El castillo de If: Medio siglo de represión en cómic

Un texto de Édgar Adrián Mora

LA NARRATIVA GRÁFICA mexicana tiene obras que se abocan a tratar temas relacionados con su historia y con una postura militante de crítica con respecto de las acciones de los gobiernos que nos han (mal)administrado. Por encima de todos, previsiblemente, asoma la figura de Eduardo del Río, “Rius”, quien con múltiples títulos sentó precedentes y una tradición pedagógica con respecto de temas políticos e históricos. Era, como dijo Carlos Monsiváis en alguna ocasión, la otra Secretaría de Educación Pública.

Alumnos aventajados de esa forma de entender la narratográfica son los “moneros” que dieron existencia a proyectos de caricatura y cómic político como El Chahuistle y El Chamuco: Rafael Barajas, “El Fisgón”; Rocha; Luis Fernando; Hernández; entre otros.

Más adelante, surgieron proyectos en donde esa crítica política era alegorizada y presentada como algo que iba más allá de la coyuntura noticiosa, alcanzando altos vuelos. De esa estirpe son, por ejemplo, la novela gráfica Operación Bolívar y la saga Los perros salvajes, ambas del excelente narrador gráfico Édgar Clément.

Grito de victoria (La Cifra Editorial, 2017) del joven historietista Augusto Mora (Ciudad de México, 1984) explora dos caminos paralelos: el de la pedagogía histórica y el de la ficción basada en hechos reales. La historia aborda dos vidas jóvenes en temporalidades distintas. Por un lado, Victoria, quien vive la represión desatada el 10 de junio de 1971, hecho conocido popularmente como “El Halconazo”; por el otro, Vicente, que es parte del colectivo de jóvenes que participaron en las protestas desatadas por la llegada a la presidencia de Enrique Peña Nieto el 1 de diciembre de 2018.

Hay dos registros en la novela gráfica que Mora presenta. Por un lado tenemos una elaboración ficticia de la vida de estos dos jóvenes, ficción en la cual podemos inferir una tesis: han existido jóvenes solidarios y preocupados por la realidad política en prácticamente todos los momentos de la historia. El autor mezcla de manera eficiente el relato de la vida cotidiana de los dos personajes con su testimonio de lo que representaron los hechos aludidos en la memoria reciente de México.

La historia de ambos se desarrolla entre emboscadas de los granaderos, embestidas de grupos de choque, granadas de gas lacrimógeno y la anuencia cómplice de los encargados gubernamentales de ambos gobiernos separados sólo por el tiempo. Aunado a esto vemos sus dramas existenciales, la relación familiar y el conflicto amoroso que añade un elemento de tensión dramática que funciona como contrapunto a los acontecimientos colectivos de los que son parte.

El otro registro es el del relato histórico. En este se hace una revisión más o menos minuciosa de los contextos en los cuales se pueden ubicar ambas manifestaciones. Por un lado la época de Luis Echeverría y, por el otro, la inauguración sangrienta del sexenio de Peña Nieto.

La revisión histórica se presenta como un relato que emula a los documentales audiovisuales, de los cuales no puede negar influencia, se presenta a protagonistas de los movimientos dando su versión de los hechos a partir de entrevistas hechas por el propio autor. Aparecen aquí las remembranzas del activismo comunista en los años setenta, del papel de los sindicatos, de la manera en cómo los estudiantes dieron continuidad a las protestas que tienen como punto álgido el 2 de octubre de 1968. En el mismo sentido, se da noticia de la manera en cómo grupos de estudiantes y diversos grupos juveniles y activistas (con un cierto protagonismo del #YoSoy132) confrontaron el retorno del PRI a la Presidencia de la República; retorno que trajo consigo el agravamiento de la crisis multifactorial que hoy tiene al país en una situación poco afortunada que ha optado por una alternancia del poder.

A pesar de la rigurosidad y de una aparente necesidad de fundamentar “lo real” del relato construido, queda la sensación de una falta de sincronía en los dos registros. En cierta medida, la revisión documental e histórica “estorba” el relato de ficción que habla por sí mismo. Se entiende esa vocación pedagógica, pero es probable que si hubiera dejado fluir el relato de ficción el resultado hubiera sido más redondo.

De lo que no cabe duda es que Agusto Mora está construyendo una poética que se nutre de la revisión de los movimientos sociales y de la posibilidad de hacer accesible ese relato histórico a grupos de lectores para los cuales el discurso periodístico o académico es un tanto lejano. Para muestra ese excelente documento que es ¿A dónde nos llevan? (Muerte Querida Cómics, 2015) sobre la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Se requieren esfuerzos editoriales que hagan masiva esa posibilidad de acceder a nuevas versiones e información que ayuden a entender los tiempos que nos ha tocado vivir. Es casi seguro que más allá de los memes de redes sociales habrá un público interesado en acercarse a este tipo de obras. Es algo más que deseable: necesario.~

(*Para los interesados, acá pueden descargar ¿A dónde nos llevan?: http://muertequerida.com/FTP/Adondenosllevan.pdf).