El castillo de If: Lo marginal en el centro
Un texto de Édgar Adrián Mora
UNA DE LAS cosas más complicadas de conseguir es hacer verosímil un relato en el cual la pobreza o lo marginal aparezca como uno de los elementos. En general, sólo aquellos autores que escriben desde una experiencia muy cercana al respecto (Emiliano Pérez Cruz, por ejemplo) consiguen que los relatos resulten creíbles para el lector. La pobreza, lo popular, lo fronterizo, aquello que ocurre en los márgenes resulta un reto para cualquiera que ubique sus historias en un contexto parecido.
Es por eso que la lectura de Orillas (Paraíso Perdido, 2018), volumen de cuentos de la joven autora Nora de la Cruz (Estado de México, 1983), resultó una agradable sorpresa. La escritora narra desde los márgenes distintas historias que recurren a la descripción mínima de elementos, pero que logran evocar un ambiente de precariedad que inunda el relato. Sus personajes son niños, adolescentes o jóvenes que se encuentran también en los márgenes de las tomas de decisiones con respecto de sus vidas.
Hay relatos terribles como “Estrellas recién lavadas”, una historia de mujeres con hijos múltiples que llegan al mundo sin tener muy claro qué es lo que ocurrirá con ellos. Niños que terminan a cargo de los abuelos, en comunidades alejadas de la ciudad, a las orillas del mundo, al menos de ese mundo infantil que a varios les es arrancado sin aviso previo. En ese ambiente la promiscuidad, el escarceo sexual y el abuso permiten la reproducción de una dinámica que tendrá consecuencias similares a las vividas hasta ese momento. En donde la inocencia y la esperanza son bienes escasos, susceptibls de desaparecer sin previo aviso.
“A la orilla de la carretera” es un relato sobre la solidaridad de quienes se saben exiliados de la seguridad. Un adolescente recorre los caminos de tierra al anochecer, en la ruta que lo llevará a su hogar. Un hogar en el lado más alejado de la ciudad. Es asaltado por otro que podría ser él mismo. El juego de espejos que permite a uno reconocerse en el otro. La crueldad de los cómplices. El “ya estuvo” como norma no escrita.
La voz infantil aparece en “Veracruz” como parte del recuerdo. La memoria que narra un improvisado y precario viaje de vacaciones a la ciudad del título que, en realidad, relata el desencuentro de los padres por algo que se adivina como una infidelidad. Las fotografías aparecen como una alegoría de la manera en cómo atesoramos imágenes que, con el tiempo, mudan en nuevos significados.
“Primer día” sigue a un estudiante de prepa que proviene de una escuela particular y que debe adaptarse a las nuevas condiciones de la educación pública. Con una paranoia alimentada por las historias que se cuentan acerca de los abusadores que campean en esas instituciones, acudimos a un relato alentado por un miedo que se nos llega a hacer real, pero que, quizás, sólo esté fundado en los prejuicios que aparecen de manera más frecuente de lo que creemos. Los prejuicios de clase llevados al cubículo de un baño inundado de mierda.
En “Misión: Cuba” retorna el tema de la memoria que se sumerge en los temas de la niñez. Un padre misterioso, entusiasta de la Revolución Cubana, quizá un agente del comunismo que también trabajaba para el gobierno mexicano. Más allá de la anécdota de espías, acudimos a la investigación que dos niños realizan para descubrir las actividades del padre. Es también una descripción de cómo el proyecto revolucionario se convirtió paulatinamente en una desilusión. Un lugar en donde las expectativas se convirtieron en misterios del “quizá si…”.
El mejor cuento del conjunto es, sin duda, “XV”: una adolescente viaja desde los Estados Unidos para pasar sus quince años en la tierra de la madre muerta. Una madre que migró a los Estados Unidos muy joven con su pareja pero que dejó atrás una familia a la cual la protagonista de la historia conoce de manera inesperada. Encuentra también la memoria de la madre. En forma de objetos, pero también de los recuerdos que los demás guardan de ella. Es un viaje a la semilla, al origen y de cómo uno, a veces, se descubre en el momento en que entiende el lugar de donde proviene.
El cierre del libro, “Progreso”, nos muestra dos soledades que parecen coincidir para mejorar su vida anodina y, en cierto sentido, carente de estímulos. Sin embargo, lo que atestiguamos es un desencuentro lleno de melancolía y arrepentimiento. De cómo las aspiraciones se estrellan contra muros de realidad más veces de las que deseamos. El retrato de un lugar que parece no cambiar, que sólo es escenario de la decadencia de sus habitantes.
Los relatos están llenos de melancolía y ternura. De personajes condenados a pesar de que ellos no se percaten de tal situación. El lector lo sabe y eso añade mayor pesar al ambiente que construye el texto. Hay, sin embargo, también, atisbos de esperanza, de revelaciones, del arribo a mundos apenas sospechados: aquellos donde los recuerdos y la infancia construyen sus propios escenarios. Las orillas nos indican el límite de las cosas pero, a veces, también son el lugar en donde las cosas pueden darse vuelta sobre sí mismas. Este libro nos anuncia la orilla de una obra que se sospecha llena de potencia y grandes aspiraciones.~
Leave a Comment