EL CASTILLO DE IF: El juego de los quemados
«El caso de burnout, por su parte, implica a aquellos profesionales que durante algún tiempo, sobre todo al principio de su carrera, realizaban sus actividades con una vocación encomiable». En El castillo de If: El juego de los quemados, de Édgar Adrián Mora /ilustración de Oswaldo Guayasamín.
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades…
(Aullido, Allen Ginsberg)
Sirva esta famosa entrada de uno de los poemas que describen de manera más eficaz la desilusión y el estrés que la sociedad contemporánea sufre de manera crónica para abordar un tema importantísimo en el quehacer docente: el síndrome del quemado (burnout). A pesar de los discursos oficiales y de la percepción general de la sociedad, pocas veces se reconoce la importancia de este problema dentro de las aulas. Los profesores que acuden a cumplir con sus obligaciones pero que lo hacen con tal desgano, falta de empatía e indiferencia, que pareciera que realizar las tareas que les fueron encomendadas representa para ellos un esfuerzo monumental. Y lo es.
No quiere decir que no existan profesores que realmente odien su actividad y que, por tanto, su comportamiento refleje de manera evidente esa frustración. Esos son fáciles de identificar: siempre se han comportado así. El caso de burnout, por su parte, implica a aquellos profesionales que durante algún tiempo, sobre todo al principio de su carrera, realizaban sus actividades con una vocación encomiable, invertían gran cantidad de energía y, de un momento a otro, comenzaron a sentir el desgaste de esas inversiones. No es algo voluntario, representa, a la luz de estudios recientes, una verdadera enfermedad.
Al parecer, ambientes complicados de enseñanza profundizan de manera fatal los síntomas de esta afectación. Los profesores de nivel medio y medio superior son más propensos a sufrir este síndrome. Algunas de las causas detonantes del burnout las ha identificado la Consejería de Educación de Andalucía, a saber: «los problemas y la falta de disciplina, la apatía, los bajos resultados en las evaluaciones, los abusos físicos y verbales, la baja motivación del alumnado, las presiones temporales, la baja autoestima y estatus social, los conflictos entre el propio profesorado, los cambios rápidos en las demandas curriculares». Además, si se añaden a estos factores cuestiones de personalidad, de expectativas profesionales, de periodos prolongados de ejercicio docente, aunado a falta de interacción social más allá de los ambientes profesionales, todo resulta en un coctel que dificulta el desarrollo óptimo de las actividades educativas.
Las consecuencias de no atender esta sintomatología se reflejan tanto a nivel personal como a nivel institucional, la más evidente es la baja en el rendimiento para alcanzar los objetivos de enseñanza planteados, pero los más cotidianos, y que muchas veces por eso pasan desapercibidos, son: «impuntualidad, abundancia de interrupciones, evitación del trabajo, absentismo, falta de compromiso en el trabajo, un anormal deseo de vacaciones, una disminución en la autoestima, así como una incapacidad para tomarse a la escuela en serio, e incluso al abandono de la profesión». Todas estas situaciones nos suenan muy cercanas y la explicación que se da a las mismas también: el maestro es un huevonazo.
Convendría pensar un poco en cómo el sistema educativo mexicano, complejo y con una serie importante de elementos estresantes en su seno, genera las condiciones óptimas para que muchos de sus docentes estén afectados por este tipo de padecimiento. Peor aún, no se ve una política institucional, en sus diversos niveles, que ayuden a paliar los efectos negativos que estas situaciones tienen en los principales afectados: los estudiantes.
Regreso al poema de Ginsberg que abre este texto y parafraseo: «He visto a los mejores profes de mi generación consumirse en la rutina de sus cursos, famélicos buscando motivos para continuar su tarea, hartos de la inoperancia institucional, hambrientos de estímulos a su importante labor, los he visto deshumanizarse al grado de importarles nada lo que hacen, contemplan a su clase con los ojos muertos de su espíritu consumido». Si estas cosas persisten sin que les prestemos atención, el incendio de las mejores mentes de cada generación será la causa de más de una vida prometedora perdida. Al tiempo.~
El reporte sobre burnout docente de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía: http://www.prl-sectoreducativo.es/documentos/documentacion/bibliiografia/SQT%20en%20el%20profesorado.pdf
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