos absurdos de traiciones y retraiciones que configuraron el proceso que denominamos Revolución Mexicana. En Maten al león iría más lejos al dibujar las lógicas de intentos de derrocamiento de las dictaduras latinoamericanas de los países bananeros que conformaban la ruta de la United Fruit en la primera mitad del siglo XX. Todos estos temas eran tocados con un sentido del humor que le granjearía una numerosa y fanática tribu de admiradores entre los que me incluyo. Ibargüengoitia bajaba a los héroes patrios del pedestal y los ponía a cagar, a engañar a sus esposas o esposos y a comportarse como unos patanes.
Después vinieron obras que fortalecieron esa sana costumbre: Noticias del imperio de Fernando del Paso, sobre el Segundo Imperio Mexicano; El seductor de la patria de Enrique Serna, que aborda la vida de Antonio López de Santa Anna; La corte de los ilusos de Rosa Beltrán, sobre el imperio de Agustín de Iturbide; además de una serie de relatos que abordan, desde el humor y la parodia, diversos hechos históricos.
La pugna entre Maximiliano de Habsburgo y Benito Juárez es uno de los procesos que más atención ha llamado a los escritores. Está el abordaje que hace Del Paso en la novela citada, por ejemplo. Está también el magnífico cuento steampunk “La bestia ha muerto” escrito por Bernardo Fernández, BEF e incluido en El llanto de los niños muertos. A estas obras se añade este año la novela breve Habsburgo (Resistencia, 2017) del escritor Omar Delgado (Ciudad de México, 1975).
La trama de esta obra se puede inscribir dentro del terror y de la asimilación de experimentos que se han hecho al reconfigurar relatos canónicos con las propuestas de monstruos contemporáneos. Ahí está por ejemplo Orgullo y prejuicio y zombis de Seth Grahame-Smith o Abraham Lincoln: Vampire Hunter, cinta del 2012, dirigida por Timur Bekmambetov y escrita por el mismo Grahame-Smith. La diferencia en el tratamiento de Delgado radica en el hecho de añadir elementos de la tradición indígena a los personajes, lo que pone en mayor contraste la pugna entre lo que representa Maximiliano, como heredero de la cultura blanca europea, conquistadora y letrada; y Juárez, como defensor de la tradición, el misterio y lo en apariencia salvaje como parte de la identidad de la nueva nación. Lo que es decir, una versión renovada de la pugna civilización y barbarie, en donde la primera no sale bien librada. Eso lo dicen la historia oficial y la trama de esta novela.
A partir de la noche que Juárez pasa ante el cadáver de Maximiliano, Omar Delgado teje una trama en la cual propone que el Habsburgo estaba destinado a volver de la muerte y las tinieblas para reinar sobre los muertos y conquistar no sólo a México sino al mundo entero. A su lado estarían los fieles Miramón y Mejía como los comandantes de su ejército del Más Allá. Por su parte, Juárez asume la figura de un chamán depositario de los dones de resistencia y ataque encarnados en la figura del dios murciélago, By’ Ayid, para detener al invasor, en el más amplio sentido de la palabra. Acompañan a Juárez otros personajes históricos como el poeta Juan de Dios Peza y Sebastián Lerdo de Tejada, además de figuras como las de los chinacos, que conforman la guardia presidencial y la de los soldados que mueren en esa lucha en contra del imperio.
Hasburgo resulta una ficción en suma entretenida que, en sus recursos, evoca las formas literarias del siglo XIX y en donde la epístola tiene un papel fundamental. Además de un narrador omnisciente que carga sobre sus hombros la línea principal del relato, se añaden cartas que ayudan a construir el contexto en el que se inscriben los hechos, además de recortes de periódicos y fragmentos narrados desde la segunda persona. Las ilustraciones de Luis Fernando otorgan un marco adecuado a lo relatado, aunque es evidente que el trabajo editorial incluyó la edición creativa de algunas de éstas para formar el libro en su presentación final.
Este tipo de obras son necesarias para repensar la historia y para cuestionar la sacralización que se hace de sus protagonistas. Más allá de que causan escándalo en mentes estrechas que no alcanzan a concebir la diferencia entre ficción e historia, resulta un ejercicio de imaginación necesario para revitalizar el momificado santoral patrio. Lo esperpéntico de esta obra es un acierto dentro de un catálogo de obras que se decantan por lo trágico y lo solemne con respecto del abordaje lúdico de aquello que los liberales del siglo XIX pretendían que fuera el basamento de nuestra identidad. Son útiles para comprender que esa identidad no es inmóvil sino dinámica, ni estanca sino nutrida por los procesos en curso. Son, en cierta medida, otra forma recomendable de acercarse a la historia de nuestro país. Habsburgo cumple ampliamente con ese espíritu lúdico y de cuestionamiento a la historia oficial.~
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