El castillo de If: El octavo cubículo del infierno

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

DESDE QUE MALEBOLGE (Paraíso Perdido, 2018) comienza con un epígrafe de Divina comedia de Dante Alighieri queda claro el modelo que Ruy Feben (Ciudad de México, 1982) siguió para la creación de este volumen de cuentos. Malebolge hace referencia al octavo círculo del Infierno, ese en donde los fraudulentos (proxenetas, aduladores, simoníacos, adivinos, malversadores, hipócritas, ladrones, consejeros malintencionados, cizañosos y falsificadores) son castigados hasta el día del Juicio.

La construcción del Infierno es, quizá, uno de los temas más interesantes de la literatura. Se lo debemos más a Dante que a La Biblia. Dante consiguió traducir en imágenes inquietantes y terroríficas todas aquellas referencias que son alegoría en el libro canónico del judeocristianismo. Las visiones que despertó la obra del italiano se tradujeron en una infinidad de manifestaciones que incluyen las pinturas de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina tanto como los grabados de Gustav Doré en ediciones posteriores de la obra.

Esa visión de un infierno como un espacio subterráneo que se encuentra en los abismos de la tierra fue desarrollada incluso por los pintores populares y anónimos que expendían sus cuadros e impresiones en los atrios de las iglesias más remotas del mundo cristiano católico. Mi abuela, por ejemplo, tenía un cuadro en su recámara que representaba los dos caminos que uno podría seguir en la vida: el camino angosto, lleno de sacrificios, que conducía al cielo y al que todos iban con rostros de arrobamiento místico (curiosa la semejanza fonética entre arrobamiento y aburrimiento); y el camino anchísimo por donde desfilaban los padrotes, las prostitutas, las bandas de música, los ebrios, quienes se veían la mar de contentos.

Esa ambigüedad con respecto de lo que vemos en las representaciones del Infierno tiene fundamento en la tensión entre Eros y Tánatos, cuerpos que se retuercen entre torturas indecibles, pero que, al mismo tiempo, parecen rozar cierta área del placer que ha sido censurado del mismo modo y por las mismas razones: son cosas demoníacas. Esa ambigüedad es la que nos invade cuando sentimos una extraña atracción por personajes como HannibalLecter, el asesino serial producto de la mente de Thomas Harris, un hombre sumamente sofisticado a la par de malvado y, no es de extrañar, uno de los especialistas más avezados en el infierno de Dante y, al mismo tiempo, alguien que podría ser un producto de este sitio. Es la misma ambigüedad que nos produce la imagen de un Lucifer harto de regentear el reino infernal y que, tras engañar a Morfeo, decide tomarse unas vacaciones entre los mortales, tal como nos lo cuenta Neil Gaiman en TheSandman.

El infierno nos atrae porque tenemos la seguridad de una de dos cosas: o que no existe o que no estamos destinados a éste. Sin embargo, después de leer Malebolge, quizás nos sintamos tentados a replantear nuestra imagen con respecto de lo que la idea de infierno representa y cómo ésta se ha modificado al paso del tiempo y de las costumbres de los hombres. Después de su lectura nos queda la sensación de que este infierno construido/descrito por Ruy Feben está más cercano a sitios como la sala de espera de Beetlejuiceo las salas de archivo y trabajo burocrático de Monsters Inc. O, quizás, parecido a la trampa de la cual son objeto los personajes de TheGood Place: el infierno es el lugar en donde estamos condenados a aparentar “normalidad”, a consumirnos en nuestras propias obsesiones y miedos. A fingir que no pasa nada.

La tesis que subsiste bajo estos relatos puede resumirse así: el infierno es la repetición, la rutina, la fotocopia de los días. Este Malebolgees el círculo de los godínez. La oficina como el espacio asfixiante y terrible. El castigo eterno (que es la nueva medida de tiempo para que llegue la jubilación, si es que tienes derecho a ésta). Permítanme darles un pequeño tour por este particular infierno.

Servicio al cliente. En el cuento que abre la colección “Asesoría a domicilio”, se escuchan los ecos de Jacques, el fatalista de Denis Diderot, de Jacques y su amo de MilanKundera. El personaje que se rebela al autor o que lo hace partícipe del mismo espacio de existencia. El autor es una especie de telefonista de marketing adaptable según las necesidades y deseos, mismos que, como ocurre a la mayoría de los humanos, nunca son totalmente satisfechos.

