EL CASTILLO DE IF: Todos somos insectos: los cien años de La metamorfosis
En El castillo de If: Todos somos insectos: los cien años de La metamorfosis, de Édgar Adrián Mora /ilustración de Eduardo Mora.
Estamos presos entre nuestro pasado y nuestro porvenir.
Franz Kafka, Carta al padre
ESTE AÑO SE cumplen cien años de la publicación de una de las obras maestras de la literatura mundial: La metamorfosis (Die Verwandlung) de Franz Kafka. Esta pequeña narración relata la manera en cómo Gregorio Samsa, un agente de ventas, despierta un día con la sorpresa de que se ha convertido en un monstruo, en un ente parecido a un enorme insecto. A partir de esa premisa, uno de los inicios más famosos de la historia de la literatura, se establece uno de los pactos de lectura más poderosos e inmediatos entre el autor y su lector. Sin tener tiempo para dudar de las implicaciones «reales» del hecho narrado, el lector se deja llevar por lo extraño, pero a la vez familiar, que Kafka relata en las páginas de su obra más conocida.
Gregorio Samsa, el protagonista, se convierte en un monstruo propio de la vanguardia artística en la cual se suele incluir su historia: el expresionismo. La historia se puede visualizar como una sucesión de cuadros en alto contraste en donde la oscuridad, sin ser mencionada, aparece como elemento inseparable del relato. A partir de su transformación (traducción más cercana del título), Samsa atestiguará la manera en cómo su existencia está definida por todo lo que le rodea, más que por su voluntad de ser alguien por sí mismo. Es decir, su identidad está configurada a partir de cómo es concebido por los demás y por la función que él tiene con respecto de quienes lo rodean. De manera metafórica, la transformación a la que alude el título se puede entender, en cierto punto, como la toma de conciencia de Samsa con respecto de su nulidad identitaria, del desplazamiento que el mundo ha operado sobre su propia humanidad.
Uno de los factores que se revelan como constructores de esa no-identidad es el capitalismo y la manera en cómo la naciente sociedad industrial lo convierten en un engrane cuya falla no hace que el sistema entre en crisis, sino que sólo obliga a éste a sustituirlo por otro «engrane». Esta deshumanización opera no sólo desde el punto de vista del empresario que acude a su casa en la funesta mañana para preguntar por qué Gregorio no ha cumplido con sus obligaciones, opera también desde la perspectiva del protagonista que, ante el hecho fantástico de haberse convertido en algo monstruoso, olvida lo urgente de esta situación para concentrarse en las consecuencias que tendrá su ausencia laboral. Esa preocupación se refuerza por las acciones realizadas por sus padres y su hermana, dependientes económicos de Gregorio, y cuya vida y trabajo están destinados a intentar pagar las deudas que el padre ha contraído a partir de un mal negocio.
Resulta reveladora, también, la forma en cómo los personajes paternos parecen referir un tanto a la vida del propio Kafka. Esa visión de la madre pasiva, que aparece de manera furtiva en el relato, que siempre tiene salidas histéricas, desmayos o llantos, a pesar de su deseo íntimo de acercarse a su hijo pero impedida por su incapacidad de dominar el terror que la vista del hijo transformado le produce. Y la imagen del padre, más reveladora aún, como la del hombre que siempre se relaciona de manera violenta con el hijo: es él quien lo mete a empujones a su cuarto, espacio que se convertirá en una cárcel administrada por la voluntad de poder de su hermana; también es él quien acomete a manzanazos contra Gregorio en la única ocasión en que éste se decide a abandonar su prisión. Esos rasgos parecen coincidir en cierta medida con la imagen que tenía Kafka sobre todo de su padre, y se convierte, desde esta perspectiva, en una catarsis reveladora a través de la ficción de la manera en cómo esa relación no fue del todo positiva o amable.
El otro personaje de importancia para la transformación de Gregorio es su hermana que, al igual que él, sufre una metamorfosis a lo largo de las páginas en las que se narra el singular proceso. Comienza con un sentimiento de caridad y comprensión para su amado hermano caído en desgracia; se convierte en seguida en una obsesión de dominio de todos los aspectos de la reclusión de su hermano, en una carcelera que se significa a partir del poder que tiene sobre la vida de otro; y, finalmente, termina como el verdugo que señala la conveniencia de la desaparición de Gregorio. Es quizá esa transformación del objeto amoroso, fraternal en este caso, lo que más afecta al protagonista y lo que conduce a su fatal decisión.
La metamorfosis es, sin lugar a dudas, un reflejo de los conflictos en los cuales el hombre contemporáneo de inicios del siglo XX se vio inserto. Sin embargo, la influencia de los temas que aborda y la solución estética que Kafka ensaya para transmitir su relato lo convierten en un referente y en una obra atemporal. A final de cuentas, ¿quién no ha despertado cualquiera, o varios días, con la molesta sensación de haberse convertido en un insecto que no alcanza a comprender las razones o los alcances de su presencia en este mundo?~
Aquí hay una copia del texto, para quien se anime a su lectura: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/kafka/metamor.htm
Es cierto: en pocos relatos, novelas o cuentos que he leído se establece ese poderoso pacto del que hablas.
Saludos.