Vacaciones pagas. “Vacaciones en la India” remite a algunas de las historias de Felisberto Hernández. La sensación de cotidianidad que, de repente, son sustituidas por desarrollos absurdos y en donde la lógica está expulsada. El sueño de todo oficinista, salir de vacaciones, muta en una experiencia de realidad virtual delirante.

Código de comportamiento. En “Heracles y el borrego” acudimos a una fábula clásica que, sin previo aviso, se mezcla con una cinta de posesión satánica. Un borrego de peluche convierte a su dueño en un afectado por el Síndrome de Tourette, le otorga la capacidad, en contra de la propia voluntad, de decirles a los demás lo que realmente pensamos de ellos. El superyó borrado por obra de un monito en apariencia inofensivo.

Reprografía. En “Ascenso”, ecos de Borges y sus laberintos se escuchan. Acá el laberinto no es espacial sino temporal. El laberinto de la eterna repetición, de la rutina interminable. La imposibilidad de escapar de ese infierno. La fotocopia como alegoría de la repetición al infinito.

Archivo. En “La gaveta y la fracción” nos enfrentamos a otra posibilidad de multiplicar las posibilidades del espacio, retórica bíblica de historias contadas en el ágora. Un infierno en donde se introduce algo en un cajón y ese objeto aparece a kilómetros de distancia, en otra gaveta, de otro edificio, quizá, de otro círculo infernal.

Licencias por asuntos familiares. “Arenal” narra el escape de la oficina hacia un pueblo que sugiere el origen migrante del oficinista. Otro laberinto en una Comala que es todo polvo, viento y espejos en espiral.

Licencias por enfermedad. Un juego que asume como enfermedad contagiosa la imposibilidad de escritura de determinadas grafías, “Vaticinio” es un texto en donde no hay una sola letra e. Ejercicio a la manera de Las vocales malditas de Óscar de la Borbolla o Vivir sin i de Gabriel Vázquez.

Fin de quincena. La figura de la adivina se configura en el imposible rompequinielas de toda oficina. “La suerte reversible de Epifanio Taboada” remite al retorno obsesivo a ese momento en el cual el universo giró alrededor nuestro y que se convierte en la única narrativa digna de ser recordada. Al derecho y al revés.

Fiesta de Navidad. “Resaca” es una fábula que previene acerca de las consecuencias de tener relaciones sentimentales con compañeros licántropos de trabajo.

Sistemas. Programar el destino es imposible, toda Matrix tiene líneas de código defectuosas. “El algoritmo” demuestra, una vez más, que la meritocracia no funciona y que hackear el sistema es más complicado de lo que parece.

Comedor colectivo. “Blattodea S. A. de C. V.” nos relata la manera en cómo la dinámica de los oficinistas asemeja a la estructura de las cucarachas y en donde sobresalir es una tarea casi imposible. El oficinista como sobreviviente último del sistema. Un homenaje a Kafka en ese personaje, R. D., que revierte la metamorfosis.

Crédito de nómina. “Todo está hecho” es un cuento de ciencia ficción a la manera de Volver al futuro en donde las oficinas bancarias remiten a ese otro infiernito particular.

Mudanza de oficinas. Un ejercicio de imaginación que refiere a la expansión sin límite, ni medida, de la ciudad y sus construcciones. Al aburguesamiento de los espacios urbanos. Eso es lo que se encierra en “Esporulación”.

Firma de contrato. No puede haber un libro que refiera al infierno sin que aparezca el Diablo. En “Paraíso” éste es, sin embargo, chaparro, de lentes, obeso y con un portafolio de plástico. La idea que insinúa: vivimos una realidad dual, el Paraíso y el Infierno están ahí donde estamos, nuestras decisiones y ambiciones configuran esos espacios para nosotros.

Cinco minutos antes de que suene el despertador: el “Epílogo” es casi una obra creacionista: el universo que nos contiene y lo contenemos; creamos universos al mismo tiempo que utilizamos la palabra, en sus diversas formas, para imaginar y dar vida a esos mundos.

Malebolgees, a final de cuentas, un universo infernal que no es sino el mismo que habitamos reconfigurado, “reprogramado”, por obra de la palabra.~